Haití, La república de las ONG
Enfoques – La Nación
(Puede vers también en El Independent: Respuestas públicas y privadas a Katrina: ¿Qué podemos aprender? por Mary L. G. Theroux)
Puerto Príncipe. – Hace un año Josette Casseous lo perdió todo: Su casa, su marido, sus dos hijos, su trabajo y su fe. "Anyen, anyen" o "nada, nada" dice en creole, el idioma más hablado de la isla Caribeña. "Vivía en una casa del barrio de Delmas 32, estaba preparándoles la merienda a mis hijos que acababan de volver del colegio mientras mi marido estaba tratando de arreglar el televisor, y llegó." su voz y su mirada se pierden entre los sinuosos pasillos de la escuálida "ciudad carpa" que habita desde hace doce meses. "El goudou-goudou. Cuando me sacaron de debajo de los escombros me di de cuenta que había arrasado con mi vida."
Goudou-goudou es el nombre onomatopéyico que los haitianos dan al terremoto que el 12 de enero del año pasado a las 4:53 de la tarde hizo rugir las entrañas de la tierra arrasando con lo que quedaba de un país ya devastado por la pobreza, el hambre, las plagas, la inestabilidad política y la inseguridad. Más de 230.000 personas perdieron trágicamente la vida y un millón y medio de personas perdieron sus casas en la capital y las ciudades de Léogâne, Jacmel y Petit-Goâve.
Hoy, doce meses después, las pilas de escombros y el olor punzante a podredumbre son la moneda corriente de una geografía en la que la palabra destrucción se moriría de vergüenza. Un millón de personas todavía vive en carpas, bajo nada más que lonas o plásticos sostenidos por escuálidos postes, en casi cada rincón de la ciudad. En las calles, en cada atasco de tráfico, resaltan las camionetas blancas con logos de los incontables organismos internacionales y Organizaciones No Gubernamentales (ONG).
Pero el miércoles 12 de enero de este año Josette está tratando de recuperar su fe. Entre el sonido de tambores de la religión vudú, mayoritaria en Haití, mujeres vestidas de un blanco impoluto cantan y bailan muy cerca del monumento que identifica al país después de años de esclavitud francesa, las fallas de un estado nacional plagado de corrupciones, sangre e ineficiencias: el derruido Palacio Presidencial. "Ellos, los políticos, nos han fallado; ellas, las organizaciones internacionales y las ONG, también. Espero que Dios no nos falle ahora y que mis hijos vuelvan reencarnados para ocuparse de este pobre país", dice Josette enjugándose las lágrimas.
Para los vudú, después de doce meses de ser lavadas en el fondo del mar por ciertos ángeles, las almas de los muertos vuelven a la vida limpias, sin recolección de una vida pasada; se estima que 100.000 seguidores de esta religión, mezcla de creencias africanas y creencias indígenas caribeñas, perdieron la vida durante el terremoto. "No importa que quieran volver o no a un país devastado, no es decisión de las almas, es decisión de Dios. Un Dios que sabe más que nadie que ahora necesitamos haitianos nuevos para reconstruir Haití; si nos dejasen solos podríamos hacer las cosas bien", dice Max Beauvoir, cabeza de la religión vudú.
La afirmación de Beauvoir es el argumento candente a un año del terremoto que puso en cuestión y sigue sometiendo a duras pruebas la eficacia de las organizaciones de ayuda humanitaria y el casi inexistente rol del débil y saliente gobierno del presidente René Préval. "Han fallado tanto la implementación de las acciones de reconstrucción como la integración entre gobierno, agencias y ONG. Y muy pocos se autocritican", dice el doctor Paul Farmer, médico profesor de la Universidad de Harvard con amplia experiencia en Haití. En un paredón cercano, se puede leer claramente en un graffiti pintado en azul un mensaje que expresa lo que se siente en toda la ciudad: "El gobierno de Préval ha vendido el país a las organizaciones internacionales".
Un país conejillo de Indias
Pero no parece ser algo nuevo. Durante los casi treinta años de la sangrienta dictadura de François "Papa Doc" Duvalier y su hijo Jean-Claude "Baby Doc", la ayuda internacional ha conseguido suplantar a la producción y la inversión locales. Así el país, de a poco, se ha convertido en el conejillo de Indias de la ayuda internacional y, al sacarles a los haitianos el peso de la gobernabilidad de los hombros, se ha dado lugar a lo que muchos no dudan en llamar un "permanente estado predador". Se estima que antes del terremoto y con un presupuesto de salud de apenas 40 millones de dólares, Haití tenía el número más alto de cooperantes internacionales del mundo per cápita. Hoy sólo 150 ONG rinden informes frecuentes al Estado y se presume que alrededor de 12.000 operan en el país. No en vano, con evidente sorna, aquí se habla de Haití como "la República de las ONG".
"La gente en Haití no está informada de lo que las agencias están haciendo. Peor, no hay coordinación ni entre ellas, ni con los haitianos. Nos gustaría que los haitianos, los mismos que están sufriendo, nos digan qué es lo que funciona y lo que no", dice Karl Jean-Louis quien lidera elHaiti Aid Watchdog, ente independiente que monitorea de cerca a las organizaciones que trabajan en la recuperación de la azotada nación. "La temporada de huracanes empiezadentro de seis meses y todavía hay gente en carpas. Yo no veo a ninguno saliendo de ahí. Estas organizaciones tienen millones de dólares, más dinero que el gobierno haitiano. Si haces el trabajo bien, está bien, pero no se han visto resultados", agrega Jean-Louis.
Como si fuera poco, de la mano de la destrucción y la pobreza extrema, a lo largo de estos meses, llegaron otros demonios como el cólera (que muchos atribuyen a tropas de Naciones Unidas de nacionalidad nepalí), la violencia política, los linchamientos y las violaciones de mujeres. "Esta fue la mayor emergencia humanitaria de la historia moderna y se debe en gran parte a que Haití estaba mal desde antes. Y es cierto que muchas de las soluciones que se han implementado o tratado de implementar han sido lentas", dice la argentina Ana Arendar, quien trabaja para la organización Oxfam en Puerto Príncipe. "Pero también es cierto que, en medio de enormes necesidades, la respuesta global humanitaria salvó muchas vidas y proveyó a los afectados de alimentos básicos, agua potable y cuidados médicos", agrega.
Al paisaje de carencia visceral de una de las villas miseria más grandes y peligrosas del mundo, Cité Soleil, ahora se han sumado asentamientos de desplazados por el terremoto. Dentro de una imagen que produce arcadas de indignación, entre tanques de patrullaje de cascos azules de la ONU, hombres y mujeres buscan algo de comer en eternos campos de basura. Entre ellos, está la carpa donde hace ya un año vive la joven Ronilde Williame, de 26 años. "Perdí mi madre, mi casa y mi trabajo en el terremoto, y cuando pensé que no podía perder nada más, porque ya no tenía nada más, meses después perdí a mi novio por el cólera", cuenta Ronilde.
Algunas organizaciones como Médicos Sin Fronteras (MSF) y la Brigada Médica Cubana han sabido responder rápida y eficazmente a la epidemia, enviando doctores e instalando centros de atención para el cólera. Pero con 170.000 casos y 3600 víctimas fatales no ha sido suficiente. "Lo que no entiendo es cómo con la ?crème de la crème' de las ONG operando en Haití se haya tardado de cuatro a seis semanas en concretar acciones con la epidemia de cólera. Es evidente que hay fallas en la comunicación entre los actores", dice Stefano Zannini, quien lidera las acciones de MSF en Haití. "Hay una comisión de reconstrucción que está missing in action , y con la excusa de un gobierno que también está missing in action no se ven acciones para construir un país mejor. Se necesita todo: casas, agua, sistemas de saneamiento, escuelas."
Aun con esa escasez total, algunos haitianos están tratando de volver a una normalidad que en realidad ya era escasa. En lo que queda de una escuela pública cerca de lo que ahora no es nada más que el esqueleto de la catedral central de Puerto Príncipe, Emmanuel Gregoire está concentrado en una tarea quijotesca entre tanto escombro: barrer el piso. "Hoy es día de luto por el aniversario así que es feriado, pero mañana los chicos vuelven al colegio y quiero que esté todo lo mejor posible. Además de todo lo que han perdido este año entre casas y familias, ya han perdido muchas clases, quiero tratar por lo menos de ayudar en eso."
Mientras tanto, no lejos de ahí, entre los escombros de la Catedral Notre Dame de L'Assomption, mujeres de blanco rezan, con las manos extendidas, agradeciéndole a su dios por estar vivas todavía. Pero también le recriminan el haberlas hecho descender de un doloroso purgatorio al más ardiente de los infiernos. "¡Lagè avèti pa touye kokobe!" ("¡Mejor diablo conocido que diablo por conocer!"), grita una de ellas, sumergida en el llanto.
La intensidad del paisaje me hace volver a la paz de la escuela de Emmanuel, maestro de francés y lengua para primaria, y de castellano y literatura en secundaria. Emanuel perdió cuatro alumnos, cuatro niños, que se habían quedado después de hora y murieron aplastados bajo los escombros de una pared. Hoy, tratando de hacer las paces con la tragedia, me cuenta que, pese a las promesas de donaciones y campañas por un supuesto total de 15 billones de dólares, su presupuesto es casi inexistente y a veces él mismo tiene que conseguir los lápices para sus alumnos. "Kreyon pèp la pa gen gòm" ("los lápices del pueblo no tiene goma"), me cuenta que dice un dicho popular haitiano. "Pero acá no hay ni lápices, ni gomas, ni cuadernos, ¡ni que hablar de libros!", agrega, negando con la cabeza, escoba en mano, como si tratara de barrer la desgracia.
Abro mi mochila y le doy mi copia ya tatuada de tanto polvo haitiano de El Reino de este Mundo , de Alejo Carpentier, que me acompañó durante todo el viaje. Con una sonrisa de niño absorto abre el libro en las últimas páginas y, tomándose su buen tiempo, en un castellano fuertemente acentuado me lee un párrafo en voz alta que, según él, resume la vida de los haitianos: "Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo".
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