¿En qué estaba pensando, Krugman?
"Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros". La expresión, de una suprema ironía, pertenece a Groucho Marx, comediante estadounidense de la primera mitad del Siglo XX, muy famoso por sus expresiones filosas.
Otro estadounidense, el economista Paul Krugman, famoso por la solidez académica de sus certeros análisis sobre el comercio internacional, que lo llevaron a ganar el premio Nobel en 2008, está demostrando en sus columnas del New York Times ser un buen candidato para las ironías del gran Groucho. Una pena.
La razón es la endeblez periodística de sus falacias sobre las causas de la reciente crisis financiera internacional, que lo llevan a adulterar los hechos y a olvidar convenientemente sus propias recomendaciones de hace unos años, efectuadas desde esa misma página periodística.
En efecto, es oportuno recordar que era el propio Krugman, el que ahora culpa al libre mercado de todos los males del mundo, quien increíble (e irresponsablemente) estaba hace ocho años entre los más entusiastas promotores de la creación de la burbuja inmobiliaria. Esa que inevitablemente terminaría originando la crisis financiera internacional. Mala memoria.
Lo hizo, específicamente, con las siguientes palabras: "para combatir esta recesión, la Fed (Reserva Federal de los Estados Unidos) necesita responder con mayor brusquedad; hace falta incrementar el gasto familiar para compensar la languideciente inversión empresarial. Y para hacerlo Alan Greenspan tiene que crear una burbuja inmobiliaria para remplazar la burbuja del Nasdaq" ("Dubya's Double Dip?", New York Times, agosto 2, 2002).
No conforme con lo anterior, Krugman ahora habla del "extraño triunfo de las ideas fallidas" ("When Zombies Win", New York Times, diciembre 19, 2010), refiriéndose a las del libre mercado. Quizás lo angustie que el capitalismo no haya colapsado.
Una muestra de la imprecisión (¿o manipulación?) de su pensamiento periodístico, impropio de quien produjo trabajos de gran nivel académico y que evidencia un bajo respeto intelectual por sus lectores no especializados, es que pretende convencerlos de que dos hechos coincidentes necesariamente implican que uno sea consecuencia del otro. Nada académico.
En efecto, se pregunta "¿cómo, después de las experiencias de los gobiernos de Clinton y Bush (el primero aumentó los impuestos y tuvo un espectacular crecimiento en el empleo; el segundo redujo los impuestos y tuvo un crecimiento anémico incluso antes de la crisis), terminamos con recortes fiscales?"
¿Aumentar impuestos implica reducir el desempleo?, ¿reducir impuestos implica aumentar el desempleo? Coincidencia no implica consecuencia, Krugman.
Además de olvidar las circunstancias iniciales, no necesariamente iguales, que pudieron haber tenido que enfrentar esos presidentes, y que a uno lo pudieron haber obligado a recortar impuestos mientras que al otro incrementarlos, Krugman deja de lado que Clinton fue mejor presidente que Bush. ¿No será, precisamente, que en ese "pequeño" detalle radique la diferencia de resultados entre ambos?
En un ensayo publicado bajo el título: "¿En qué estaban pensando?", Francis Fukuyama se pregunta sobre el papel desempeñado por los economistas de la academia y de los organismos internacionales durante la debacle financiera, y concluye acertadamente en tres factores que les nublaron el pensamiento: a) el abuso de la matemática que ciertos académicos hacen, olvidando el carácter social de la ciencia económica, b) las premisas cuestionables que frecuentemente se utilizan, y c) las desviaciones ideológicas.
Ello no significa que la economía haya mostrado ser inútil, pues sigue intacta su función de "lente" a través del cual se intenta comprender una parte importante del funcionamiento social, en particular el de los incentivos, explicando desde cómo funciona el sistema de precios hasta cómo hacen los países para desarrollarse. No es poca cosa.
Finalmente, en nuestros arrabales latinoamericanos también hay unos cuantos angustiados porque el capitalismo no colapsó. Deberán seguir esperando.
Por el contrario, quienes no deberían tener que seguir esperando son los angustiados por la pobreza. Esa lacra en cuya erradicación siempre fallan, inexorablemente, tanto el mercantilismo como el populismo, vicios bien conocidos por estos barrios. Ambos, torpes remedos del capitalismo.
Hasta la próxima.
El autor es ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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