Educación y desarrollo: caramba, qué coincidencia
Los naturales de América Latina pareciéramos tener una particular predisposición para aderezar siempre las discusiones de política económica con condimentos pseudo-ideológicos, aun cuando tales ingredientes suelen terminar siendo burdas ofensas a la inteligencia para justificar cualquier barrabasada. En nombre de la ideología, claro. De derecha o de izquierda, que no se salva ninguna.
Semejante caldo de cultivo pseudo-ideológico, alimentado ingenuamente por sociedades que miran para atrás y no para adelante, es hábilmente utilizado por quienes gobiernan en la región para invocar presuntos legados históricos de los cuales ellos, casualmente…, serían los exclusivos herederos. "Caramba, qué coincidencia", diría Les Luthiers, con su ácido humor.
La permanente invocación a la historia, convenientemente distorsionada por los gobernantes de turno, sirve de excusa perfecta para acaparar poder, debilitar instituciones, y ¿refundar? (léase refundir) países. Pueden distorsionar la historia porque, aunque sus sociedades aparentemente la miran, es evidente que no la ven. La recitan en la escuela. Pero ignoran su contenido.
Sirve la manipulación, también, para propiciar la existencia de masas mendicantes en lugar de individuos pensantes: los pueblos menesterosos son, sin dudas, fácilmente manipulables. Y permiten prolongar, ad infinitum, el subdesarrollo sostenible. Ese del cual tan bien viven. Los que gobiernan, no los que piden.
Hace unos días los jóvenes de CREO, una organización salvadoreña que junto con otras tales como MedioLleno están demostrando que la esperanza de El Salvador está en las nuevas generaciones, publicaron una comparativa del esfuerzo presupuestario en educación pública de El Salvador versus el del promedio de los países desarrollados: 3.1% versus 5.4% del PIB.
Para ver la monstruosidad de diferencia que esos números implican, hagamos las cuentas en términos de PIB/cápita: tomemos $3,000/año para El Salvador y $45,000/año para el promedio de los países desarrollados. Las diferencias empiezan a asustar.
El 3.1% de $3,000/año arroja la mísera cifra de $93/año para El Salvador, que además tiene, porcentualmente, más niños que los países desarrollados, pues su población es más joven.
Por su parte, el 5.4% de $45,000/año arroja la nada despreciable cifra de $2,430/año para los países desarrollados, que como fue indicado, tienen porcentualmente menos niños. Que es a quienes prioritariamente hay que educar.
En síntesis, la diferencia de recursos asignados per cápita a educación es más de 26 veces superior en los países desarrollados que en El Salvador. Y no hemos hablado de la calidad del gasto: no los malgastan en zapatos ni en encapuchados incapaces de aprobar un examen de ingreso. Remuneran bien a buenos maestros, simplemente.
Después nos preguntamos por qué somos subdesarrollados por estos barrios del planeta. Caramba, qué coincidencia.
El boom de los precios de los productos primarios hace que el PIB de ciertos países de América Latina haya crecido, y algunos se confunden asimilando crecimiento con desarrollo. Que no son sinónimos.
Quienes escribimos sobre temas económicos no siempre enfatizamos con suficiente claridad la diferencia entre crecimiento y desarrollo. Por el contrario, con esquizofrénica precisión, digna de mejor causa, nos enredamos en debates sobre el crecimiento del PIB del corriente año. Inútiles tertulias.
Solemos olvidar la importancia de los impulsores del desarrollo a largo plazo, verdaderamente relevantes en países como El Salvador, que por no ser exportadores de recursos naturales no tendrán golpes de suerte. Que en verdad terminan siendo de desgracia.
Uno de tales impulsores es la educación, que no sólo favorece los números de la economía en general, sino también el bienestar de las personas en particular. Que al fin de cuentas es lo que cuenta.
Claro que no cualquier educación, pues se financia con dinero de los contribuyentes, sino una que resulte útil a la sociedad.
En ese sentido es ilustrativo el libro del periodista Andrés Oppenheimer, titulado: "¡Basta de historias!", que recalca la obsesión latinoamericana con el pasado. Y la escasa atención que le prestamos al futuro: sobra historia (principalmente historias…) y falta ingeniería.
Falta, también, entender que el desarrollo no es obra de la coincidencia. Caramba.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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