El Salvador: Pacto fiscal, con los actores incorrectos
Volvió una noche. Igual que el tango de Gardel. Claro que este regreso, a diferencia del evocado por don Carlos en su canto, era totalmente previsible. Al menos, para quienes no están distraídos.
Me refiero a la discusión sobre el pacto fiscal, del cual el sector privado y el Ejecutivo tanto hablaban hace ya casi un año, hasta que otros asuntos más gratificantes, como por ejemplo un viaje a Brasil ("la desconfianza está superada", ¿recuerda?…), hicieron que el pacto fiscal pasase al baúl de las cosas postergadas. Desafortunadamente.
Claro que la primera pregunta que cabría formularse es: ¿está bien que esa discusión se entable entre el Ejecutivo y la ANEP?, ¿no son acaso otros los actores que deberían estar en escena? La recurrente imagen de Segovia y Araujo en la tapa de los diarios muestra una foto incorrecta.
No es coherente estar todo el día hablando de la necesidad de fortalecer las instituciones republicanas para que a la hora de discutir un pacto fiscal a todos se les olvide, ¿casualmente?, que la Asamblea Legislativa es la única institución facultada para aprobar impuestos, préstamos públicos y gastos del presupuesto.
¿No gusta la actual Asamblea?, ¿tiene diputados poco confiables? Ciertamente hay que mejorarla, pero ese es otro tema. Que los actuales diputados sean malos no es argumento válido para ignorar la institucionalidad.
Menos coherente aún es olvidarse de la Asamblea cuando se habla de un pacto fiscal, que es ante todo un acto político mediante el cual el pueblo, a través de sus representantes, decide establecer tres cosas: a) las normas que deberán adoptarse para la administración del dinero que paga con sus impuestos (transparencia gubernamental), b) el destino específico que deberán tener esos fondos (aplicación del gasto), y c) el nivel de impuestos que la sociedad adoptará (carga tributaria).
En esa discusión tienen que estar involucrados los partidos políticos, que son realmente los únicos que pueden garantizar el cumplimiento a largo plazo de tales pactos, dado que la Asamblea se renueva con personas que provienen de las filas de los partidos: los individuos pasan, los partidos quedan.
¿No gustan los actuales partidos?, ¿tienen dirigentes poco confiables? Ciertamente hay que mejorarlos, pero ese es otro tema. Que los actuales dirigentes políticos sean malos no es argumento válido para ignorar la institucionalidad.
Un síntoma de la poca importancia que en la práctica se le otorga a las instituciones republicanas, más allá del discurso políticamente correcto que todos recitan, es que en el campo pagado de la ANEP ("Aumento de impuestos no es lo mismo que pacto fiscal") no se menciona ni una sola vez a la Asamblea Legislativa.
El título fue, ciertamente, impecable. La omisión de toda alusión a la Asamblea en una discusión sobre temas impositivos fue, simplemente, lamentable.
El CES (Consejo Económico y Social) y la ANEP podrán tener muchas diferencias entre sí. Comparten, sin embargo, su absoluta carencia de facultades para representar a los contribuyentes. En todo caso representan, simplemente, los intereses sectoriales de sus integrantes. No nos confundamos.
Por cierto, no será en esta columna donde se relativice la indiscutible relevancia que tiene el sector privado para el desarrollo económico de un país, y para el bienestar de su población. El sector privado es el único que produce bienes, servicios y empleos de manera genuina. Tampoco aquí nos confundamos.
Y precisamente para que no sean otros los que relativicen la relevancia del sector privado, es que sus representantes deberían ser más estrictos con la institucionalidad. Ya fue indicado cómo. Ese es el tema de fondo.
Además, claro, está el tema de las formas. Para cualquier funcionario hay pocas cosas más fáciles de satanizar que un empresario yendo al choque ante un posible aumento impositivo. "Los ricos no quieren pagar impuestos", repetirá en tribunero latiguillo, de éxito asegurado.
Debe hacerse un mejor y más inteligente trabajo en defensa del sector privado. Con más institucionalidad. Y menos ingenuidad.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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