Uruguay: Melancolía
Cómo se encuentra Uruguay al empezar este 2011? ¿Qué siente? ¿Qué espera? ¿Espera algo? Preguntas de siempre pero que el solaz del verano contribuye a arrimar.
La economía está que vuela. Los últimos números disponibles indican un crecimiento del 8.8% del PBI. Con el bolsillo repleto todo luce mejor: todo es barato cuando el novillo vale, dice el paisano.
Pero ese crecimiento económico tiene algunas características que su misma opulencia disimula y que conviene advertir. La casi totalidad del crecimiento obedece a la demanda interna, en particular al consumo. De esos 8.8 puntos porcentuales de aumento del PBI casi 7 son del consumo privado y sólo 1.6 corresponden a la inversión (Nicolás Lussich, El País Agropecuario; 20-1-2011).
Gastamos todo, nos reventamos los mangos como si la fiesta fuera a terminar fatalmente mañana, como si sintiéramos que es inútil y carente de posibilidades reales el esfuerzo por levantar una maquinaria productiva o establecer una ecuación económica propia, construidos por el esfuerzo nacional. Para el uruguayo -parece, hoy, al despuntar febrero, pero quizás ha sido su resignación de añares- la vida se presenta (y se toma) como una caprichosa sucesión de coyunturas exógenas: hacemos fiesta y consumimos todo lo que podemos mientras dura la bonanza, y cuando lo que viene de afuera nos pega mal, nos metemos en la cuevita, abrazados como siempre a la secreta y no formulada convicción de que ni tenemos mérito en la primera ni culpa alguna en la otra.
Gran parte de la bonanza actual proviene de dos actividades: la agropecuaria y el turismo. En ambas trabajan muchos uruguayos y trabajan bien. Sin perjuicio de ello y sin desmerecer a nadie, no se puede negar que una considerable porción de la riqueza allí producida proviene de la iniciativa, el empuje empresarial y el capital extranjero.
Pero nada nos inquieta: todo parece camino seguro cuando el bolsillo está repleto. Los males endémicos del Uruguay, aquellos que se han hecho tan prolongados que el vertiginoso reloj del festejo presente no puede registrar, quedan desatendidos, escondidos. Es otra manera de desentendernos de nuestras responsabilidades hacia el futuro. La educación pública, en todos sus niveles, es un desastre. Ello es tan evidente que hasta es admitido por la izquierda, ella que ha sido la dominadora hegemónica de ese ámbito y, por consiguiente, la mayor responsable. Pero todo se licúa en discursos, en cambios organizativos, en retoques que no se hincan en el corazón del problema. Tito Livio definió a la decadencia como la situación en que nuestros defectos se hacen insoportables pero no toleramos la aplicación de los remedios.
¿Y en el ámbito político? El panorama luce un tanto vacío, de un lado y del otro. Sobre el ánimo de los uruguayos se va asentando poco a poco un melancólico desencanto. El gobierno de Mujica fue recibido con una benevolencia esperanzadora de parte de la mayoría de la población; en diez meses de marcha sigue pintoresco como siempre pero sin brújula; facundia en el discurso y carencias tan visibles para ejercer aquello que de un Presidente específicamente se espera: ser ejecutivo (Poder Ejecutivo), ejecutar.
- 23 de julio, 2015
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