Haití y los cuatro jinetes del Apocalipsis de 2010
Puerto Príncipe .- Haití sufrió hace hoy justo un año un devastador terremoto que causó en torno a 300 mil muertos y que vino a profundizar los graves problemas que padece este “Estado fallido” del Caribe.
Pero el terremoto no fue el final de los problemas sino el comienzo de otros muchos que se fueron acumulando a lo largo de 2010: los huracanes que azotaron la isla desde junio, la epidemia de cólera en octubre y finalmente la fuerte crisis política e institucional ocurrida a raíz de las elecciones presidenciales de diciembre.
El historiador haitiano Michel Soukar lo explica claramente cuando dice: “fue un año horrible. Primero el terremoto, luego los huracanes, las lluvias tropicales, el cólera y la catástrofe electoral. El balance de 2010 es muy duro para Haití y 2011 no será, claro está, nada sencillo”.
Los males que padece Haití son, por lo tanto, incontables. Como señalaba en el diario colombiano El Tiempo, Consuelo Ahumada ” Haití, primera nación de esclavos insurrectos y segunda en proclamar su independencia en el continente…casi dos siglos después, se (ha convertido) en la gran tragedia humanitaria de nuestros tiempos. Al devastador terremoto de hace un año se sumó la epidemia de cólera, que aún no cesa. Haití está además agobiado por la pobreza, el sida, el analfabetismo, la deforestación, la violencia, la inestabilidad política, la corrupción y la ocupación extranjera”.
Una crisis histórica
Desde 1986 Haití no levanta cabeza, aunque las raíces de sus problemas como Estado pueden rastrearse desde la independencia, allá por 1804.
En 1986 cayó la cruel y cleptocrática dictadura familiar de los Duvalier. Primero bajo la férrea mano de François Duvalier (1957-1971), y luego con la de su hijo Jean Claude Duvalier (1971-86), mucho más corrupto aún, pero menos dotado políticamente que el padre.
En 1986, Haití entró en una dinámica, que aún no ha acabado, de dictaduras como la de Henri Namphy entre 1986 y 1988, golpes de Estado como los de 1988 de Prosper Avril, 1989 de Abraham o 1991 de Raoul Cedras, intervenciones exteriores para restablecer el orden como las de 1994 y 2004, o gobiernos populistas como los encabezados por Jean Bertrand Aristide (1991-1994; 2001-2004), que no trajeron la estabilidad al país.
Como señala un artículo de la revista Humboldt dedicado a Haití, “Jean-Bertrand Aristide, el primer presidente elegido democráticamente, y reinstaurado en el poder por tropas estadounidenses después de un golpe de Estado, tampoco logró que su país caminara por una esperanzadora vía democrática y económica”.
Haití, al borde de la guerra civil, recibió en 2004 la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah) que junto con el gobierno de René Preval, desde 2006, parecía que había empezado a avanzar, hasta que comenzó el año 2010, el más trágico de la historia haitiana.
2010, el año de los cuatro jinetes del Apocalipsis
Los males históricos que arrastraba Haití se acentuaron en 2010 cuando cayeron sobre el país cuatro plagas: el terremoto del 12 de enero, los huracanes, la epidemia de cólera y la crisis política.
Si pervivía aún alguna duda sobre si Haití era o no un “estado fallido” (en 2006, Jacques-Édouard Alexis, primer ministro de Haití, aseguraba a Maite Rico en el diario El País que “Haití no era un estado fallido”), el terremoto del 12 de enero de 2010 acabó con lo poco que existía de Estado haitiano.
La imagen del Palacio presidencial derrumbado a causa del terremoto venía a resumir la situación política e institucional de esta nación del Caribe, cuya debilidad hizo que fuera incapaz de afrontar la tragedia.
El sismo de magnitud 7 en la escala de Richter provocó en quince segundos la destrucción de Puerto Príncipe causando en torno a 300 mil muertos, más de un millón de personas sin techo y alrededor de nueve millones de damnificados.
Como señala Alexandre Abrantes en el diario El País: “en mis 30 años de experiencia en el desarrollo internacional he visto muchas cosas como resultado de haber trabajado en Liberia y Sierra Leona y algunos de los Estados más frágiles de África. Sin embargo, me cuesta recordar una tragedia más terrible que la causada por el terremoto que azotó a Haití hace un año, comparable solo con las peores catástrofes que ha enfrentado el mundo”.
El terremoto evidenció la fragilidad del Estado y la debilidad del gobierno. “No importa cuánto dinero se destine mientras no haya un gobierno suficientemente fuerte para tomar decisiones”, ha asegurado Martin Hartberg, autor de un informe de Oxfam.
Abrantes añade además que “la magnitud de la tragedia se explica en gran medida por la alta densidad demográfica, pero también por la profundidad de la pobreza. Haití es el país más pobre del hemisferio occidental, era el peor preparado para enfrentar un desastre y el que se encuentra en las condiciones más deficientes para emprender la reconstrucción“.
De hecho, el terromoto de Chile en febrero de 2010 fue más fuerte (de más de 8 puntos) y causó menos muertes y menos pérdidas materiales y humanas. La diferencia, la aclara Soukar “el problema es el Estado haitiano, como se ha demostrado en la última superchería electoral, es un Estado fallido. No es capaz de asegurar la gestión de la ayuda que recibe”.
Además, la reconstrucción del país está fracasando, como denuncia Amy Wilentz, especialista en Haití, en un artículo para la CNN: “los campamentos son como una prisión…los restaurante más lujosos están llenos de extranjeros hablando de desarrollo…aún no se ha visto gran parte del dinero movilizado tras el terremoto, pues gran parte va a financiar a las organizaciones de ayuda y no llega a las personas que verdaderamente lo necesitan”.
Tras el terremoto, huracanes y cólera
Sobre una nación en escombros (el terremoto causó pérdidas que rondan los 8 mil millones de dólares -en torno al 120% del PIB haitiano), se abatieron a lo largo del año 2010 otras tragedias: la primera, varios huracanes y tormentas tropicales como “Fay”, en agosto; “Gustav”, el 26 de agosto; “Hanna”, el 3 de septiembre el Gustav, y la tormenta “Tomas” que causaron unos 500 muertos.
Y después llegó el cólera, en octubre. Una epidemia que había causado a 1º de enero pasado la muerte de 3.651 personas y había infectado a otras 171.304.
El director general de Médicos Sin Fronteras (MSF), Aitor Zabalgogeazcoa, considera que los casos de cólera en Haití comenzarán a remitir, probablemente, a finales de febrero, pero la epidemia “ha venido para quedarse”.
Si octubre trajo el cólera, diciembre vino con una crisis política para empeorarlo todo y demostrar que la elite política sigue sin estar a la altura de los graves problemas del país.
La crisis política e institucional
En la primera vuelta de las elecciones presidenciales, triunfó la ex primera dama Mirlande Manigat, con un 31,37% de los votos, seguida por Jude Celestin -candidato apoyado por René Prevel-, con 22,48%. Tercero fue el cantante Michel Martelly con 21,84%. Por lo tanto, Celestin, cuñado de Preval, disputaría la segunda vuelta con Celestin.
Los seguidores de Martelly se lanzaron a las calles a protestar e incluso hubo varios muertos. Ante la incertidumbre de los resultados llegó una misión de la OEA y se aplazó la segunda vuelta prevista para el 16 de enero.
La OEA, tras analizar los resultados, ha determinado “que no puede apoyar los resultados preliminares presentados el 7 de diciembre de 2010. Se recomienda que el candidato que quedó en tercer lugar (Martelly) pase al segundo lugar, y el que quedó en segundo puesto (Celestin) pase a ocupar la tercera plaza”.
Cuando más falta hacía estabilidad política y un gobierno legítimo, esa posibilidad parece diluirse. “necesitamos estabilidad política, porque de lo contrario ningún donante se verá incentivado a dar, y necesitamos un gobierno fuerte que pueda tomar decisiones”, dijo a IPS Emmanuelle Schneider, portavoz de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCAH) en Haití.
Amy Wilentz, autora de un libro sobre la historia de Haití desde el final de los Duvalier, asegura que “sin un nuevo presidente y un nuevo gobierno, Haití no tiene futuro porque sin garantías, la comunidad internacional no tendría con quien trabajar en la reconstrucción”.
Toda esta situación política, que se une a la tragedia humana, no hace sino confirmar las palabras de Óscar Peña en el Nuevo Herald: “hay miedo a la irresponsabilidad, a la falta de disciplina ciudadana, laboral y social en Haití. La diferencia entre países no está en los recursos que disponen, la diferencia está en la actitud de sus gobernantes y ciudadanos. En Haití las discrepancias se quieren resolver con incendios callejeros y protestas violentas que solo agravan la situación de pobreza y hablan muy mal de la cultura política de la sociedad. Los propios haitianos agravan su situación”.
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