Carlos o el sueño americano
El País, Madrid
Cuando yo era niño se hablaba en mi familia de un lejano tío que, una mañana soleada, dijo a su mujer que iba un momento a la Plaza de Armas de Arequipa a comprar el periódico. No volvió nunca más y sólo muchos años más tarde se supo que había muerto en París. Cuando yo preguntaba a qué se había fugado ese tío a París, la abuelita Carmen y la Mamaé me respondían al unísono: "A qué iba a ser, ¡a corromperse!". Entre los miles de proyectos que se me han pasado por la cabeza figuró alguna vez el de tratar de averiguar la singular aventura de ese pariente prófugo y relatarla en un libro.
Ahora que estuve en Chile descubrí que Alberto Fuguet había tenido la misma idea, con un tío también desaparecido, pero no en París sino en los Estados Unidos, y que él sí la había llevado a la práctica en un libro divertido, triste, posmoderno y audaz, que acabo de leer de un tirón: Missing (Una investigación). Se lo puede llamar una novela, porque este género es un cajón de sastre donde todo cabe, y porque Fuguet cuenta la historia de su desaparecido tío Carlos Fuguet, hermano de su padre, con técnicas y lenguaje novelescos, pero su libro es también muchas otras cosas y en eso reside su mayor atractivo: el testimonio de una búsqueda casi policial de un oscuro personaje extraviado en la oceánica sociedad norteamericana; la historia de una familia chilena de inmigrantes en California; una autobiografía parcial y la confesión de un escritor sobre los demonios personales que lo incitan a fantasear y la manera, entre racional, espontánea y casual, en que escribe sus libros. Pero Missing es sobre todo algo que, estoy seguro, su autor no se propuso nunca que fuera y que es, tal vez, su mayor logro: las ilusiones, éxitos y derrotas de los latinoamericanos que se fugan a los Estados Unidos en pos del sueño americano. Dudo que algún historiador o sociólogo haya mostrado de manera tan vívida y persuasiva ese trance dramático del desarraigo de las familias de origen hispano de su suelo natal y su difícil implantación en su tierra de adopción, con éxitos agridulces, esfuerzos denodados, añoranza tenaz y, a veces, frustración y tragedias domésticas. El sueño americano es una realidad, sin duda, pero para una minoría, en tanto que para muchísimos otros es apenas un limbo mediocre, y, para otra minoría, un infierno.
El tío Carlos era un joven díscolo, rebelde, se llevaba muy mal con su padre, nunca encajó del todo en la familia, y un buen día delinquió, con un pequeño robo que lo mandó a la cárcel. Cuando salió intentó por un tiempo reformar su vida, pero las disputas familiares y su perpetua insatisfacción con todo y con todos, lo llevó a apartarse de la parentela. Un buen día, esta dejó de saber de él. Alberto Fuguet le tenía cariño y algo más: la fascinación que generan siempre las ovejas negras. Muchos años después de desaparecido aquel tío carnal, decidió buscarlo. Lo hizo y, sorprendentemente, lo encontró, sumido en la soledad más absoluta y ejerciendo un oscuro empleo en un hotelito de segunda o tercera clase, en las afueras de Denver.
Tío y sobrino reanudan la vieja amistad y, en varios y espaciados encuentros en distintas ciudades y pueblos de Estados Unidos, aquel revela a este su agitada y versátil existencia, su servicio en el ejército, sus mujeres transeúntes, sus trabajos itinerantes en albergues sórdidos y hotelitos de paso, la fechoría que lo devuelve a la cárcel, el desasosiego perpetuo del que nunca consigue librarse, su espasmódica carrera de bongosero en bandas musicales ínfimas, sus esfuerzos desesperados y siempre inútiles por dar un sentido a su vida y encontrar la paz interior. La historia del tío Carlos aparece en el libro en un largo y hechicero capítulo, como un monólogo en verso, una confesión que transpira verdad y tranquila resignación, la de un hombre vencido, que nunca se integró al medio en que fue transcurriendo su existencia, siempre en la periferia de todo, de las familias bien establecidas, de los empleos seguros, de los gringos y de los latinos, de la fortuna y la miseria, condenado a la mediocridad, a una suerte de extraterritorialidad compartida con miles de miles de otros como él, seres sin raíces ni referentes, viviendo en una especie de limbo al que sólo llegan residuos fugaces de la prosperidad y las oportunidades de que gozan los otros, descubriendo cada día, a cada paso que da sobre esas arenas movedizas que es para él la vida, lo esquivo y fugaz que puede ser también, para tantos, el sueño americano.
¿En qué falló el tío Carlos? Nunca fue un perezoso. Es verdad que no le gustaba estudiar y prefirió emplearse sin haber recibido instrucción superior alguna, lo que lo condenaba a vivir siempre dependiendo de empleos muy menores. Sin embargo, en algunas épocas se rompió el alma y llegó a aprender un oficio, el de la hotelería, en el que había empezado a progresar. Pero la falta de constancia hizo que abandonara siempre lo que tenía, y renunciara a lo que podía llegar a tener, en busca de un fantasma inaprensible que se le escurría cuando lo iba a tocar. No sabía qué buscaba, pero, gracias al libro de Fuguet, nosotros lo sabemos: era un rebelde y ni siquiera estaba enterado, un ser incapaz de resignarse a su suerte y al mismo tiempo víctima de una confusión que le impedía descubrir cómo y haciendo qué podía canalizar toda esa enorme energía y ansiedad que derrochaba en nimiedades.
El tío Carlos no es un ser excepcional, sino el más común de los mortales, un muchacho al que las circunstancias hicieron perder sus raíces cuando era todavía un niño y nadie le enseñó ni ayudó a reemplazarlas por otras, de modo que su vida transcurrió, como la de tantos millones de seres en el mundo de hoy, a los que las violencias políticas o religiosas, o las necesidades económicas, arrojan de sus países y llevan a peregrinar a sociedades a las que jamás se integran, aunque trabajen en ellas y vivan o malvivan allí el resto de sus vidas, como seres exóticos, excluidos o autoexcluidos de la suerte del común. La tristeza que embarga su historia resulta de que, a medida que vamos conociendo las peripecias cómicas, penosas o extravagantes que protagoniza, advertimos ciertas reservas de creatividad, de bondad, de inocencia, de generosidad, que había en él y que nunca tuvo ocasión de aprovechar para construirse una vida mejor, porque el mundo en que vivió nunca se la dio. Es casi simbólico que el tío Carlos termine, ya sesentón y maltratado por los achaques, recibiendo una modesta pensión del seguro social, en un cuchitril de Las Vegas, la ciudad del azar y del dinero, las fortunas y las quiebras exorbitantes, solo como un hongo, y siguiendo un curso por correspondencia de Negocios y Administración de Empresas.
El libro está construido con técnicas y métodos que varían de capítulo a capítulo y en los que el juego, el experimento, el humor, la insolencia, el desplante, ponen una nota risueña que contrasta con la materia de la historia, dolorosa y por momentos desgarradora. Es una combinación que funciona muy bien, porque exige del lector una atención alerta, para ir restableciendo la cronología real a partir de los saltos temporales constantes de la narración, y los respiros que las dudas y entusiasmos del propio narrador con su oficio y vocación, constantes a lo largo del libro, ofrecen de tanto en tanto, para desagraviar al lector de ese viaje por el fracaso, la sordidez, la rutina y la mediocridad que es el tronco central de la historia.
Muchas partes del libro están escritas en un español mechado de anglicismos que, por instantes, parece a punto de convertirse en un spanglish, sin que ello llegue a ocurrir. Por el contrario, pasado un primer momento de desconcierto, este lenguaje, que no es, claro está, el de los hispanos de California, sino una recreación literaria del que muchos de ellos hablan, es de un encanto poético notable, una demostración de la formidable capacidad que tiene el español, en manos de un escribidor con talento, para metamorfosearse en tantas cosas sin perder su propia personalidad. Este estilo no es una caricatura ni un preciosismo formalista, es un estilo persuasivo y funcional, porque delata a través de su manera de hablar lo que son quienes así se expresan, la inseguridad que los habita, el inconcluso mestizaje cultural y lingüístico que constituyen, los dos mundos que hay en ellos coexistiendo con aspereza y sin llegar a fundirse.
En todos los libros de Alberto Fuguet que he leído hay siempre, junto con la historia que cuentan, una voluntad de innovar, tanto en la lengua como en la estructura narrativa. En Missing (Una investigación), es donde mejor lo ha conseguido.
- 28 de diciembre, 2009
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