Universidades: el avance de la burocracia
El Imparcial, Madrid
No soy quien para inmiscuirme en decisiones concernientes a la política universitaria de otros países y menos aún sin un conocimiento preciso de las circunstancias que las rodean. Sin embargo, noticias que me llegan de España (la más reciente de las cuales tiene que ver con el Borrador Ministerial del Estatuto del Personal Docente e Investigador), junto a algunos comentarios que recibo de colegas amigos, me siembran cierta preocupación por lo que se advierte como una creciente burocratización que parece por lo pronto contraria a la espontaneidad propia de la vida universitaria y que puede al cabo conspirar contra la retención de los mejores profesores y la tan mentada búsqueda de la excelencia.
En rigor, se trata de un fenómeno que se extiende a varios países de habla hispana. El exceso de reglamentaciones, el afán de simetría en todos los órdenes (es decir, tanto administrativos como académicos), la planificación centralizada, el control cotidiano a que se ven sometidos los docentes, la presión ejercida para la incorporación de herramientas didácticas de discutible utilidad, la maraña de los procesos de acreditación, la primacía que a veces se otorga a la gestión y que condena al analfabetismo a no pocos directivos (aun los que se mantienen indóciles a normativas que consideran reñidas con un sano entendimiento de lo que significa ser universidad), a quienes apenas si les alcanza el tiempo para leer un par de libros al año…
Pues bien, de proseguir estas malas tendencias que alarma entre otros a mis amigos españoles, ¿qué quedará de la universidad considerada como ámbito de transmisión, producción y multiplicación del conocimiento? ¿Qué será de la comunidad de alumnos y profesores invocada en tantos discursos inaugurales? ¿Y qué de la enseñanza superior reducida a un conjunto de funciones y a una carrera a disputar por puntos?
Creo que estamos a tiempo todavía de revertir esta situación. Para ello, no obstante, será menester que algunas decisiones dejen de estar en manos de personas (legisladores, administradores o quienes fueran) que desconozcan por completo cuáles son las virtudes que deben caracterizar a una universidad.
- 14 de septiembre, 2015
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