Un fantasma recorre el mundo: El fantasma de la democracia
“Sin ninguna duda, un fantasma recorre al mundo: el fantasma de la democracia. Que nuestros autócratas, represores y cleptócratas vayan poniendo sus bardas en remojo. Se están quedando dramáticamente solos”.
Si en América Latina la salida de Manuel Zelaya y la restitución de la institucionalidad democrática hondureña marcó un dramático cambio de giro en los paradigmas dominantes, anticipando la agonía de los delirios bolivarianos -con sus secuelas de desastres incentivados y promovidos desde Venezuela por el gobierno petro-castrista de Hugo Chávez-, así como el retorno hacia valores democráticos y representativos en todos los países de la región y el triunfo de gobiernos del centro democrático en Panamá, Costa Rica y Chile, la rebelión tunecina ha venido a sacudir al adormecido mundo árabe y a amenazar, como una suerte de marea insurreccional, a todas las dictaduras todavía existentes en el mundo.
La palabra Egipto se ha convertido en sinónimo de rebelión antidictatorial a tal grado, que el gobierno de Pekín no sólo censura las informaciones provenientes de El Cairo -el popular canal Al Yazeera ya ha sido sacado del aire por la moribunda tiranía de Mubarak- sino que ha bloqueado de las pantallas de la red la palabra Egipto. Las heridas dejadas por Tiananmen no parecen estar cicatrizadas. Los millares de jóvenes egipcios desafiando tanques y helicópteros remueven un profundo sentimiento de frustración de una sociedad que larva sus afanes libertarios que tarde o temprano fracturarán el caparazón de prosperidad neocapitalista de las élites del Partido Comunista que adormece al gigante asiático. Una diferencia notable marca las respectivas situaciones de África y Asia respecto del despertar democrático de América Latina.
Y el planeado viaje de Barak Obama a la región se ha encargado de poner de relieve con enorme suspicacia, como lo señalara en su mensaje a la Nación -apenas un suspiro en comparación con el que casi le demandara ocho horas al autócrata venezolano-: ha escogido sólo a Brasil y a Chile, como sus objetivos prioritarios en Sudamérica, además de El Salvador en Centroamérica. Brasil, por constituir la gran potencia de la región y Chile, por haberse constituido en el ejemplar modelo de prosperidad y crecimiento acompañados de un indudable fortalecimiento de su sistema democrático. Son, que duda cabe, los aliados estratégicos del demócrata norteamericano. La diferencia entre la explosiva realidad africana y la potencialmente explosiva situación latinoamericana -con los gobiernos bolivarianos al borde del abismo y Cuba viviendo los últimos estertores de su agonía- radica no sólo en la existencia de modelos ejemplares de convivencia democrática y creciente prosperidad -como los de Brasil y Chile- sino en la existencia de una cultura democrática subyacente en la región, que amén de constituirse en un dique de contención a los afanes totalitarios de los regímenes bolivarianos constituye un puente sólido y experimentado para garantizar la transición hacia la institucionalidad democrática.
Ello significa que aún si Venezuela, Ecuador, Bolivia o Nicaragua experimentaran sacudidas semejantes a las que adquieren dimensiones trágicas en Egipto o en Túnez, ellas no rebasarían jamás los marcos de pacífica convivencia que caracterizan la vida política en la región. Más allá del incendiario verbalismo de los presidentes Chávez, Correa, Morales u Ortega, la fortaleza democrática de los respectivos pueblos permitiría una rápida superación de los traumas rupturistas y la pronta restitución de las garantías constitucionales.
Es más: cabe imaginar la posibilidad, por remota que le parezca a algunos sectores alarmados por la amplitud del dominio del castrocomunismo en la región, de que la superación de las actuales crisis sociopolíticas y económicas de las naciones bajo el influjo del castrochavismo se resuelvan mediante elecciones pacíficas. Un desiderátum que sólo el fanatismo y la desesperación podrían considerar absolutamente excluido del escenario político. Por lejana que hoy nos parezca esa utópica posibilidad. Pocos hubieran siquiera imaginado hace apenas unos meses la posibilidad de que la recién electa presidenta del Brasil asumiera un giro copernicano en su política exterior respecto de la de su inmediato antecesor y camarada de partido Lula da Silva, como el recientemente expresado rompimiento de los lazos que aquel estableciera entre su país y el Irán de los ayatolaes. Es sin duda un promisorio y muy alentador signo de los tiempos.
Quienes ayer blindaran los abusos del teniente coronel y le sirvieran la plataforma regional para salir airosos de grandes desafíos, como el referéndum revocatorio del 15 de agosto de 2004, no parecen dispuestos hoy a avalar su política violatoria de los derechos humanos. Primera prioridad de la presidenta del Brasil, como lo acaba de reafirmar frente a la poderosa comunidad judía de su país.
Sin ninguna duda, un fantasma recorre al mundo: el fantasma de la democracia. Que nuestros autócratas, represores y cleptócratas, vayan poniendo sus bardas en remojo. Se están quedando dramáticamente solos.
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