Elogio de los japoneses
La Vanguardia, Barcelona
Recuerdo que hace años, en una entrevista en televisión, me pasaron un vídeo con chistes jocosos sobre catalanes. Todos giraban alrededor de la pretendida usura catalana, capaz de vender el alma por un céntimo.
Ji, ji, ja, ja, respondí al periodista que todos los tópicos nacen de alguna verdad caricaturizada, y que este en concreto nacía del valor que los catalanes dábamos al concepto de ahorro. Lo que para los chistosos significaba obsesión con el dinero y aburrido pueblo de trabajadores, para nosotros significaba una cultura del esfuerzo y del ahorro que redundaba en la convicción de que el trabajo era algo serio. Lo que para nosotros era una seña de identidad que merecía el aplauso, para ellos era el principal motivo de mofa. Algo parecido pasa con los japoneses, salvando todas las diferencias.
Probablemente son el colectivo humano más querido por los bromistas, que convierten su disciplina y su seriedad en el colmo de todos los ridículos. Y sin embargo son esas cualidades, artífices de una sólida interrelación social, las que ahora se demuestran el principal instrumento de la supervivencia. Japón es, sobre todo, un colectivo humano fuertemente trabado, educado en la idea del conjunto, cuya individualidad tiene sentido en la medida en que forma parte de un colectivo humano. Quizás la condición de isla los ha conducido a esa idea de sociedad compacta, con reglas de civilidad muy bien definidas, pero sea por cultura, por tradición milenaria, por carácter insular o por todo, lo cierto es que hoy admiramos profundamente esa disciplina social que, ante la más absoluta de las tragedias, ha dado extraordinarias lecciones al mundo. ¡Pero si incluso, en medio de la desesperación, hacían cola en los supermercados para comprar comida!
No hemos visto ni escenas de pánico –aunque el miedo ha ensombrecido las miradas–, ni saqueos, ni caos. Orden, en medio del desastre, organización allí donde la naturaleza ha sembrado la destrucción, planes eficaces allí donde parecía que todo había desaparecido. Son, sin ninguna duda, un pueblo admirable, cuyo sentido de nación los hace fuertes ante cualquier tragedia inesperada. E incluso ahora, que la amenaza nuclear dispara todas las alarmas, Japón demuestra una capacidad de lucha absolutamente extraordinaria. ¿Se imaginan esa misma tragedia en otro escenario? ¿Qué estaría ocurriendo en Pakistán o India, por nombrar países cercanos, si sus instalaciones nucleares estuvieran en la situación japonesa? Y no vayamos tan lejos, ¿reaccionaríamos nosotros mismos con esta disciplina, esta profesionalidad y esta categoría humana? Quede este artículo como un elogio convencido de un pueblo al que a menudo hemos caricaturizado, pero cuyas virtudes ridiculizadas demuestran ser su mejor categoría como pueblo. Desde aquí mis condolencias y mi más completa admiración y respeto.
- 23 de enero, 2009
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