El «reformista» de Siria
Muchos de los congresistas de ambas formaciones que han visitado Siria durante los últimos meses han dicho estar seguros de que es un reformista. – Hillary Clinton hablando sobre Bashar al-Assad, 27 de marzo
Pocas cosas pronunciadas por esta administración durante sus dos años pueden rivalizar con ésta en bancarrota moral e ilegibilidad estratégica.
En primer lugar, es patentemente falsa. Se esperaba que el Presidente Assad fuera un reformista cuando heredó la dictadura de su padre hace una década. Al ser un oftalmólogo formado en Londres, recibiría el trato dispensado al secretario del Partido Comunista Yuri Andropov – conjeturando que al exponerse a las costumbres occidentales, se occidentalizaría. Error. Assad ha encabezando el mismo estado policial alauita de puño de hierro que su padre.
Bashar hizo promesas de reforma durante la corta primavera árabe de 2005. Las promesas cayeron en saco roto. Durante las multitudinarias manifestaciones brutalmente reprimidas, la portavoz que tenía realizó renovadas promesas de reforma. Luego el miércoles, en comparecencia ante el parlamento, Assad se mostraba sorprendentemente desafiante. No hizo ninguna concesión. Ni una.
En segundo lugar, es moralmente reprobable. Aquí hay gente manifestándose contra una dictadura que utiliza repetidamente munición real contra su propia población, un régimen que en 1982 asesinó a 20.000 personas en Hama y luego utilizó los cadáveres de pavimento. He aquí a personas increíblemente valientes exigiendo reformas — y a la secretario de estado norteamericana diciendo al mundo que el criminal que ordena los fusilamientos de inocentes ya es un reformista, dando así el visto bueno en la práctica al discurso del partido Baaz – "Todos nosotros somos reformistas", dijo Assad al parlamento — y minando la causa de los manifestantes.
En tercero, es incomprensible estratégicamente. En ocasiones se presta cobertura a un aliado represor porque es necesario por motivos de seguridad nacional estadounidense. De ahí nuestra callada por respuesta con Bahréin. De ahí nuestra respuesta lenta en Egipto. Pero hay ocasiones más infrecuentes en las que el interés estratégico y el imperativo moral coinciden totalmente. Siria es una de esas veces — un estado policial monstruoso cuyo régimen trabaja constantemente para frustrar los intereses estadounidenses en la región.
Durante los peores días de la Guerra de Irak, este régimen trasladaba a Irak a terroristas para combatir contra los aliados iraquíes y las tropas norteamericanas. También rebosa de sangre libanesa, al estar detrás del asesinato de demócratas y de periodistas independientes, incluyendo al ex Primer Ministro Rafiq al-Hariri. Este año ayudó a derrocar al gobierno pro-occidental del hijo de Hariri, Saad, y puso al Líbano al servicio del virulentamente anti-occidental Hezbolá. Siria es un socio de proliferación nuclear con Corea del Norte. Es agente de Irán y aliado árabe más próximo, ofreciéndole una salida al Mediterráneo. Esos dos buques de guerra iraníes que atravesaron el Canal de Suez en febrero atracaron en el puerto sirio de Latakia, una incursión iraní en el Mediterráneo perseguida desde hace mucho tiempo.
Pero aquí estaba la secretario de estado dando cobertura al dictador sirio frente a su propia oposición. Y no ayuda que Clinton tratara de enmendar el error dos días más tarde diciendo que estaba citando a otros simplemente. Tontadas. De las innumerables opiniones sobre Assad, va y elige citar precisamente una: la de reformista. Eso es un aval, por mucho que pretenda lo contrario.
Y no son sólo palabras: es la política que hay detrás. Esta delicadeza hacia Assad recuerda espantosamente a la respuesta del Presidente Obama al levantamiento iraní de 2009 durante el cual se mostró escandalosamente reacio a apoyar a los manifestantes, al tiempo que reafirmaba repetidamente la legitimidad de la brutal teocracia que los reprimía.
¿Por qué? Porque Obama quería seguir "dialogante" con los mulás — para poder convencerles de abandonar sus armas nucleares. Sabemos lo bien que salió.
La misma vanidad anima su política hacia Siria — mantener buenas relaciones con el régimen para que Obama pueda inducirle mediante el diálogo a abandonar su alianza con Irán y el patrocinio de Hezbolá.
Otro fracaso estrepitoso despreciable. Siria ha rechazado con desprecio los gestos de halago de Obama — las obsequiosas visitas del secretario del Comité de Exteriores del Senado John Kerry y la vuelta del primer embajador estadounidense a Damasco desde el crimen de Hariri. ¿La respuesta de Assad? Una alianza aún más estrecha y más visible con Hezbolá y con Irán.
Nuestro embajador en Damasco debería exigir reunirse con los manifestantes y visitar a los heridos. Si se lo niegan, debería ser llamado a Washington. Y en lugar de "condenar la represión", como hizo la Clinton en su retractación, deberíamos denunciarla con lenguaje contundente y en todos los foros disponibles, incluyendo el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Nadie está pidiendo un rescate de corte libio. Sólo ser sinceros simplemente. Si Kerry desea quedar como un imbécil al seguir insistiendo en que Assad es un agente de cambio, bueno, es un país libre. Pero la Clinton habla en nombre de la nación.
© 2011, The Washington Post Writers Group.
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