Muammar Gadafi, un ejemplo de megalomanía
La megalomanía es un conocido trastorno humano que exterioriza un sentimiento de potencia y superioridad sin mayores fundamentos reales. Supone, en el sujeto que lo sufre, una convicción irracional de su propia valía. Es una patología que evidencia la sobreestimación de las propias capacidades.
Se caracteriza por los constantes delirios de grandeza; la ambición desmedida por concentrar poder, que suele derivar en obsesión; la búsqueda constante de la riqueza; la pretensión de omnipotencia; la necesidad irrefrenable de ser objeto de halagos, honores, lisonjas y hasta de sumisión; y la sensación -peligrosa- de invencibilidad. Deriva con alguna frecuencia en una adicción a la opulencia y en el culto a la personalidad. Y en el egocentrismo exagerado.
El vocablo viene del griego: manía (obsesión) y megas (grande). Este mal, nos enseña la historia, ha sido frecuente entre los monarcas, demagogos y dictadores. Muammar Gadafi es un ejemplo claro de esto. Hugo Chávez es ciertamente otro. También Fidel Castro. Por esto quizás sintieron la urgencia de salir enseguida en defensa de Gadafi. Pero hay otros megalómanos entre los gobernantes, en todas partes, hombres y mujeres.
Los megalómanos tienen propensión a caer en la mentira y el engaño, lo que no debería extrañar porque con frecuencia se trata de personas que efectivamente creen ser dueñas de la verdad. Por ello apelan al insulto o a la violencia, cuando se sienten atacados. De allí su peligrosidad.
El poder, que es adictivo, suele ocasionar un daño intenso en quien lo detenta, no siempre advertido. El excelente psiquiatra venezolano Franzel Delgado Senior señala, en este sentido, que para un político o mandatario megalómano lo peor es prolongar su tiempo en el poder, porque ello le ocasiona un daño intenso hasta hacerlo irreversible. El paso del tiempo, nos advierte, los transforma en destructivos voraces. Y la situación, si se hace larga, puede -sostiene- alterar la estabilidad emocional de buena parte de la población. Porque el megalómano la enciende en su esfuerzo por destruir a sus opositores. Ocurre que no cree en el diálogo y tiene todas las respuestas.
Delgado Senior agrega que hay megalómanos con una memoria fuera de lo común, lo que -nos dice- no tiene nada que ver con la inteligencia y se usa como un mero recurso para compensar la elementalidad del discurso. Para el megalómano, que tiene la necesidad de ser reconocido, oído y admirado, el recurso a la memoria deviene un mecanismo defensivo, una forma de engañar y engañarse, poco más que eso.
Pensando en Gadafi, lo grave es que, en una situación límite, es capaz de no poder dar marcha atrás. Y de caer en opciones que, de alguna manera supongan el suicidio y la muerte de muchos más. Lo que sería realmente muy lamentable y, dentro de la razonabilidad en el actuar, debería tratar de evitarse.
Emilio J. Cárdenasf ue Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas
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