Gas en El Salvador: el subsidio de los lamentos
Y de repente, todos son lamentos ante los cambios en el subsidio del gas. Provienen, incluso, de los que dicen ser de derecha, quienes siguen sin reconocer que el subsidio generalizado es una injusta lacra que no quisieron corregir cuando gobernaban, por no pagar el costo político de eliminarlo.
Tienen razón, sin embargo, cuando puntualizan que el problema está en la forma en que se quiere corregir ahora el problema. Habría que ser ingenuo para no ver que la falta de claridad del mecanismo propuesto abre la puerta a nuevas injusticias. Y ventanas a la corrupción. Natural de este planeta.
Los que dicen ser de izquierda, por su parte, lejos de haber impulsado medidas correctivas al inicio de la actual gestión de gobierno, dejaron que pasara el tiempo y ahora se lamentan. Oponiéndose, paradójicamente, a cambiar un subsidio que en gran medida reciben los no tan pobres. Cosas veredes…
Tienen razón, sin embargo, cuando señalan que el problema está en el impacto negativo que tienen las medidas mal implementadas. Incluso si son buenas. Habría que ser ingenuo para no ver que el exceso de enredos abre la puerta a la desazón del electorado. Natural de la política.
No faltarán quienes reclamen a los medios estar haciendo operaciones de prensa contra los cambios al subsidio. Se equivocan. Las fotos de gente agolpada en los centros de consulta no son producto de la imaginación. El desconcierto que muestran, tampoco. La necesidad de estar aclarando cosas todos los días, menos aún. Evidencian, simplemente, fallas en la instrumentación.
Los medios buscarán siempre poner el dedo en la llaga. El problema no es el dedo, sino la llaga.
Varios aspectos conceptuales del cambio propuesto son realmente positivos: vincular el subsidio a consumos eléctricos bajos es razonable, aún cuando no siempre tales consumos serán un indicador perfecto (nada lo es en este mundo), y habrá zonas grises: mediciones no individualizadas, comedores populares, etc.
Las transferencias monetarias directas son también razonables, toda vez que estén focalizadas en los más necesitados y se las condicione de manera estricta. No funcionan cuando, tal como se propone, los beneficiarios son un enorme porcentaje de la población. Terminan en manos de quienes no las necesitan.
El subsidio del gas representó en 2010 una erogación estatal de 140 millones de dólares, de los cuales unos 20 millones fueron pagados por los consumidores de gasolina a través de un impuesto específico llamado FEFE, que encarece en 16 centavos de dólar cada galón. Y los otros 120 millones surgieron de dinero que debiera haber llegado a los verdaderamente más necesitados: mejores escuelas, mejores hospitales y más medicinas en salud pública.
Para peor, buena parte de ese dinero quedó en manos de contrabandistas: pocos negocios son más rentables que comprar gas en El Salvador a $5.10/cilindro para venderlo en Honduras o Guatemala a alrededor de $15/cilindro. La mala noticia es que a esas ganancias las pagó usted con sus impuestos. Sin subsidio no habría contrabando.
Un subsidio no focalizado (como hasta ahora), o insuficientemente focalizado (como desde ahora) envía, además, señales perversas sobre el costo y la escasez de un recurso caro como es el gas. Demasiada gente seguirá sin cuidarlo, sabiendo que el Estado le seguirá pagando gran parte de la factura. Así funcionamos los humanos.
El presidente Funes tiene un trabajo demasiado importante como para haberse visto obligado a tener un involucramiento personal en definiciones operativas, explicaciones televisivas, e idas y venidas con la banca. Ese era el trabajo de gente que no lo hizo.
Gente que de haber tenido esas cosas bien resueltas, en tiempo y forma, hubiera generado menos oposición a los cambios. Los contribuyentes tienen 140 millones de razones para lamentarse.
Son los mismos que luego de prometer, y obviamente nunca cumplir, con la quimera de una fórmula que haría bajar el precio de la gasolina, ahora andaban de viaje. ¿Dónde? En el Muro de los Lamentos.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires)y columnista de El Diario de Hoy.
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