Cincuenta millones

El Periódico, Guatemala
El censo norteamericano arroja cincuenta millones de “hispanos”. Las dos terceras partes de esa masa humana son de origen mexicano. Aparentemente, la definición de hispano viene dada por el idioma que hablan o por el patronímico familiar.
Un señor apellidado Pérez, norteamericano de cuarta generación, que no habla español, es un hispano. En cambio, mi amigo Patterson, profesor de Filosofía, un cubano negro de Miami, que habla inglés con acento muy fuerte, no es un hispano según el censo. Pero tampoco es un afroamericano. Ignoro en qué casilla Patterson hizo su cruz en la planilla. El censo americano es un disparate conceptual.
Hay también algo de “identidad estratégica” voluntariamente asumida. Dado que las autoridades de Washington se han metido a clasificar a la sociedad por el color de la piel, procedencia geográfica, apellidos y etnias, los clasificados aprenden a utilizar esa supuesta identidad cuando les conviene.
Hay una contradicción esencial entre la concepción jurídica de la Nación americana y el censo que realiza cada diez años. Se supone que Estados Unidos es una República legalmente igualitaria de quienes viven voluntariamente sometidos a su Constitución.
El Censo, en cambio, desde la perspectiva del mainstream –esos 200 millones de norteamericanos blancos-no hispanos– clasifica caprichosa y quizás inconstitucionalmente a los 110 millones restantes (afroamericanos, hispanos de todas las razas, asiáticos y otras criaturas residuales de difícil taxonomía), sin observar que su propia definición va cambiando con el tiempo.
¿Qué categoría es esa “blanco-no hispano” que ocupa las dos terceras partes del censo? El propio presidente de Estados Unidos es un enigma para el dichoso Censo. ¿Por qué es un afroamericano, si su madre era blanca y él vivió la mayor parte del tiempo en un medio muy exclusivo y predominantemente blanco? A los efectos de la colectividad y de su trabajo como jefe de Estado, ¿qué interés real tiene la composición genética del presidente Obama?
Es importante censar a las sociedades, averiguar sus condiciones materiales de vida, identificar sus carencias y necesidades y tomar nota de los cambios, pero es un disparate introducir en la encuesta factores subjetivos, casi siempre anclados en el prejuicio. Estas clasificaciones, lejos de acelerar la integración de los inmigrantes en una sociedad saludablemente homogénea, lo que consiguen es prolongar las diferencias.
Lo he contado varias veces porque me parece un ejemplo precioso: en Derso Uzala, película de Akira Kurosawa, cuando le preguntan a Derzu, un cazador nómada chino a qué país pertenece, responde asombrado: “yo soy un ser humano”. Eso es lo único importante.
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