¿Qué es liberalismo cristiano?
Introducción
El liberalismo cristiano no va a destruir al liberalismo clásico, muy por el contrario: lo va a repotenciar y a relanzar, si Dios permite.
Desde hace muy largo tiempo el liberalismo anda desvitaminizado, debilitado y decaído, por falta de realismo. Y para una visión realista de la política, ¿qué mejor que la Biblia? Después de todo, de la Biblia surgió esa idea de que los gobiernos han de ser limitados, y asimismo toda autoridad humana, por la natural inclinación del hombre al mal, y la consecuente —e igualmente natural— tendencia de los poderosos al abuso del poder. Mi libro “Las Leyes Malas” es un estudio bíblico sobre política, leyes y gobierno.
Esa visión realista es la opuesta al optimismo ingenuo de Rousseau: “El hombre es bueno por naturaleza”. En EEUU el “liberalism” se infectó de roussonismo; y por eso la palabra ha llegado a ser en Usamérica un sinónimo de socialismo “progre”: el hombre es bueno, y el Estado le hace perfecto.
También le faltan al liberalismo vastos contingentes de entusiastas, y cientos de cuadros o activistas militantes en cada país. Desde hace unos 400 años Latamérica es tierra de grandes mayorías católicas, y ahora en el nuevo siglo los cristianos evangélicos suman 100 millones, entonces, ¿por qué el liberalismo clásico no puede dirigirse a las audiencias cristianas, católicas y evangélicas? Si sólo el 1 % de esos evangélicos leyera y aprendiera el mensaje político de la Biblia, contaríamos un millón de liberales clásicos en Latamérica. ¿Y si sumamos a los católicos que también capten el mensaje? Desde luego hablamos de un proyecto no confesional o exclusivista sino amplio, tan ancho y largo como para que los cristianos podamos tener cabida, desde nuestros referentes liberales clásicos, y de ellos el primero y común a todos los cristianos es la Biblia. A ese proyecto dedico este libro.
En los años ’50 del pasado siglo surgió la democracia cristiana, y no destruyó la democracia, ni en Europa ni en Latamérica. Al contrario: allí donde la DC fue bien acompañada por economía de mercado libre (no “social” o semi-socialista), sirvió para reforzar y apuntalar la democracia, como en Alemania e Italia, apenas librados de Hitler y Mussolini. Entre nosotros, lamentablemente la DC no cumplió ese papel, porque optó por el talante anti-liberal del viejo catolicismo español (que en los ‘50 el franquismo estaba abandonando, por la buena influencia del Opus Dei).
En los ‘70 aquí resurgió el socialismo cristiano; y no destruyó al socialismo, y por el contrario, lo revitalizó (¡qué pena!) Y por eso ahora lo padecemos en el poder, p. ej. en Nicaragua, El Salvador, Paraguay. Sus actuales gobernantes fueron ideológicamente intoxicados en los ’70 y ’80 por la “Teología de la Liberación”, y desde entonces no se molestaron en cuestionar aquellas lecturas juveniles.
Liberalismo: candidez, indolencia, inoperancia
¿Y por qué se encumbró el socialismo? Por el vacío de los liberales. En los ’90 fracasó el mal llamado “Neo-liberalismo”: no hubo reformas liberales. Ni después. Por esto no hay capitalismo, que es propiedad privada y competencia abierta en los mercados libres de fraude o violencia, sin los monopolios, que siempre resultan de la acción estatal. Ni hay riqueza, que siempre resulta del capitalismo. Porque casi todos los liberales, con increíble candidez —no exenta de indolencia— esperaban de los jefes populistas y estatistas las reformas de libre mercado. (Y no pocos las esperan aún).
Surgieron por entonces del PRI mexicano, el peronismo argentino y AD en Venezuela, los tres Carlos (Salinas, Menem y Pérez), y otros Presidentes populistas a los que se supuso “convertidos” al liberalismo de Mises, Hayek o Friedman. Pero sus políticas “macro” sólo cumplieron las exigencias del FMI, apenas para solventar los problemas financieros inmediatos del Súper-Estado (como manda el Consenso de Washington); no para resolver los problemas de la gente. Al contrario: encubrieron la insolvencia fiscal decretando más impuestos —sobre todo indirectos, ocultos en los precios y de este modo inevadibles— y vendiendo carísimos los monopolios estatales, que una vez privatizados, se reembolsaron con elevadas tarifas.
En los ‘90 se eclipsó el Estado-empresario, pero no murió el Estado dirigista de la economía y único emisor de dinero, ni el Estado-educador, médico, asegurador y benefactor filantrópico. No retrocedió el estatismo, ni surgió de sus cenizas el Estado con sus verdaderos “funcionarios”, para sus verdaderas funciones: 1) militares para la defensa nacional contra los ataques del exterior, y en lo interno policías contra el crimen verdadero, que es el irrespeto a la vida, propiedad y libertad (no el consumo o compraventa de sustancias); 2) diplomáticos, y jueces para resolver pleitos y aplicar las verdaderas leyes: reglas generales y objetivas de justicia contra los transgresores (no esos comisarios “superintendentes” ejecutivos para imponer reglamentos, úkases y directivas contra la gente); y 3) colectores de impuestos justos, y contratantes honestos de empresas privadas para construir y mantener la infraestructura física, que son las verdaderas obras públicas: calles, caminos, puertos y aeropuertos, puentes y autopistas (no teatros, escuelas o canchas deportivas).
Aunque con poco éxito, el liberalismo clásico se opone al estatismo: el control y dirección estatal de toda la vida humana —no sólo la economía— más allá de los límites naturales. Es un cáncer muy avanzado, porque los gobiernos en todo el planeta aplican esta doctrina y su política al menos desde los ’50, y se extiende en todas las áreas. El fracaso es total: la economía intervenida no produce, la escuela estatal no educa, los hospitales “públicos” apestan y enferman. Y desatiende el Estado sus funciones propias, por eso no hay seguridad en calles y fronteras, ni justicia en los tribunales, y casi no hay obras públicas, ni mantenimiento siquiera.
Es tal el fiasco del estatismo, que ahora su objetivo no es resolver los problemas sino su “prevención”, y para ello exige más control total y absoluto. Así la “prevención del delito” revela el fracaso ante el crimen, y la “medicina preventiva” intenta disfrazar la impotencia del Estado para curar las enfermedades, ¡pero nos dice lo que debemos comer! A las calamidades naturales también ahora quiere “prevenirlas” el Estado, y hace simulacros para que ensayemos el arte de obedecer sus órdenes sin chistar. La “prevención del VIH” encubre un fin más ominoso: la “educación sexual” con el libreto estatista; igual es la “prevención de lavado de activos”, aunque más encubierto su real propósito: el control de nuestros fondos monetarios.
Sin embargo, el liberalismo clásico sigue ausente de la escena política.
Liberalismo Clásico: cinco valores y cinco reformas
Al liberalismo le hace falta explicitar los valores a los que se adhiere y que propone para la sociedad, además de la libertad, que nunca anda sola. La libertad siempre se acompaña de toda una amplia familia de valores, frutos del Gobierno Limitado, que es un padre con cuatro hijas y un hijo, a saber: la libertad, la seguridad, la justicia y la riqueza, y el orden. Son cinco resultados. El orden es el equilibrio entre el Estado y las instituciones privadas, y de estas entre sí, cada cual en lo suyo. Y la paz es hija del orden, nieta del Gobierno Limitado, criada en este ambiente familiar.
El logro de los buenos resultados de estos valores requiere un Programa de Reformas como no hubo en los ‘90, para las cinco áreas críticas: Estado, economía, educación, atención médica, y jubilaciones y pensiones. El producto esperado se puede resumir en consignas atractivas como “Más y mejores oportunidades y calidad de vida para todos” en lugar de “igualdad de oportunidades”, o también “Ganar más y vivir mejor”.
También le hace falta al liberalismo una definición más clara y rigurosa: describir con mayor precisión cuáles son las funciones estatales, aclarando así que sus poderes, y sus recursos, son los estrictamente indispensable para cumplirlas, nada más; y así fijar sus límites en las tres dimensiones.
El liberalismo clásico no se opone a Dios ni a la religión, ni siquiera al Estado, sino al estatismo, que se traduce en la usurpación por los gobiernos de funciones que naturalmente son de las familias, empresas, Iglesias y otras instituciones o entes privados; y en la consiguiente confiscación de poderes (libertades) y recursos de los particulares. Por eso la propuesta liberal clásica no es una revolución, es una devolución. Y la Biblia tiene mucho que aportar al respecto, como en el pasado ya lo hizo, en la historia de los países hoy ricos: Usamérica y los europeo-occidentales.
El ataque intelectual contra el capitalismo y el liberalismo clásico
En nombre del “Estado multipropósito” abusivo y sin límites, el viejo ideario liberal clásico del “Estado-gendarme” fue y es injustamente descalificado, deshonrado y difamado. E ignorado. Lo mismo pasa con las corrientes de pensamiento afines en cada una de las disciplinas del saber, que le sirven de piso y alimento.
El adoctrinamiento se comanda desde las Universidades. La férrea policía ideológica se impone en la “enseñanza” oficial a todo nivel, pero donde los dogmas se inyectan a profundidad y extensamente en las mentes juveniles es en la educación terciaria; y de allí, se riegan “aguas abajo”. En las aulas universitarias, dominan las corrientes en pro del estatismo, que le sirven de fundamento y sostén, o bien de complemento; nunca las otras, las contrarias. Esas se ocultan cuidadosamente, o se deforman, o se desacreditan y vilipendian.
En Economía se desconocen las escuelas a favor del libre mercado, o se maltratan; todo es Marx o Keynes, y sus epígonos y derivados, simplificados y deformados por traficantes de ideas de segunda o tercera mano. De igual modo en Sociología y Antropología, se inculca principalmente la teoría estructural-funcional, asociada a la Ingeniería Social positivista; y marxismo también, sobre todo “estructuralista” y cultural: Gramsci, Lukacs y las Escuelas de Frankfurt y Birmingham. Lo mismo en Filosofía y Artes, combinado con mucha “deconstrucción” y Posmodernismo, una ridiculez intelectual fraudulenta, justamente denunciado por el sarcástico Alan Sokal. Y abundancia de escepticismo y relativismo, y el existencialismo resultante. La Filosofía se reduce a una historia de los “grandes pensadores”, como una galería de personajes célebres, famosos por sus aportes, todos vistos como de alto valor, sin mucho juzgar si unos fueron benéficos y otros letales.
En Psicología todo es Freud, Skinner y Carl Rogers: Psicoanálisis y Conductismo, y en todo caso Jung, afín a la New Age. En Leyes prácticamente no existe la Escuela del Derecho Natural, todo es el positivismo jurídico: la ley es la voluntad del Estado. En Ciencia Política dominan Maquiavelo y los autores socialdemócratas como Bobbio, y una teoría “sistémica” sobre un solo sistema: el estatismo. En Historia la historia se falsifica ex profeso, y se inculca el materialismo histórico, y se recitan los libelos de propaganda socialista contra el capitalismo.
Todos estos platos del Menú se sirven con abundantes acompañamientos de “política correcta” (PC). Y siempre dentro de la concepción materialista, naturalista y evolucionista popular de “la ciencia”, propia del Humanismo secularista, como si fuese la sola y única visión. No se permite filtración alguna de otras Cosmovisiones opuestas y alternativas, como no sea para desacreditarlas por “medievales”.
De todos estos contenidos se hacen catecismos para Medicina, las ingenierías y otras carreras científicas, técnicas y aplicadas; así que la catequización es universal. Y comienza en la niñez y adolescencia, porque también se hacen breviarios para la enseñanza media y elemental.
Lo único que suele escapar a estos rígidos moldes ideológicos —y no siempre— son las técnicas prácticas o aplicadas de gerencia, contabilidad y finanzas, mercadeo y publicidad, diseño, comunicaciones y relaciones humanas etc., para ganarse el sustento en la vida diaria. Pero en una economía deprimida no hay suficientes puestos de trabajo para ejercitarlas. El Estado es el gran empleador, y la inmensa masa de sus funcionarios, asalariados, contratados y subcontratados es el gran mercado para las empresas privadas. Así que siempre se termina trabajando para el Súper-Estado, directa o indirectamente; por eso los egresados buscan acomodar sus saberes, habilidades y aptitudes a las necesidades estatales, a su voluntad omnímoda y todopoderosa, a sus directivas y a su pensamiento.
Por otra parte, quienes redactan y opinan para los diarios, la radio y la TV, son egresados universitarios, y asimismo el grueso de la clase política; de este modo la prensa, el Parlamento y los partidos se hacen eco. Es un lavado de cerebro perfecto, por el cual la estatolatría y la “mentalidad anticapitalista” (y ahora anti-familia) se fabrican en serie. No debe sorprender que en el s. XXI el socialismo haya tenido su “revival”, en medio de una gran confusión y desorden conceptual.
Los problemas del s. XXI se suman a los del s. XX
Ausente el liberalismo clásico, y poco precisadas y desconocidas sus propuestas, las reformas liberales no se han hecho, y el capitalismo no ha llegado. Por ende no han cesado los problemas, al contrario: crecieron. Y se multiplicaron.
Las estadísticas engañosas tratan de disimular el fracaso, pero la pobreza no se redujo, porque el tamaño de la economía formal es muy pequeño, y la productividad de la economía informal es muy baja. Por eso la riqueza es insuficiente, y la enorme mayoría de la población no puede ni entrar a la fiesta. Mira los “Malls” desde las cumbres de los cerros —muchos sin agua corriente siquiera— o desde los tugurios en los centros urbanos, o sobreviviendo en los ranchos de las orillas de las ciudades y los campos. Tampoco la criminalidad se redujo, alimentada por una política irracional para las drogas, que impulsa el crecimiento del negocio en lugar de detenerlo, y el aumento de la corrupción y la violencia.
La informalidad es una salida individual a los costos del estatismo. Pobre, ilegal, y marginal —aunque no minoritario— es un capitalismo individual, y a medias. Los informales se sustraen al estatismo, huyendo de sus caprichosos reglamentos y excesivos impuestos. A escala, en los estrechos confines de sus mercados, practican libre mercado —por eso no sienten que les falte libertad— pero como sus ingresos no alcanzan, quieren las prestaciones del “Estado de Bienestar”, insostenible monstruo que hasta en los países ricos está quebrado o al borde de la quiebra.
Los países desarrollados tuvieron unos 100 años consecutivos de capitalismo para crear riqueza, más o menos todo el período de paz europea y mundial que transcurre entre 1815, al fin de las Guerras Napoleónicas, y 1914, comienzo de la I GM. Así lograron los países europeos y Usamérica una plataforma de instituciones, capital instalado, grandes empresas y redes empresariales, y hábitos normativos de conducta. Por eso pudieron darse el lujo de soportar los gobiernos socialistas posteriores, con sus leyes disparatadas, y sus nocivas consecuencias: impuestos, inflación, paro, huelgas, revoluciones, guerras. Pero cuando la destrucción socialista se hace insoportable, las corrientes de opinión contrarias crecen, y votan a los conservadores tipo Thatcher y Reagan, con claro mandato de arreglar el desastre y corregir el rumbo. Pero en Latamérica es distinto; aquí no hay nada de eso. No hay riqueza, somos Tercer Mundo. Tampoco tenemos esas corrientes de opinión.
Aquí los costos de la formalidad son muy elevados, muy escaso el poder de compra de los mercados consumidores, muy bajas las tasas de capitalización, e inexistentes la seguridad y justicia. Por eso muy pocos negocios resultan rentables en el marco legal presente; y en consecuencia, los ingresos reales en todas las categorías son muy bajos en promedio. Y eso es con toda producción de bienes y servicios, incluyendo educación, atención médica, y cajas previsionales privadas.
Sin embargo no se oyen del liberalismo clásico sus recetas: “Gobierno limitado, libertades individuales, libre mercado, propiedad privada, riqueza abundante para todos” porque falta el partido que emita y transmita masivamente las consignas, con sus respectivos órganos retransmisores, entre ellos su periódico.
En este contexto, muy efectiva resulta la prédica de izquierdas contra el “pensamiento único” —supuestamente el de libre mercado— y a favor de la salvación por el Estado. En el “relato” estatista, las culpas se echan sobre las grandes empresas y la “especulación” con los precios; y sobre el “voraz imperialismo” de EEUU, como siempre. Y la misma Teología de la Liberación de los ’70 repite que este sistema “capitalista, egoísta, materialista y consumista” es anticristiano, y que “el verdadero Jesús de los Evangelios” está por la justicia social y el Welfare State.
En la escena política no se ve ni se oye el mensaje del Gobierno Limitado, para explicar que este sistema no es capitalismo de libre mercado; es el mercantilismo viejo de siempre, combinado con socialismo desde los ‘50, y desde el s. XXI con un nuevo y tercer componente: la “política correcta”. Mucho menos se oye fuerte y clara la denuncia del bancocentralismo y la creación de un engañoso dinero de papel, o la expansión igualmente fraudulenta del crédito y los medios de pago por los bancos a través del sistema de reserva fraccionaria. No hay un partido liberal. Ni un diario o una radio liberal. “Para triunfar el mal, sólo requiere que los buenos no hagan nada” escribió en 1790 Edmund Burke, un “old whig”; esto es: un conservador del liberalismo clásico.
A las viejas mentiras, se añaden las nuevas
A los problemas nuevos se suman los viejos que no se han resuelto. Y a los antiguos discursos mentirosos, para los cuales las respuestas no se han publicado, se suman los nuevos, para los cuales la contestación tampoco está visible ni audible a los interesados.
Porque hoy no se sataniza sólo el “capitalismo salvaje”, los “patrones explotadores”, las empresas extranjeras, la CIA y el U.S. Departament of State. A la lista de los demonios se agregan ahora las empresas contaminadoras del medio ambiente, ya desde fines del s. XX muy presentes en el discurso antiliberal. Y también se demoniza a la entera Civilización Occidental, a la religión cristiana, y a “los blancos”, culpados de brutal genocidio contra razas aborígenes y negros. Y el dedo acusador se enfila además contra los padres y maridos, acusados todos de maltrato familiar, violencia doméstica y abuso sexual en el hogar, al menos en potencia. Y desde luego contra los “homofóbicos”, que somos todos esos desalmados que no aplaudimos el homosexualismo.
El estatismo dice que los padres maltratan y abusan de sus hijos, y los maridos de sus mujeres. Promete a los hijos ser un mejor padre; y a las mujeres ser buen marido. Y casar a los homosexuales, y permitirles adoptar niños. Pero la Agenda homosexual-política no coincide con la de los homosexuales corrientes, hedonistas que “viven el momento”, y no quieren compromisos a largo plazo, mucho menos con criaturas. Aunque sí quieren prestaciones del “Bienestar Social”, pero este sistema es insostenible financieramente. ¿Qué quiere entonces el estatismo? Muy simple: destruir a la familia, y sustituirla en sus funciones, una vez que ya tomó el control efectivo de la economía y las empresas, y el control ideológico de la educación.
Y lo logra, para mayor mal de nuestros países. Esa es una de las razones por las cuales la economía sigue raquítica: porque la solidaridad no es para “distribuir” la riqueza sino para producirla, sólo que de manera voluntaria y acordada, que a veces comienza en la esfera familiar, y luego mediante un orden contractual, se extiende la confianza a los “extraños”. Otras veces el inicio o desarrollo de los negocios requiere que sean separados de la familia, pero esta brinda el piso afectivo necesario para el éxito económico. De un modo u otro la creación de riqueza requiere cooperación solidaria en un tejido social fuerte, y la familia es cimiento y fuerza del entramado relacional llamado sociedad.
Pero a la Agenda anti-familia del “Estatismo del s. XXI”, ¿qué dicen los liberales? Nada, salvo algunos que rompen su silencio en temas no económicos, para apoyar la “política correcta”, frente a la cual el liberalismo no está preparado. Como los franceses del año 1939 estaban listos para la guerra de 25 años antes, los liberales están en guardia contra el viejo marxismo económico, hace tiempo en ejecución por los gobiernos, y no para el que viene ahora arrollando: el marxismo cultural y posmodernista.
No está preparado porque este no es un debate sobre economía, ni de política solamente. Los principios marxistas de la lucha de clases se llevan al comedor del hogar, y en la sala se declara la lucha de sexos, y la de los hijos contra sus padres; pero también en la prensa y el Parlamento. Es una guerra cultural, un choque entre opuestos sistemas de creencias, valores y principios; que en el fondo es entre cosmovisiones religiosas. Y los liberales insisten: “¡la religión no se mezcla con la política!” Como si la política del estatismo mundialista no se mezclara con la religión New Age promovida por la ONU, o con la del Humanismo secularista que impulsa la Unión Europea bajo la cobertura de “laicismo”. O como si los “libertarios” randistas no mezclaran la propuesta capitalista con su propio culto religioso.
Cristianismo y liberalismo clásico adulterados
Paralelamente en las iglesias y medios cristianos se impone un Evangelio adulterado, no bíblico, para complacer a una cultura subjetivista, narcisista y existencialista, que espera “mensajes sin confrontación, respuestas fáciles y compromisos superficiales” —en palabras de mi amigo el Pastor Otoniel Pardo Nima— para acomodarlos sin dificultad a sus deseos y caprichos.
Para el “Evangelio de la prosperidad” —y la autoestima— Dios no es el Autor de la Vida, y el Creador, Legislador y Juez del Universo; es una especie de Santa Claus (“mi diosito”). Nuestro Señor Jesucristo ya no es el Salvador que murió para satisfacer la justa ira de un Dios santo por nuestros abominables pecados, y que resucitó y ganó ese perdón resolviendo el dilema entre el amor y la justicia divinas. Es “tu mejor amigo”. La doctrina cristiana ya no es la de los Credos históricos y las antiguas Confesiones; ahora se reduce a “4 leyes espirituales y 5 pasos para que hagas crecer tu Liderazgo”, como dice el Pastor Paul Washer, el Martín Lutero del s. XXI.
¿Qué le pasó al Cristianismo histórico, el verdadero? El teólogo John MacArthur lo explica así: “Cuando Ud. quiere hacer fácil una verdad difícil o incómoda, y quiere volverla aceptable y popular, es posible que la adultere. Pero entonces el resultado esperado no va a producirse.” Es la realidad.
Y agrego que eso mismo le pasó antes al Liberalismo Clásico, la doctrina del Gobierno Limitado, cuando la transformaron en el ideario de “la libertad”. ¿Qué tipo de pensamiento liberal hizo este cambio? Pues no el liberalismo clásico, sino el “libertario”, un liberalismo “progre”, anarcoide, y antinomiano (contrario a las normas).
“Gobierno limitado” es ante todo regla, norma y ley; por eso el concepto repugna al espíritu profundamente antinomiano de esta época, enemigo visceral de toda ley en tanto norma o límite, no importa si es un límite justo, bueno y sabio. “No aceptes límites, ¡no hay techo!” gritan los rockeros, los libros de autoayuda y los predicadores de la Tele. Y todos los hipócritas nos endilgan su retórica de “principios y valores” pero no de “reglas” (excepto las sofísticas “reglas para el éxito” de orden práctico). Redefinir al liberalismo como “ideario de la libertad” fue una vergonzosa concesión al antinomianismo.
El Evangelio subjetivo también es antinomiano, a diferencia del histórico. Produce cristianos inmaduros, e Iglesias inmaduras. Son Iglesias estatistas, incapaces de tomar en serio el Reino de Dios y sus normas, y asumir sus deberes en áreas que dejan a los gobiernos, pero que son para las Iglesias y entes privados: 1) enseñanza; 2) trato con problemas de drogas y otras adicciones; 3) educación sexual, consejería matrimonial y familiar; 4) consultorios y hospitales; 5) atención “a la viuda y al huérfano” como dice la Escritura, eso que llaman “Programas Sociales”.
Una verdadera reforma liberal es correr los hitos que señalan los límites entre gobiernos y particulares, recuperando para éstos las funciones usurpadas por el Estado. Y con ellas las capacidades o poderes para cumplirlas (o sea: libertades), y los recursos para sostenerlas (o sea: dinero). Sabemos que en Europa el capitalismo moderno comenzó en gran escala después de la Reforma Protestante. Max Weber señaló uno de los vínculos entre ambos procesos: la ética calvinista de la frugalidad, que llamó del “ascetismo laico”. No es el único nexo; hay otros. De todos modos, el capitalismo liberal no vendría a Latamérica antes que la Reforma Protestante, ¡pero ya está llegando, gracias a Dios!
¿Por qué no oye la gente el mensaje “libertario”?
El discurso “libertario” es de mera libertad; casi ningún otro valor ni regla. ¿Tiene éxito esta prédica? No, porque libertad no es cosa que la gente siente en falta; es algo que cree tener. En la sociedad de consumo una persona puede comprar muchas cosas, viajar, mudarse, o hacer toda suerte de cambios en su vida, si tiene dinero para los gastos, y nadie se lo impide. Se siente restringida por la carencia de dinero, no de libertad. Y es que las cadenas del estatismo no son altamente visibles, y si los esclavos no intentan salirse de los moldes establecidos por el sistema, tampoco las sienten.
La gente se siente muy constreñida por la inseguridad, en las calles y las esquinas de las ciudades, y en las áreas rurales; sobre todo los pobres, que no pueden afrontar los costos de una seguridad privada. Y quienes echan en falta la seguridad mucho más que la libertad, sienten que libertad es lo que sobra, ¡hay demasiada para los delincuentes!
Paralelamente el sistema promueve el relativismo ético y el antinomianismo para que la gente se sienta “libre” de reglas éticas o normas morales; excepto aquellas de la “política correcta”, fijadas por el estatismo. “Todo cool, nada es pecado, todo está permitido”, salvo desde luego fumar, contaminar, discriminar, evadir impuestos, la “homofobia” y el “fundamentalismo” religioso. Por eso el sistema alienta, estimula y espolea el pansexualismo y toda clase de libertad sexual, con la cual se llega hasta identificar la libertad misma; p. ej. en los filmes y en la publicidad, “libertad” equivale a “permisividad sexual”. Y de eso hay de sobra hoy, por eso la gente se siente libre en cuanto al sexo, y no siente falta de libertad de trabajo y ejercicio profesional, de comercio, monetaria, de ahorro e inversión, de expresión, de enseñanza, y un largo etcétera.
Por eso la oferta de la sola y pura “libertad” cae en un inmenso vacío.
Teoría política vulgar y estatismo cristiano
La tesis dominante a nivel popular, harto voceada y repetida por todos los medios de prensa: que el problema es la corrupción. No es que los políticos estatistas nos roban nuestras libertades y nuestro dinero a nosotros; no, es que “¡roban al Estado!” La prioridad es la “lucha anticorrupción”.
Esta es la teoría política vulgar, que sirve para distraer, y a los estatistas permite ocultar las verdaderas realidades. Además, les facilita el quitarse unos a otros del camino, en base a las “denuncias de corrupción”. Así dirimen su feroz competencia por los cargos sin tener que recurrir a las ideas y a los “ismos”, ni a las propuestas concretas de reformas. Es este un deporte de presa y predador, que ganan los más hábiles y diestros en no dejar “pruebas” (huellas), y pierden los más torpes en el juego de borrar los rastros.
Al caballo de la teoría política vulgar se montan ahora los líderes evangélicos en el proyecto del “estatismo cristiano”. Cuentan con los votos de Iglesias grandes, pobladas de cristianos inmaduros, impregnados de una religiosidad meramente emocional, pietista y misticista, anti-doctrinaria y en extremo superficial. Ellos prometen “honestidad”. Según nos dicen, todo se nos va a arreglar cuando lleguen ellos a los cargos gubernativos y no roben. Pues ya llegaron muchos, incluso en Guatemala a la Presidencia, y dos veces. Y nada bueno ocurrió.
Descomposición de los partidos y partidofobia
Del s. XXI ya pasó la primera década, y los liberales aún no hicimos los partidos para sacarnos del abismo. Sin reformas, la rampante corrupción generada por la creciente estatización y burocratización de la vida entera en todas sus facetas —individuales, grupales y colectivas— ha provocado el descrédito generalizado de la política como actividad, y de los partidos políticos como tales, y su brutal deterioro.
Casi no hay partidos estructurados, con propuestas articuladas desde sus fuentes ideológicas respectivas, no digamos realistas (¡mucho pedir!) pero al menos claras y coherentes. Hay maquinarias y tenderetes electorales, caudillistas y personalistas, basados en el clientelismo populista, repitiendo la Vulgata de “política correcta”. Para financiarse echan mano al Estado, a las empresas mercantilistas o a las narco-empresas. Y para mantener escondidos sus verdaderos referentes ideológicos, eligen nombres cada vez más sosos y ridículos.
Los liberales se han contagiado de la partidofobia. Los partidos históricos que aún se llaman liberales lo son de nombre y nada más. No hay partidos, hay mini-grupos “libertarios”, como ghettos, uno o varios en cada país, predicando contra el socialismo a la audiencia equivocada: los ya convencidos. Y a veces un tanto mareados con ensoñaciones utópicas, e interminables y estériles divagaciones especulativas sobre sus sueños. O sumidos en sordas y agrias trifulcas sobre temas poco relevantes como el anarquismo, o importados de Europa como la agenda del homosexualismo político, con ánimo a veces más anticristiano que antiestatista.
La dictadura del Relativismo
Mucho del desorden reinante se debe a “la dictadura del relativismo”, oportunamente denunciada por el Cardenal Ratzinger, horas antes de ser electo como Benedicto XVI.
“Todo es relativo” se impone como verdad absoluta. “Contra todos los dogmas”, es el gran dogma. Repiten “No existe la verdad”, o menos atrevidamente, “no hay verdades absolutas”, o bien “no podemos estar seguros”; y son tres afirmaciones postuladas como verdaderas, enfáticamente y de manera absoluta, y con gran seguridad.
¿Cómo pueden hacer estas tres proposiciones, u otras —incluso las contrarias— si no hay un patrón o criterio objetivo de verdad, contra el cual contrastar todo enunciado? El relativismo es auto-contradictorio: es absurdo.
Sin embargo los relativistas descalifican al liberalismo, y a todo sistema, por principio, al menos de palabra, porque de hecho adhieren al estatismo. Repiten que “las doctrinas no importan”, y que “las teorías son todas iguales, muy bonitas en teoría”. Insisten en que “los sistemas son indiferentes”. Los más leídos citan a Fukuyama y su obituario por la muerte de las ideologías, cuando basta mirar a Chávez, a Evo y a Correa para ver que el socialismo está más vivo que nunca.
El relativismo demanda “no teorías, no sistemas, sino líderes, mujeres y hombres honestos y capaces”, pese a que esa teoría, la del sistema estatista, y su corolario el caudillismo: la adoración fascista al “líder” —miles de Cursos y Seminarios de “Liderazgo” por doquier— nos mantiene en la hecatombe. El relativismo también lleva al “extremismo de centro”. Y en este clima en extremo anti-ideológico (y “anti-extremos”), el relativismo imperante nos pone muy difícil a los liberales clásicos la defensa del sistema opuesto, único que nos puede sacar de la ruina.
La ética y las tres clases sociales
El relativismo ético es un simple corolario: si no hay verdad, o no puede conocerse, no se sabe qué es el bien y el mal, qué es lo bueno y qué lo malo. No hay conductas reprobables. Lo cual es una causa de la inaudita explosión del crimen en nuestras ciudades.
Y es excusa para toda suerte de conducta inmoral, incluyendo el estatismo, monstruosidad moral que a todos nos divide en tres clases: 1) quienes vivimos de lo que nos dejan del fruto de nuestro trabajo; 2) quienes viven de nuestros impuestos en “planes sociales”, bolsas de comida y otras dádivas de los gobiernos; 3) los políticos, funcionarios y empleados de la casta encargada de quitarnos los impuestos —los “publicanos” en los Evangelios— y de imprimir los billetes sin respaldo, para luego repartir los mendrugos a la clase 2, no sin antes tomar su buena y jugosa parte.
Nosotros vivimos de nuestro trabajo; y todos ellos también viven de nuestro trabajo. Y eso es anti-ético; pero basta decirlo para que salte el relativismo: “¡Nadie es dueño de la verdad!”
Pensamiento mágico y entretenimiento
El relativismo también lleva directo al pensamiento mágico: la negación del pensar racional, la supresión de la lógica, la confianza en “visiones” y “sueños” románticos, en el “poder mental”, en “tu dios interior” y otros misticismos. Llaman “Pensamiento positivo” a la ingenua creencia en el poder de crear una realidad con sólo quererlo, o cambiar algo desagradable y frustrante con la pura imaginación.
La magia viene en tres modalidades: 1) la versión cruda, el panteísmo monista y gnóstico de las religiones orientales reeditado por la “Nueva Era”; 2) la versión “cristiana”: la “fe” en la fe, el cristianismo fácil y subjetivo del Evangelio pop según Marcus Witt; y 3) las versiones seudo-científicas más o menos derivadas de la Psicología de Jung, tipo “El Tao de la Física”. Es lo mismo, pero empacado y etiquetado para tres distintos segmentos de mercado. El “entretenimiento” mediático nos entrega el mensaje a diario, desde “La Guerra de las Galaxias” hasta “Harry Potter”.
En esta cultura tan contaminada, no es fácil dar explicaciones sobre qué es o qué no es liberalismo, o si es cristiano o es anticristiano, porque casi nadie las busca, ni las quiere ni le interesan.
La gente vive engañada por la “educación”, la prensa y los libros de autoayuda; confundida y atontada por la Nueva Era y afines; asustada por las noticias policiales y de la economía (y por las películas de desastres, crímenes horripilantes, zombis, vampiros, almas en pena y jinetes sin cabeza), y agotada por largas jornadas de trabajo; o torturada por el desempleo, los ingresos insuficientes y la inseguridad. ¡No tiene tiempo ni ganas de pensar! Mucho menos de revisar sus creencias, heredadas o adquiridas, a las que se aferra con fuerza digna de mejor causa. Prefiere aturdirse con la tele, el deporte, la música, el baile o su “entretenimiento” favorito —los del cristianismo light con el frenético activismo de “la Igle”, y los “libertarios” con las esotéricas conferencias de sus ghettos— sin mencionar alcoholismo o drogas. Por eso es que seguimos embarrados hasta la coronilla en el estatismo y el socialismo.
Las víctimas no son inocentes
Sin duda la gente es víctima del estatismo: es engañada y abusada, vulgarmente estafada y robada además de oprimida y lavada en su cerebro. Pero ¿es totalmente inocente o es culpable, al menos en cierta medida?
Se puede ser víctima y a la vez culpable, en buena parte, de sus propias desgracias; y es el caso con la mayoría bajo el estatismo. “No hay almuerzo gratis” reza la magistral lección de Milton Friedman. No obstante, es lo que la gente busca. Por eso vota a los candidatos populistas que se lo prometen. Después resulta que no hay almuerzo, o es una pobre migaja, y la factura resulta carísima.
Y no es nada más un lonche; se quiere nada menos que educación gratis, y atención médica y odontológica y medicinas, y un plan de jubilación, “gratis”! Eso significa “a costa del contribuyente”, pero la gente espera sacar más de lo que pone, y que el Estado pase la cuenta “a los ricos”.
“You Can't Cheat an Honest Man” era un viejo refrán popular en EEUU, y el título de una película de 1939. ¿Se puede estafar a la gente decente (íntegra)? No!
Porque vea Ud.: 1) Para estafar a alguien, se comienza halagando a la presa. Se le dicen puras cosas bonitas, aunque no sean ciertas. “Demagogia” es en griego elogiar al pueblo, decirle que es una nación maravillosa, de gente bella, creativa y sensitiva, la mejor de la tierra, llena de virtudes y cualidades. Los discursos demagógicos “levantan la autoestima”. Para ser estafado, hay que comenzar por ser crédulo, pretencioso y “creído”. 2) Una vez el pueblo halagado, se le dice que merece almuerzo gratis, que “tiene derecho”. Y se lo cree!
La gente decente no es estafable porque no acepta halagos, ni busca nada a costa de otros. Se gana su pan con el sudor de su frente, no la frente del pagador de impuestos. Tampoco busca elogios gratuitos, ni se los cree. Y si sufre calamidades económicas y políticas de dimensiones nacionales —inseguridad, desempleo, carestía y pobreza— entonces es diligente: revisa las noticias y artículos de prensa con ojo avizor y sentido crítico. Busca información y documentación. Se forma criterio. Y no se cruza de brazos, al menos sabe por qué tipo de candidatos no votar.
¿Hay salida?
La Historia (verdadera) nos informa que el estatismo ha tenido antes colapsos globales. Y el actual es de proporciones comparables a la implosión del sistema imperial de Roma, que no cayó a manos de “los bárbaros” cristianos, sino que fue víctima culpable del populismo desaforado, la inflación, la lujuria y la insensatez. ¿Hubo salida en aquel entonces?
Por supuesto, aunque no en todas partes al mismo tiempo. España p. ej. en la Edad Media llegó a una condición floreciente, muy superior a la que tenía bajo el Imperio. Porque el esquema bíblico de Gobierno Limitado sirvió de modelo a la vez para pequeños territorios en tres grandes áreas: los reinos visigodos y sus “Fueros” en el norte, los reinos “taifas” en el sur, y los tribunales rabínicos por toda la península. Más tarde las ciudades de la Hansa en Alemania, y las del norte itálico, conocieron también las virtudes de los gobiernos fuertes, pero limitados a sus propios asuntos específicos.
De lo anterior cabe anotar que ese tipo de Gobierno tiene remotos antecedentes hispánicos, no anglosajones. Y que en Latamérica es probable que el capitalismo liberal empiece por zonas o regiones subnacionales, como fue en Europa, y ahora es en China e India. Con un Estatuto o “Fuero” especial, puede conseguirse la vacación legal para las leyes malas, que entronizan el sistema y lo encarnan. Pero eso se pelea desde los curules del Congreso “donde se puede petardear eficazmente al estatismo y quebrarle los huesos” —en palabras de mi dilecto amigo Milton Vela Gutiérrez— y no desde los puestos ejecutivos regionales.
La salida comienza con el primer paso: un diario, radio o cualquier medio de prensa comprometido con las banderas del liberalismo clásico, a partir del concepto de Gobierno Limitado, y los cinco valores resultantes: libertad, seguridad, justicia, riqueza y orden. Y una propuesta concreta: el Programa de Reformas, para las cinco áreas críticas. 1) La Reforma del Estado primera y principal, para concentrarle en sus propias funciones, trayendo seguridad, orden y justicia para todos. Los gobiernos no son para hacer negocios, buenos o malos; no son para dar educación, cristiana o pagana; no son para curar o “prevenir” enfermedades, reales o imaginarias; no son para gastar dinerales en obras de caridad con los pobres o los vagos. Tampoco son para celebrar matrimonios, homo o heterosexuales o de otra clase.
2) La Reforma de la economía es para dejar a la gente en libertad de comercio, económica, monetaria, bancaria y financiera, a fin de producir riqueza y prosperidad para todos, permitiendo la transformación de las actuales PYMEs en GEs (Grandes Empresas), y la creación de otras nuevas, generando nuevos empleos, enriqueciendo los existentes, y elevándolos montos de los ingresos reales.
3) La Reforma de la educación es para traer libertad de enseñanza en todos sus niveles, quitando los reglamentos y cediendo a sus docentes la propiedad de los actuales centros educativos estatales. Así la competencia será libre y abierta para todos, y reinarán la variedad y la libertad de escoger cada quien; aunque en la transición hacia la riqueza, el Estado podrá atender a los educandos pobres, con bonos o cheques educativos. 4) La Reforma de la atención médica es análoga, cediendo la propiedad de los actuales centros estatales a sus médicos y enfermeras; y con bonos de atención médica para los usuarios más pobres, en la transición. 5) E igual con las cajas de jubilaciones y pensiones, sirviendo los bonos para la compra de diversos tipos de pólizas privadas.
El paso siguiente, segundo, es la constitución y desarrollo de una vigorosa corriente de opinión a favor de las Cinco Reformas. El tercer paso es el partido liberal.
Para qué sirve este libro
Este libro pretende ser un aporte a ese proyecto, en los cuales no pueden faltar los cristianos, católicos, protestantes (como yo), o evangélicos.
Para ello se buscan de urgencia: 1) liberales clásicos, no antinomianos, informados y formados en el Gobierno limitado; 2) cristianos maduros, familiarizados en la doctrina cristiana; 3) un clima de respeto (que no “tolerancia”) entre todos, para convivir en un proyecto político compartido, algo así como fue en 1776 en las colonias británicas de América. El respeto ha de empezar por los cristianos entre nosotros, los de diferentes denominaciones; y esto no tiene que ver con “ecumenismo”, porque no hablamos de Teología sino de política y economía.
El propósito de este libro es aclarar dudas. Hay dudas de los liberales sobre el cristianismo, y viceversa: de los cristianos sobre el liberalismo. Quienes no son una cosa ni la otra tienen el doble de dudas. Y a las dudas se suman confusiones, incluso de muchos liberales sobre liberalismo, y de muchos cristianos sobre cristianismo. Las dudas y confusiones sobre puntos gruesos requieren respuestas en concreto y a nivel básico; sobre tópicos más sofisticados son las de los eruditos, y las respuestas son de otro nivel. Y aparte las dudas y confusiones, hay muchas reservas y objeciones, no menores en cantidad o calibre. Hay que responder también, procurando anticiparlas. Por eso el propósito resulta algo ambicioso. Y seguramente controversial.
Aquí lo tiene: juzgue Ud. por favor. No voy a caer en esa falsa humildad de la tonta disculpa relativista “Estee… en fin, sorry, son sólo mis opiniones…” ¡Por supuesto son mis opiniones! Y me lucen verdaderas y fundadas, por eso las sostengo y expongo, hasta que se me haga ver que no es así. ¿Y las contrarias? Pues me parecen equivocadas, hasta tanto se me demuestre lo contrario.
Sí le digo, cordialmente, que muchas gracias desde ya por su compra, y por su valioso tiempo y amable atención, y por la consideración dispensadas; espero no defraudar sus expectativas. Y muchas gracias por el apoyo que pueda Ud. prestar a la causa del liberalismo clásico cristiano (LCC), si está de acuerdo, y si desea contribuir.
Lima, Perú, Febrero de 2011
- 23 de enero, 2009
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- 24 de diciembre, 2024
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