Atentado en Tucson: La respuesta de los charlatanes
Sería misericordioso que, siempre que tuvieran lugar tragedias como la acaecida en Tucson, se produjera una moratoria a la sociología. Pero las treguas de las explicaciones tomadas con alfileres, que a menudo interesan al oportunismo político, son imposibles a causa de un anhelo humano intemporal y un rasgo de muchas mentes modernas.
El anhelo es el de desterrar lo aleatorio y lo inexplicable de la experiencia humana. En tiempos, los dioses eran útiles. ¿Qué es un trueno? Los dioses están enfadados. El politeísmo hacía de causa. La gente postulaba relaciones entre causa y efecto.
Y las sigue postulando. De ahí: El responsable del tiroteo de Tucson fue (escoja el verbo que más le guste) provocado, incitado, irritado por la actual (escoja el sustantivo que más rabia le dé) retórica, virulencia verbal, extremismo, "clima de odio".
La desmitificación del mundo despejó el terreno a la verdadera ciencia, incluidas las sociales. Y a la peculiaridad moderna. Y a los charlatanes.
Un rasgo característico de muchas mentes conservadoras es la susceptibilidad a la superstición de que cualquier comportamiento puede achacarse a algún marco mental diagnosticable médicamente producto de los impulsos suscitados por el entorno social. De lo cual se desprende una doctrina política: Suponiendo la ingeniería social inteligente, la sociedad y las personas pueden perfeccionarse. Éste es presuntamente el camino al progreso. En realidad es la cruz del progresismo. Y el motivo de que exista el acto reflejo que declara culpables a los conservadores antes de que se demuestre lo contrario.
Imagine en su lugar una cadena de acontecimientos que vaya desde los incidentes de Columbine y el politécnico de Virginia – productos de la demencia de individuos – hasta los asesinatos de Lincoln y los hermanos Kennedy, relacionados claramente con la política de John Wilkes Booth, Lee Harvey Oswald y Sirhan Sirhan, respectivamente. Los otros dos asesinatos presidenciales también tenían matices políticos.
El 2 de julio de 1881, tras cuatro meses de administración, el Presidente James Garfield, que había sobrevivido a las batallas de Shiloh y Chickamauga en la Guerra Civil, necesitaba unas vacaciones. Estaba enfurecido por las formaciones Republicanas enfrentadas – los Lealistas, que enarbolaban la sangrienta camisa de los recuerdos de la Guerra Civil, y los Mestizos, que hacían hincapié en las cuestiones emergentes de la industrialización. De camino a la Union Station de Washington para coger un tren, Garfield se topó por casualidad con un parado desencantado. Charles Guiteau sacó un revólver, disparó dos tiros y gritó "¡Soy Lealista y Arthur va a ser presidente!" El 19 de septiembre fallecía Garfield, haciendo Presidente al Vicepresidente Chester Arthur. Guiteau fue ejecutado, no justificado.
El 6 de septiembre de 1901, el Presidente William McKinley, que había sobrevivido a la batalla de Antietam, estaba estrechando manos en la exposición de Buffalo cuando se acercó León Czolgosz, pañuelo envolviendo su mano derecha y ocultando un arma de fuego. Czolgosz, anarquista, descerrajó dos tiros. Czolgosz ("Maté al presidente porque era enemigo de la buena clase – la buena clase obrera. No me arrepiento de mi asesinato") fue ejecutado, no justificado.
Ahora tenemos a los justificadores. Se pusieron de moda con el asesinato del Presidente Kennedy. Ellos explicaron el motivo de que el culpable "verdadero" no fuera un marxista autoproclamado que se había mudado a Moscú y después había vuelto para apoyar a Castro. No, el culpable era "el clima de odio" en la conservadora Dallas, el "estilo paranoide" de la política estadounidense (conservadora), o alguna otra suerte de enfermedad mental producto de una dosis insuficiente de progresismo.
El pasado año, el columnista del New York Times Charles Blow explicaba que "la óptica debe ser irritante" para los conservadores: Barack Obama es negro, Nancy Pelosi es mujer, el Congresista Barney Frank homosexual, el Congresista Anthony Weiner (un Demócrata anodino, metido para satisfacer el cupo de Blow) judío. "Basta", decía Blow, "para hacer perder los estribos a un buen conservador". El Times, que tras el tiroteo de Tucson decía que "hay muchos entre la derecha" culpables de "demonizar" a la gente y de explotar "motivos de división", aparentemente estaba cómodo con la insinuación de Blow de que los conservadores son misóginos, homófobos, racistas y antisemitas.
El domingo, el Times justificaba Tucson: "Es sencillo y erróneo atribuir este acto concreto de un demente directamente a los Republicanos o a los miembros del movimiento fiscal. Pero… " El "directamente" lo dice todo.
Tres días antes de Tucson, Howard Dean explicaba que el movimiento fiscal es "el último grito de la generación que tiene problemas de diversidad". Aspirando al desafío de rebajar su reputación y el tono del discurso público, Dean tachaba de racistas a los activistas fiscales: Ellos se oponen al programa de Obama, Obama es afroamericano, ergo…
Esperemos que Dean sea el último grito de la generación de izquierdistas cuya postura por defecto en cualquier debate es declarar culpables de racismo a los contrarios. Este McCarthynismo de la izquierda — desprovisto de contenido intelectual, desmentido por los datos — es un tic mental, no una idea sino una táctica para evitar el diálogo con las ideas. Plasma el desprecio sin límite al pueblo estadounidense, que ha correspondido reduciendo el progresismo a sus actuales rasgos de debilidad electoral y sociología de andar por casa.
© 2011, The Washington Post Writers Group
- 23 de enero, 2009
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