Japón y la falacia de la ventana rota
La primera prueba para el gobierno se presentó casi inmediatamente y su reacción ha generado preguntas. Luego de la catástrofe de la semana pasada, el valor del yen japonés en realidad subió frente al dólar de Estados Unidos. Aunque a primera vista esto podría parecer contraintuitivo, los corredores de divisas ofrecieron una explicación plausible.
Su apuesta era que la demanda de yenes subiría a medida que las empresas japonesas y el gobierno se veían forzados a convertir parte de sus amplias reservas en dólares a yenes para financiar la reconstrucción. Con el dólar ya débil a nivel internacional, no hizo falta mucho para inclinar la balanza a favor de un yen más fuerte.
Naturalmente, esto hizo sonar las alarmas en el Banco de Japón (BOJ, por sus siglas en inglés). Un yen fortalecido, que ya está atrayendo capital internacional en busca de un refugio más seguro que el dólar, podría debilitar la competitividad de los exportadores japoneses en el momento más inoportuno. El terremoto derrumbó el índice Nikkei de la bolsa de Tokio. Como respuesta, el BOJ prometió una masiva inyección de efectivo en el mercado: la cantidad récord de 15 billones de yenes (unos US$183.000 millones). El gobernador del BOJ, Masaaki Shirakawa, prometió una "masiva" liquidez para combatir la apreciación del yen. La intervención del banco estabilizó el lunes la relación entre el yen y el dólar.
Se trata de una reacción típica del presidente de un banco central a un acontecimiento semejante. Podría argumentarse que las compañías que ya han sido golpeadas con pérdidas materiales incalculables y el trauma de una gran cantidad de víctimas mortales en sus comunidades deberían quedar protegidas, en la medida de lo posible, de un incremento de los costos del mercado cambiario, a medida que se preparan para la reconstrucción. Los compañías de seguros ya enfrentan pérdidas masivas; los cálculos preliminares las cifran en alrededor de US$35.000 millones. Y, por supuesto, el desastre incrementó los riesgos crediticios.
Pero, ¿qué pasa con el riesgo a una sobrerreación no solamente al desastre en Japón sino a la estabilidad financiera internacional? Con la Reserva Federal de EE.UU. (Fed) inyectando dólares y Europa luchando contra la posibilidad de que sus deudas soberanas amenacen la solidez del euro, el mundo se había fijado en el BOJ como un posible salvavidas en un mar de incertidumbre financiera. ¿Están el tsunami y Shirakawa hundiendo esta frágil esperanza mediante una impresión excesiva de yenes que debilitará la moneda?
Hay un precedente a tener en cuenta. La Fed reaccionó de forma parecida en 2005 luego de que el huracán Katrina arrasara Nueva Orleans y otras ciudades de la costa del Golfo de México. Prolongó una ya generosa política del dólar en un momento en que la economía se estaba recuperando.
A pesar de Katrina, la economía estadounidense creció 3,1% en el tercer trimestre de ese año y alcanzó un nivel de crecimiento de 5,4% en el primer trimestre de 2006. Pero todos sabemos que la consecuencia del fracaso de la Fed a la hora de endurecer la política monetaria fue una burbuja de créditos y activos que causó estragos en los mercados financieros del mundo cuando se desinfló en 2007.
El Japón de hoy no es el Estados Unidos de 2005. Sufrió su propia crisis activos en la década de los 80 y pagó un alto precio cuando el BOJ deliberadamente pinchó la burbuja para evitar que se siguiera inflando. La economía no estaba recuperándose a toda máquina en el momento en que azotó el terremoto el viernes pasado. El crecimiento ha estado relativamente estancado este año.
Larry Summers, el ex asesor económico del presidente Barack Obama, sostiene que la reconstrucción que seguirá al sismo podría incluso estimular el nivel de crecimiento económico, como ocurrió después del terremoto de Kobe en 1995. Bueno, quizás, aunque eso no es seguro dado el daño que ha sufrido la red eléctrica como consecuencia del cierre de las instalaciones nucleares debido a los problemas que el terremoto generó en sus sistemas de enfriamiento. Es difícil que un crecimiento mayor del Producto Interno Bruto compense las gigantescas pérdidas en vidas y riqueza nacional. Como señaló el renombrado economista del siglo XXI Frédéric Bastiat en la "falacia de la ventana rota", el crecimiento del PIB que se produce por la reconstrucción no trae ninguna ganancia neta a la riqueza de la sociedad. Simplemente sustituye, con el tiempo, lo que se perdió. "La destrucción no es rentable", escribió.
Algunos economistas tienen la esperanza de que el desastre, al unificar al pueblo japonés y a la clase política en la tarea de la reconstrucción, conducirá a las necesarias reformas políticas, como la reducción de la burocracia del gobierno. Esto tiene sentido. Los desastres crean una nueva unidad y determinación.
Pero también puede ocurrir lo contrario. La clase política japonesa, al igual que el gobierno actual en Washington, está fuertemente influida por las teorías keynesianas que ven el gobierno como la solución para todos los problemas. Por ejemplo, parece improbable que Japón altere su sistema de ahorros postal (que castiga a los pequeños ahorristas con bajos retornos) en un momento en que el gobierno enfrentará inmensos gastos para la reparación de la infraestructura. Tampoco es probable que se embarque en una reducción de la masiva deuda soberana.
Como recientemente hizo notar el economista David Malpass: "Katrina puede haber disminuido la capacidad del gobierno de George W Bush de lograr reformas estructurales de cara a los impuestos, el Seguro Social y el presupuesto, y puede haber desviado la atención de los desastres en curso en ese momento en materia de política monetaria, regulatoria y de vivienda".
La reacción del Banco de Japón al desastre del viernes 11 de marzo no es muy alentadora en este sentido. Es lo que se podría esperar de un banco central bajo esas circunstancias, y se parece mucho a la forma en que la Fed reaccionó a Katrina y a la crisis financiera a fines de 2008. ¿Pero acaso ha tenido eso un gran éxito?
—Melloan, ex columnista y subdirector de la página editorial de The Wall Street Journal, es autor de 'The Great Money Binge: spending our way to socialism' (algo así como 'El gran derroche monetario: nuestro camino al socialismo a golpe de bolsillo).
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