TLC (Trabas y Lastres de Colombia)
Portafolio, Bogotá
Los tratados de libre comercio no son buenos ni malos por sí mismos. Aunque se tenga la figura preventiva del negocio que hicieron el león y el venado, la diplomacia económica encuentra ventajas, especialmente para aquellos países parados en una veta de riqueza, como el nuestro, al que se le abren posibilidades tan sorpresivas como el tren transoceánico chino en la indomable selva del Darién.
Muchas personas miran los TLC con incredulidad. Como los camioneros que asaltaron a Bogotá esta semana, y cuyos dirigentes, al referirse a las carreteras de lástima que transitan, no dejaron de sonreír al pensar que esas son las vías que nuestro país aportará al tráfago endemoniado del comercio. También llevaremos a ese barullo la ilegalidad rampante y un mercado laboral informal, acostumbrado al rebusque con todas sus secuelas morales y sociales. Allá irán a parar los que el Dane define con amplitud y fragilidad como ‘ocupados’, los desocupados, los inactivos y los subempleados objetivos y subjetivos, categoría perturbadora, por la forma como puede dibujar el fenómeno de la frustración, lastre anímico y vertiente de resentimiento.
Pero situaciones como esas comenzarán a formar parte de lo que quitan y ponen los TLC. Hay, sin embargo, una serie de lastres culturales que serán críticos cuando el gringo, el coreano o el habitante de Tuvalú fijen compromisos que se cumplen porque se cumplen. Entre ellos, y sólo para que esta columna no escore como un barco hechizo, menciono el incumplimiento y la impuntualidad, la forma cómo la palabra dada ha perdido valor y el sentido del rigor que se ha desvanecido en la cheveridad.
Ricardo Ávila, Director de PORTAFOLIO, mencionaba en una conferencia las ventajas estos tratados, pero no dejaba de pensar lo que pasaría cuando el gringo se quedara esperando el trabajo y recibiera de regalo lo que nosotros nos damos cada día: disculpas, excusas, mentiras, rodeos, y todo ese arsenal del folclor doméstico que nos hace un país chistoso, pero incompetente.
Enfilados en suscribir TLC, atraer inversión y empezar a andar la senda que nos convertirá en una potencia mundial en el 2050, se nos está haciendo tarde para cambiar el paradigma. Quedan 39 años y unos meses para sacudirnos la caspa de la falta de seriedad en la forma como prometemos y no cumplimos, confirmamos y no llegamos, tomamos, pero no damos.
En la larga preparación que Juan Manuel Santos cursó para ser presidente, también está advertido ese asunto. No podía ser de otra manera, entre otras razones, por la égida de don Enrique Santos Castillo, su papá, que era completamente espartano en el compromiso y la puntualidad, y que no tenía empacho en zarandear al que le fallaba, pero sobre todo al que incumplía su responsabilidad, payaseaba su deber, mañoseaba su labor.
Por allá en Anapoima, el presidente Santos enunció un código ético para su Gobierno, un acuerdo de principios y valores en cuya práctica no puede hacer concesiones ni dejar de predicar, como una forma de evangelizar para el futuro de esta potencia. Hay que combatir como un objetivo público la impuntualidad, la venalidad de la palabra, el incumplimiento y el despachar las cosas como caigan. Para que cuando llegue el tuvaluano, no se quede esperando, y se vaya.
- 4 de febrero, 2025
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