Medicamentos en El Salvador: el delirio continúa
Como si vivieran en otro planeta e ignorando los estragos que el corporativismo ha hecho en el mercado de los medicamentos, los diputados tomaron la insólita decisión de redoblar la apuesta.
Me refiero al tratamiento que le acaban de recetar a la sociedad, en una dosis que esta vez es doble pues le abre las puertas no sólo a los entuertos previsibles sino también a las burocracias imprevisibles.
Hasta hace unos meses la discusión era sobre dos temas: a) si se establecerían o no controles de precios para los fármacos, y b) si el Consejo Superior de Salud Pública (CSSP) seguiría siendo o no el encargado de regir los aspectos técnicos de dicho mercado.
Los legisladores que dicen ser de derecha desoían, y siguen desoyendo, que es precisamente en el CSSP donde se origina gran parte de los problemas existentes. Se trata de un organismo de 23 miembros, 21 de los cuales pertenecen a siete Juntas de Vigilancia: médica, veterinaria, odontológica, laboratorio clínico, psicología, enfermería y química/farmacia. Corporativismo proteccionista en su máxima expresión. Disfrazado de participativo y democrático.
Y los legisladores que dicen ser de izquierda negaban, y siguen negando, que los controles de precios son el camino directo hacia el desabastecimiento y el mercado negro, tal como lo viene demostrando la historia de la humanidad desde hace 4,000 años. Receta infalible para el fracaso.
Pero ahora las cosas han cambiado, aunque no para mejor: los partidos de oposición aprobaron la creación de la Dirección Nacional de Medicamentos, "que velará por el cumplimiento de la ley de fármacos".
Claro que no cumplieron con su obligación de legisladores, que era la de alentar el nacimiento de un ente estatal específico, técnico, independiente, vinculado con el mundo, que siga protocolos claros y que disponga de laboratorios modernos. Por el contrario, han decidido sumar más corporativismo.
En efecto, la Dirección Nacional de Medicamentos estará integrada no sólo por el CSSP, sino también por diversos entes estatales (que no son específicos ni autónomos). Pero la frutilla del postre es que se incluirá a la industria farmacéutica y a los importadores de medicina. El zorro en el gallinero.
Según un diputado que dice ser de derecha, y que es médico, "de esta forma se garantiza transparencia, y que habrá pesos y contrapesos". No es cierto. Se garantiza un ambiente de turbiedad. De tomas y dacas. Con estos defensores, las ideas de la libertad, de la institucionalidad y del libre mercado están definitivamente en el horno.
Otro diputado, que dice ser de izquierda y que también es médico, se quejaba. Pero no sólo por las razones correctas citadas arriba, sino también por las equivocadas: que la presidencia del nuevo ente no sería ocupada por quien él quería, que no se legislaron controles de precios, etc.
Como nunca se plantearon la pregunta clave "¿qué hacer con quienes no pueden pagar los medicamentos?", tampoco se les ocurrió pensar en la respuesta adecuada, que es subsidiarles la demanda de manera focalizada, con medicinas en los hospitales.
Y dejar de subsidiarles la oferta a laboratorios y droguerías: toda falta artificial de competencia es realmente un subsidio a la oferta existente. Será el ingreso de nuevos competidores, y no los controles de precios, lo que permitirá que quienes pueden pagar, paguen menos.
Si el tema se hubiera tratado a partir de esa pregunta clave, y se hubieran abandonado los criterios corporativos, la nueva Dirección Nacional de Medicamentos no hubiera nacido enferma.
Finalmente, fue muy decepcionate escucharlos a ambos, me refiero a los diputados médicos, al de derecha y al de izquierda, en un programa radial donde luego de cumplir con el rito que ellos aparentemente consideran obligatorio, ese de dedicarse mutuas chicanas tribuneras, discutieron el tema entre chistes, risotadas y superficialidades. Una vergüenza que los consumidores no merecíamos.
Quizás era parte del rito. La sociedad ya había sido vacunada nuevamente. Esta vez con la versión vitaminada plus. Inyectable.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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