Evo Morales amarga Bolivia
El colectivismo, como sistema económico, ha fracasado. Rotundamente. Así acaba de admitirlo, sin vueltas, el propio Raúl Castro, en Cuba, aunque sólo después de sumir a su pueblo en la peor de las miserias, postergándolo por espacio de medio siglo.
No obstante esa dramática admisión, algunos izquierdistas radicales -en su fanatismo ciego- no se han anoticiado siquiera del drama humano de lo que significa para la dignidad de la gente lo que ha sucedido en Cuba. Entre ellos, Hugo Chávez y su discípulo dilecto, Evo Morales. Ambos creen que con levantar el puño desafiantes basta para movilizar a la gente. Para hacerla soñar, al menos por un rato, con la irrealizable utopía que proclaman.
Pero los hechos mandan. En todas partes. En Cuba, la miseria está a la vista. En Venezuela, el caos es evidente. Y ahora en Bolivia faltan los alimentos de primera necesidad. Por ello, sin azúcar, la amargura de la gente crece, día a día.
En La Paz simplemente no hay azúcar. Desde noviembre del año pasado. Tampoco hay azúcar cruda. Para aquellos que no tienen los privilegios del poder, obviamente. Porque el Estado la tiene, como suele suceder.
En las tiendas de la llamada “Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos” (EMAPA) hay azúcar. Poca. Pero para comprar algunos gramos hay que hacer colas de más de ocho horas según informas los medios aún independientes de Bolivia, que cada vez son menos. Hablamos de más de dos cuadras de fila india. Como si nadie tuviera absolutamente nada que hacer. Una verdadera pena impuesta de pronto a la gente, porque sí nomás.
Las normas vigentes (para combatir la odiada “especulación”, presuntamente) sólo permiten a cada persona comprar azúcar una vez por mes. No más. El próximo paso será, quizás, la libreta de racionamiento, invento cubano esclavizante que está siendo abandonado en la propia isla.
Desde el frustrado “gasolinazo” en Bolivia los precios de los alimentos no han cesado de subir. No sólo los del azúcar. Por esto hay saqueos. Ocurre que el arroz subió un 14%; el del maní un 13%; el de la avena un 15%; el de la harina un 250%; el del aceite un 12%; el del trigo un 13%; y así sucede con muchos otros.
Para peor, desde el “gasolinazo” la gente tiene miedo al desabastecimiento repentino, enorme desconfianza al futuro entonces, y compra más de lo habitual para prevenir el supuesto de que efectivamente ocurra la desagradable sorpresa que muchos creen sucederá: la de un ajuste masivo de precios impuesto por la realidad de una economía que no funciona. Con lo cual la demanda es superior a la habitual. Lo que, increíblemente, está alimentado desde el poder que advierte constantemente que la actual política de subsidios a los alimentos y a los combustibles es simplemente insostenible. Por lo que obviamente se teme (no sin razones) un ajuste masivo de precios, lo que en Argentina se llamaría un verdadero “Rodrigazo”, expresión que recuerda la salida explosiva de los enormes desaciertos económicos que se acumularon en tiempos de Doña “Isabelita” Perón.
Emilio J. Cárdenas fue Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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