La revolución vía Twitter
Es un hecho comprobado que las revoluciones populares en Túnez y Egipto fueron ayudadas en gran medida por el extensivo uso de redes sociales como Twitter, Facebook y Youtube.
Mientras los gobiernos trataban de controlar la información en los medios convencionales, particularmente la radio y la televisión, los revolucionarios se valieron de las redes sociales para difundir sus mensajes y convocar a la movilización.
Esta circunstancia llevó a muchos analistas a concluir que las redes sociales se habían convertido en la chispa fundamental que encendía la mecha de la revolución, la herramienta capaz de deponer a los regímenes autoritarios.
El nuevo arsenal de redes sociales ayudó a acelerar la revolución en Túnez, forzando al hombre que gobernó durante 23 años, Zine el-Abidine Ben Ali, a un exilio ignominioso y encendiendo una conflagración que se diseminó por el mundo árabe a una velocidad vertiginosa, escribió Scott Shane en The New York Times.
No obstante, algunas voces se apresuran a advertir contra el excesivo entusiasmo respecto de la capacidad revolucionaria y la independencia de las nuevas tecnologías.
Una de estas voces es la de Evgeny Morozov, un investigador y profesor visitante de la Universidad de Stanford, de 27 años, nacido en Belarus, cuyo libro más reciente, The Net Delusion (La falsa ilusión de la Red) se ha convertido en un best-seller y en la referencia obligada para evaluar el verdadero impacto de las redes sociales.
Morozov cita como primera advertencia el episodio ocurrido el 15 de junio del 2009, cuando las multitudes en Teherán se lanzaron a la calle para protestar lo que consideraban una elección fraudulenta. Ante la efervescencia de los manifestantes, Jared Cohen, un funcionario menor del Departamento de Estado norteamericano envió un correo electrónico a Twitter indicando que en vista del papel crucial que esta red estaba cumpliendo en Irán, les imploraba que pospusieran el mantenimiento rutinario programado para el día siguiente, a fin de no interrumpir el flujo de comunicación entre los manifestantes. Twitter aceptó, demorando el procedimiento 24 horas.
Para Morozov, este intercambio, de apariencia inocente, entre una dependencia del gobierno y una red social es indicativo de la manera en que estas redes pueden convertirse en instrumentos de la política exterior norteamericana. El autor llama al excesivo entusiasmo por la capacidad democratizadora de las nuevas tecnología ciberutopías, indicando que de la misma manera en que las redes sociales presentan una oportunidad para los movimientos democráticos, pueden ser utilizadas y manipuladas con igual eficacia por los gobiernos autoritarios.
Trae el caso del gobierno chino, cuya primera respuesta a los disturbios en la provincia de Xinjiang, en el 2009, fue bloquear el internet durante diez meses. Pero, a medida que los aparatos represivos se fueron familiarizando con las posibilidades de las nuevas tecnologías, comenzaron a explotarlas en su favor como, por ejemplo, la capacidad de identificar a los activistas o de bloquear el acceso a internet de manera discriminada.
Más aún, los chinos han creado una vasta red de comentaristas progubernamentales, que se conoce con el nombre de Partido de los 50 Centavos, en alusión al pago que los participantes reciben por cada mención favorable al gobierno que realizan en alguna de las redes.
Entre los numerosos ejemplos que Morozov cita, figura el caso de Konstantin Rykov, uno de los pioneros de la pornografía por internet en Rusia, quien fue contratado por el Kremlin para manejar la propaganda pro Putin desde las redees sociales.
O el de Hugo Chávez, quien después de advertir que la oposición utilizaba Twitter para transmitir mensajes contra su régimen, abrió su propia cuenta en Twitter que hoy dispone de más de medio millón de seguidores, a quienes Chávez bombardea con su propaganda política, de la misma manera que lo hace por la cadena de radio y televisión.
Irán e Israel han creado sus propios ejércitos de cíbernautas para explotar las posibilidades de las redes sociales. Los iraníes despachan millones de mensajes promoviendo las bondades del régimen y alertando, entre otras cosas, contra la propaganda desestabilizante de grupos prosionistas y pronorteamericanos. Los israelíes, por su parte, cuentan con una llamada Fuerza de Defensa Judía del Internet (JDIF), entre cuyos objetivos figura luchar contra el antisemitismo y el terrorismo en la red y defender las políticas del Estado de Israel.
Una de las acciones más audaces de este grupo, fue eliminar 110.000 nombres de un grupo allegado a Hezbollah. Es en este vasto territorio inexplorado donde las futuras guerras ideológicas habrán de librarse. Las redes sociales, los mensajes de texto, los blogs y los foros son, efectivamente, bocas de difusión de ideas, proclamas y convocatorias a disposición de cualquiera y con un alcance global nunca antes imaginado en la historia. Nadie controla su contenido. No hay tamices ni filtros. Con la misma convicción y las mismas herramientas, pueden promover la revolución tanto como la contrarrevolución, servir de enlace entre movimientos pro-democracia o poblar las bases de datos de los servicios de inteligencia.
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