Humala y Chávez: Un callado idilio
Ya no se mandan mensajes de apoyo, ya no se hacen visitas revolucionarias ni se atreven a mostrar sus simpatías, las que Alan García utilizo para hacer que la segunda vuelta de la última elección fuera un duelo entre el Perú y Chávez. Hoy, sin el dramatismo de entonces, la campaña peruana encuentra al pupilo chavista, Ollanta Humala, empeñado en parecer más sensato, consciente de que lo ánimos revolucionarios en el Perú han menguado, intentando seguir a Lula y no a Chávez según dice. Su facha tampoco es la misma, ha cambiado el rojo por la sobriedad del traje. Pero su credo, todavía con matices confusos, mantiene el talante estatista y una callada sumisión al gobierno de Venezuela que lo han inducido a establecer alianzas con la izquierda reaccionaria. Y su apurada carrera a la presidencia lo ha llevado a acuñar nuevas definiciones para la propuesta central de su política, la nacionalización para Ollanta Humala no es estatizar, “sino que el Estado asuma el desarrollo nacional como su responsabilidad y no el mercado”.
Ese acertijo se revela en su plan de gobierno, en ese documento, existe el inédito concepto de la Economía Nacional de Mercado, que básicamente justifica el incremento de la intervención estatal a niveles venezolanos, a través del entendimiento del Estado como un ente capaz de diseñar el tamaño de los mercados internos, financiar el empresariado nacional y crear el capital humano y tecnológico, articulando una confesión concreta del Estado como supremo elector de los empresarios que pueden recibir favores, forjador de las capacidades de los trabajadores y el ingeniero social de la actividad económica. Esto se parece más al mercantilismo endémico latinoamericano donde el mercado político se superpone al libre discernimiento de los consumidores. Es una reminiscencia del general Juan Velasco Alvarado, ídolo declarado de los comandantes.
Con ese mismo razonamiento el autoritario Chávez se ha encargado de expropiar compañías eléctricas, telefónicas, frigoríficas, siderúrgicas, cementeras, bancarias, transportistas, y todo lo se le antoje incomodo al régimen. Humala, tal cual, sostiene su propuesta de construir la economía nacional de mercado, en nombre de conceptos tan erráticos y abstractos como la soberanía y el interés nacional en las actividades estratégicas.
Pero no es la única coincidencia, la crítica al neoliberalismo que se hace en el plan de gobierno de Ollanta Humala, es un calco de la destemplanza de Hugo Chávez cada vez que se ha encargado de encontrar justificaciones a los terribles problemas que sufre Venezuela, la amenazante inflación, proyectada para el 2011 en 31%, la escandalosa inseguridad en las calles de Caracas, y la contracción en el crecimiento de 1,3% aun con el resto de las económicas suramericanas creciendo y con el barril de petróleo indetenible en la suba de sus costos. Así, ambos encuentran al neoliberalismo como el culpable de lo que el Estado no hace o lo hace mal.
Pero la nueva retorica de Ollanta Humala, tiene autores viejos y conocidos, una izquierda obstinada con la guerra fría y enemiga de la modernidad. La Economía Nacional de Mercado, como el Socialismo del Siglo XXI, se dice, son proyectos para eliminar la pobreza, afirmar una democracia solida y participativa sin corrupción, suprimir el racismo y construir un país con iguales derechos y deberes para todos. Nada de eso puede lograrse dándole más poder a la planificación central como pretenden hacerlo si alcanzan el poder.
Ollanta Humala y sus camaradas no ven nada positivo en el modelo económico que aun con deficiencias ha logrado reducir la pobreza en el Perú y conseguir una estabilidad económica y política. Su problema es que la reducción de pobres golpea directamente la rentabilidad electoral del Chavismo latinoamericano. Para ellos es necesario agudizar las condiciones, que nada funcione, y que cunda el desconcierto y desasosiego, y en esas circunstancias promover la eliminación de todas las instituciones democráticas existentes por ineficientes y corruptas. La prosperidad que genera la libre iniciativa de los individuos, los obliga a abandonar esa quejumbrosa demagogia.
El autor es Director Ejecutivo de Andes Libres, Cusco – Perú.
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