La ‘vendetta’ de Assange
El País, Madrid
Al observar el fenómeno Assange que ha venido desarrollándose últimamente, parece que estamos asistiendo al nacimiento de un nuevo icono y estética revolucionaria. Da la sensación de que la sensibilidad iconográfica del momento ha hallado en la efigie de Julian Assange una poderosa imagen de la revolución de nuestro tiempo. Desde las portadas de los medios (incluido EL PAÍS) hasta los improvisados pósteres de Anonymous, en cuestión de semanas, el rostro de Assange ha pasado a formar parte del imaginario de este cambio de década. Puede tratarse de un fenómeno transitorio, una moda, que, como otras, pasa, o de un fenómeno circunscrito a una determinada región geográfica, especialmente receptiva a este movimiento, pero existen razones que invitan a pensar en un cambio más longevo y profundo en la iconografía revolucionaria.
La estética de un movimiento nada tiene de trivial (basta pensar en la importancia que le otorgaron los movimientos políticos del siglo XX, especialmente los de signo totalitario); por lo que merece la pena reflexionar sobre este fenómeno, y repasar brevemente las razones que sugieren un cambio en el modo de imaginar y representar la acción revolucionaria.
Podríamos remontarnos hasta 1927, a la clásica Metropolis de Fritz Lang, para hablar de imágenes urbanas distópicas o apocalípticas, aunque encontramos un referente de partida reciente y más claro en la película Blade Runner (1982), de Ridley Scott, al plantearnos esta un futuro distópico cercano a nuestro imaginario actual, caracterizado por la paradoja entre hiperdesarrollo tecnológico y un deterioro irreversible del ecosistema global. En este filme aparece un Los Ángeles en constante oscuridad y bajo una lluvia perenne, poblada por humanos y replicantes de apariencia andrógina, a merced del poder de un grupo anónimo y privado. El poder público ha desaparecido.
La estética cyberpunk y la temática distópica que popularizó esta película volvemos a hallarla en filmes más recientes, como Hijos del hombre (2006), Soy leyenda (2007) o La carretera (2009). Esta estética cyberpunk, con sus elementos neogóticos y andróginos, es la que se repite en V de vendetta (2006), de James McTiegue, cuya iconografía ha sido explotada más directamente por el movimiento que secunda a Assange. Inspirada en la novela gráfica de Alan Moore y David Lloyd y, a su vez, esta en la vida del personaje histórico Guy Fawkes, el conspirador católico inglés que trató de volar la Casa de los Lores en 1605 sin éxito, V, su protagonista, viste una característica máscara blanca (también asociada a otro personaje mítico, el Fantasma de la Ópera) en la que destacan, además de la barba recortada, los ojos rasgados. Las máscaras de Guy Fawkes comenzaron a usarse por Anonymous en las manifestaciones en contra de la Iglesia de la Cienciología, al censurar esta la publicación online de una entrevista con Tom Cruise hace un par de años. Pero más recientemente, resaltando la similitud entre la palidez y los ojos de la máscara de Fawkes y los de Assange, se ha utilizado la efigie del primero para evocar la del segundo.
La imagen de Assange en los medios, tras ser puesto en libertad condicional hace unas semanas, frente a las puertas neogóticas de la Corte Suprema de Londres, vestido de blanco y negro, erigiéndose sobre los micrófonos que se cruzan delante suyo y envuelto en una luz rojiza, evocaba claramente el cartel de V de vendetta en el que aparece V sobre fondo rojo con dos espadas cruzadas, alzándose sobre la efigie de Evey Hammond (Natalie Portman) y miles de ciudadanos anónimos tocados con la misma máscara.
Que los últimos acontecimientos relacionados con Assange se estén desarrollando en Londres refuerza todavía más el paralelismo entre estos dos personajes. Pero es sobre todo el rico, a la par que abierto (algunos dirían caótico), repertorio de elementos subversivos que contiene la película y la novela gráfica original, lo que lo hace tan apropiado para un movimiento líquido (por utilizar el adjetivo de Z. Bauman y hacer referencia al propio nombre de Wikileaks), que se resiste a seguir sistemáticamente alguna de las líneas ideológicas tradicionales. También es resaltable que la dicotomía urbe en contraste con un entorno rural cobra fuerza en las películas distópicas más recientes, en las que las ciudades no son solamente inhóspitas por sus condiciones climáticas, sino por el peligro que supone vivir a merced de las actuaciones tanto de las autoridades como de grupos subversivos violentos. En este sentido, llama la atención un paralelismo entre el personaje de Theo Faron, de Hijos del hombre, y Julian Assange, que quizás pueda pasar inadvertido: en un momento dado, ambos se refugian en casas en el campo, fuera de la gran ciudad.
Menos anecdótica es la similitud, ya identificada y comentada, entre Julian Assange y Mikael (Kalle) Blomkvist, el protagonista en Millenium, la exitosa trilogía de Stieg Larsson. Kalle es un periodista que logra introducirse en los recovecos más oscuros del poder gracias a las dotes de hacker que posee su ayudante Lisbeth Salander. Su personaje tiene bastante del héroe masculino tradicional. Sin embargo, la protagonista Lisbeth, caracterizada también por una estética neogótica y una apariencia andrógina, además de por una personalidad compleja fruto de una inteligencia superdotada y cierta dificultad para las relaciones sociales, representa el antihéroe.
En muchos sentidos, Julian tiene más de Lisbeth que de Mikael: su aspecto frágil, su resaltada inteligencia muy superior a la media, su halo de niño incomprendido o de enfant terrible, etcétera. Que precisamente las autoridades suecas sean las que oficialmente reclaman a Assange es una casualidad que resalta este paralelismo.
Podríamos decir que la imagen de Assange reúne elementos de ambos protagonistas, emergiendo como puente entre la vieja y la nueva generación de activistas. Al igual que Mikael, Julian no está en su primera juventud y es un profesional experimentado, pero, al mismo tiempo, su apariencia le acerca a muchos de los protagonistas más jóvenes de un movimiento que lucha por un nuevo tipo de libertad de expresión y circulación de la información: es la generación que nació a primeros de los noventa. Naturalmente, existen muchas tendencias estéticas entre quienes rozan ahora los 20 años, pero los que se apuntan al ciberactivismo aglutinan aspectos frecuentemente del emo y otros derivados del punk con imaginería gótica y de la sofisticación apocalíptica urbanita del retro-déco-trash-chic de un par de generaciones atrás: la palidez (por la falta de exposición a los elementos), la delgadez (por la ausencia de ejercicio físico y el veganismo que practican algunos) y la androginia, tanto en la apariencia física como la indumentaria, son los elementos más visibles. Otros elementos más fundamentales son la dependencia tecnológica y un activismo (cabe preguntarse si de corte político) basado en la acción individual. Una acción que a menudo se da desde el relativo confort del dormitorio de la casa parental, un Starbucks o la biblioteca de la Universidad -las contradicciones que muchos miembros de generaciones anteriores vemos en este tipo de activismo, ellos no las ven-. En ese sentido, están más liberados.
Assange le pone cara, no solo a Anonymous, sino a todo ese movimiento líquido, cibernético, en gestación, que necesitaba (en eso no es diferente a los movimientos tradicionales) un icono de carne y hueso. Sin entrar a valorar las implicaciones de Wikileaks, ni las dimensiones de este movimiento a cuya vanguardia está la generación de los noventa, Julian Assange, gracias a la estética que se está generando en torno a su persona, parece reunir suficientes atributos como para erigirse en icono revolucionario del siglo XXI y servir de inspiración tanto a movimientos sociales y culturales como a creativos comerciales del mismo modo que lo ha hecho el Che y su venerada efigie por décadas. No es casualidad que la revista Rolling Stone italiana le galardonara con el Premio Estrella de Rock del Año (resaltando además su parecido físico con David Bowie -otro icono de raíces punkis). Es la vendetta de Assange.
Olivia Muñoz-Rojas es colaboradora del Departamento de Composición Arquitectónica de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (UPM).
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