Siete horas en una palabra
Las 7 horas del discurso presidencial se hubieran podido resumir en una sola palabra: catástrofe, porque no otra cosa es lo que acontece en Venezuela.
No voy a ponderar los supuestos “gestos conciliatorios”, o los no menos pretendidos llamados al diálogo político, o la “oferta” de devolver la Ley Habilitante, aunque no ahora sino dentro de algunos meses. Y ello porque una cosa son las cuentas del 2010 y otra los cuentos del 2011.
Sobre lo segundo, el pasar de los días se encargará de reiterar la realidad y ni siquiera hará falta apelar a Santo Tomás por aquello de “ver para creer”. Baste recordar el teatrillo presidencial con gobernadores y alcaldes de oposición, durante la instalación del minusválido Consejo Federal de Gobierno, para saber de lo que se trata.
Pero sobre lo primero, o sea el catastrófico 2010 hay que insistir ya que el nuevo año continúa el mismo rumbo del anterior y, en general, de este proyecto de dominación que no pierde la habilidad de controlar el debate público y poner a casi todos a girar alrededor de sí.
O acaso no continúa a paso acelerado la erosión democrática y la imposición de la satrapía… Qué si no eso significa el chorizo de leyes autoritarias de la hora undécima, o la delegación legislativa cuasi-universal al señor Chávez, o lo más ominoso de todo, en materia político-institucional, y de lo cual no se habla mucho: la sustitución del Estado constitucional por el llamado Estado comunal y socialista, suerte de aplastamiento de la Constitución venezolana de 1999 por la Constitución cubana de 1976.
Además, en el dominio económico todas las señales indican que Giordani persistirá en su delirio sovietizante, hipotecando la faja del Orinoco a los chinos, endeudando al Estado hasta más allá de la coronilla, y quebrantando a más no poder la soberanía económica con la destrucción planificada del sector privado nacional.
Y en el plano social, Venezuela, ya convertida en una de las sociedades más violentas del mundo, no va a siquiera aminorar la tragedia del auge criminal con el experimento policial de la PNB que, en manos de los El Aissami de la “revolución”, no parece que tuviera futuro prometedor. Y ni hablar de la educación o la salud pública, cuyos males tradicionales se agravan y se agregan los nuevos o bolivaristas.
Y la infraestructura venezolana, deteriorándose ante la incuria, la retórica y la evaporación de los caudalosos recursos presupuestados, mientras se mantiene y quizá se acreciente el financiamiento billonario a las comanditas gobernantes de Cuba, Nicaragua y Bolivia.
Todo eso ha venido ocurriendo en la Venezuela menguada de estos años y seguiremos en lo mismo, en la medida que el señor Chávez no tenga los contrapesos que le impidan hacer lo que le de la gana. Y tan catastrófico como eso, es el discurso opositor que repite las premisas falseadoras de los libretos oficiales, y es incapaz de apreciar los activos de la trayectoria democrática venezolana, sin lo cual no hay fundamento sólido para impulsar la superación de la hegemonía imperante.
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