El Salvador: Las políticas al revés
En la reunión del ENADE del martes recién pasado, el Presidente Funes volvió a renegar en contra de la "economía de consumo" que, piensa él, es la que lleva al país al subdesarro-llo y el atraso. Al decir esto, el Presidente repite algo que mucha gente dice sin entender, ya que si lo entendieran, no lo repetirían. No lo harían porque se darían cuenta de que no sólo todas las economías, sino toda actividad económica racional, está orientada al consumo. Y es lógico que lo sea, porque cualquier actividad económica que no se oriente en última instancia al consumo es una actividad desperdiciada, es producir algo que nadie quiere.
En el fondo, quizás lo que el Presidente no ha logrado conceptualizar es que, aunque le parezca raro, la economía debe tener un propósito humano: que la gente coma, se vista, se divierta, mantenga a su familia, que viva en un ambiente sano, que se cure de sus enfermedades, que pueda comprar libros, que pueda ir a conciertos, y que eso, el llenar estas necesidades humanas, es lo que se llama consumo. Una vez comprendido esto, es fácil entender que lo que es malo no es el consumo sino la pobreza, que es la insuficiencia de consumo. Es decir, la realidad es al revés de lo que cree el Presidente, lo malo no es que la gente consuma, sino que no tenga para hacerlo.
Quizás el Presidente quiere referirse a que le gustaría ver más inversión en el país, y que esto lo contrapone al consumo. Esto, sin embargo, sería difícil de creer porque hasta ahora el Presidente ha hecho todo lo posible para restringir la inversión: reprime continuamente la inversión privada al hablar amenazadoramente contra los inversionistas, culpándolos de todo lo que su gobierno no puede hacer y de los problemas que no puede resolver, y entorpece la inversión pública por la incompetencia de su mismo gobierno.
Pero aún así, si mayor inversión es lo que el Presidente quisiera ver, él debería realizar que hay una gran interconexión entre el consumo y la inversión en dos dimensiones: Primero, la inversión tiene que estar orientada al consumo para que sea racional hacerla. Su propósito es crear edificios, carreteras y represas que luego producirán servicios que serán consumidos (habitando los edificios, transitando por las carreteras, produciendo electricidad o riego), o crear maquinarias que producirán bienes de consumo (comida, zapatos, vestidos, equipos de sonido, etc.) o maquinarias que producirán otras maquinarias y éstas otras maquinarias hasta que al final las últimas produzcan algo directamente útil para los seres humanos, es decir, algo que pueda ser consumido. Sólo un tonto invertiría sus ahorros voluntariamente en máquinas que produzcan otras máquinas en cadenas infinitas, que no terminan produciendo algo útil para un ser humano. Sólo un tonto también produciría, digamos, tomates para luego dejarlos podrirse en bodegas para así producir sin aumentar el consumismo. Peor sería creer que eso es bueno y peor todavía creer que dejar podrir los tomates podría ser mejor que comérselos.
Segundo, la inversión está ligada al consumo de otra forma fundamental. Si usted construye cualquier edificio, usted está invirtiendo. Pero parte de lo que usted invierte se va en salarios, que los obreros usan para comer, vestirse, mantener a sus hijos, curarse de enfermedades, es decir, para consumir. Otra parte se irá en comprar cemento, ladrillos, aparatos eléctricos y otras cosas que ya vienen producidas. Pero en las fábricas que las producen también hay obreros, que consumen lo que les pagan, usando materias primas y materiales que también fueron producidos por obreros y gerentes, que también consumen sus salarios. Imaginando esto, el Presidente puede entonces darse cuenta de que la inversión de unos es el consumo de otros, que la gente se gana la vida con el consumo de los demás, y que todo esto es bueno e incomparablemente mejor que desperdiciar los recursos en cosas que no dan ningún beneficio a los seres humanos. También se daría cuenta de que lo del consumismo es sólo un eslogan sin ningún contenido intelectual.
Este eslogan del consumismo no es original del Presidente Funes. Los comunistas lo inventaron hace muchos años, en la década de los ochenta, por una razón muy clara, porque tenían que contrarrestar la debacle que la comparación del comunismo con el capitalismo les estaba generando. La gente en los países capitalistas no sólo era más libre y sana, sino también consumía mucho más de todo —comida, salud, vestuario, comodidades, transporte, cultura, etc.— y por tanto era mucho más rica que en los países comunistas. Enfrentados a esta realidad tan dura para ellos, los comunistas decidieron degradar la fuente misma de la ventaja del capitalismo —su consumo más alto— denigrando el consumo como si fuera algo malo o despreciable. En contra de la innegable abundancia del Occidente, los comunistas comenzaron a decir que sus países estaban mejor porque no eran "consumistas", es decir, porque eran más pobres.
Por supuesto la idea en sí misma es absurda, ya que la economía que no se orienta al ser humano, y por lo tanto al consumo, sólo puede orientarse al desperdicio, que era lo que sucedía en los países comunistas, y que todavía sucede en Cuba, en donde las cosas producidas son tan malas que nadie las quiere. Era una glorificación de la pobreza.
Pero la idea, aunque absurda, tuvo mucho éxito en ciertos círculos intelectuales y sus seguidores por una razón muy clara: el denigrar el consumo es el grito de la envidia, la manifestación del deseo de negarles a los demás lo que uno quisiera para uno mismo. Esta motivación negativa se manifiesta con claridad especial cuando los que denigran el consumo no se detienen para comprar los carros más caros, beber los whiskys más costosos y darse los lujos más grandes en cuanto tienen la oportunidad de hacerlo.
En todo esto debería reflexionar el Presidente Funes antes de hablar del consumo. Y, más importante, debería darse cuenta de que tiene el concepto al revés: que lo malo no es el consumo, sino la pobreza, que es la falta de consumo, y que sus políticas no deberían de estar orientadas a disminuirle el consumo a la población, sino a aumentárselo, especialmente a los que consumen menos. Quizás con esta reflexión mejorarían las cosas.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 28 de marzo, 2016
- 29 de mayo, 2015
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