Ansiando ser estadounidense
Chicago—En un mundo donde se considera a todo el mundo excepcional y donde todos creen que lo son, como los residentes del ficticio Lake Wobegon de Garrison Keillor —fuertes, bien parecidos y por encima del promedio— yo me esfuerzo por ser normal, usual y parte de la corriente general.
Es extraño, sí. Pero como un niño excesivamente estimulado, estoy cansada e irritada con tanta latinomanía. ¡Somos la mayor minoría! ¡Tenemos un valor adquisitivo de 1 billón de dólares! Google, L'Oreal y State Farm están dirigiendo sus productos culturalmente a nosotros!
Bueno, ¿y qué? Preferiría que me consideraran como parte de la vida estadounidense cotidiana y no como miembro de una población extranjera que requiere atención especial.
Cuando era pequeña. Mis piedras de toque culturales latinas eran el grupo de rock Santana; Freddy Prinze, del programa de TV “Chico and the Man” y José Feliciano, que cantaba el tema de ese show así como también el siempre popular “Feliz Navidad”. Atraían a gente de todo tipo, no sólo a los hispanos. Eso me gustaba.
Pero eso fue antes de la decadencia de los medios masivos y del objetivo imperante de captar públicos segmentados. Hoy en día, todo se centra en “llegar” a los hispanos por medio de programas de TV, radio, medios sociales y sitios Web de noticias separados y “culturalmente relevantes” para los hispanos —como si la mayoría de los latinos interactuara exclusivamente con esos medios. Peor aún, muchos de estos esfuerzos son en español aunque, según el Pew Hispanic Center, el 84 por ciento de los latinos menores de 17 años y el 56 por ciento de los latinos mayores de 18 años hablan inglés con fluidez o exclusivamente.
Anhelo que la comunidad latina deje de estar en un nicho. Si para 2050 los hispanos representan un tercio de la población estadounidense, me gustaría que fueran parte igual de una comunidad estadounidense que abraza su diversidad como una cualidad, y no un grupo que maniobra contra el bloque asiático, el negro, el de razas mezcladas y el blanco para obtener lo que quede del sueño americano.
Deseo ver gente con cabellos, tez y color de ojos como los míos en todo tipo de revistas, y en los escritorios de los locutores de noticias y en las grandes pantallas en todos lados —no sólo en las que han sido asignadas a mi grupo minoritario.
Afortunadamente, en las últimas tres semanas tuve la suerte de leer dos novelas que presentan personajes que, simplemente, resultan ser hispanos. En “Afraid” de Jack Kilborn, situada en la zona rural de Wisconsin, hay un personaje hispano que no es ni más ni menos deliciosamente malvado que sus homólogos maleantes blancos. En “Dogfight, a Love Story”, de Matt Burgess, los detalles de la vida del protagonista, Alfredo Batista, en Jackson Heights, Nueva York, son sólo los detalles que cualquier buen escritor utilizaría para componer un personaje interesante. Me entusiasmó.
No había nada en esta gente que requiriera “hispanicidad” —no venían con inspiradoras historias sobre su ascenso desde la pobreza ni con tristes relatos sobre su aprendizaje del inglés. No utilizaban su profunda sabiduría cultural para resolver un problema ni largaban expresivos dichos en español. Eso me pareció singular.
Leo unos 35 libros por año, en su mayoría best-sellers, y sé por experiencia que la gran mayoría de autores no-latinos generalmente no incluye latinos en sus historias. Burgess y Kilborn no incluyeron estos personajes porque los autores sean latinos ni por tener ninguna conexión especial con la cultura hispana. Lo hicieron simplemente porque hay latinos por todas partes en la vida real y no hay motivo por el que no deban aparecer en libros que no tienen nada que ver con la experiencia hispana.
“Sabe, después de que se publicó el libro, pensé que seguramente la gente querría hablar de eso, pero usted es la primera persona que me pregunta”, me dijo Burgess desde su casa en Minnesota, donde trabaja en su próxima novela. Lo contacté porque necesitaba saber por qué el joven futuro padre que pasa apuros en su libro es puertorriqueño.
“La gente decididamente no quiere hablar sobre por qué un tipo blanco está escribiendo sobre todas estas etnias y razas diferentes, porque la gente teme y no está dispuesta a hablar sobre la raza en la actualidad”, expresó Burgess. “Pero es simple: Me crié en un barrio (Jackson Heights) y fui a la escuela con irlandeses, afroamericanos, latinos, indios, de todo. Ese multiculturalismo era algo que todos tomábamos por descontado —y no es que fuéramos ciegos al color, estábamos conscientes de las razas y etnias de la gente. Entonces cuando escribo, escribo sobre todo tipo de gente diferente”.
Ése es, espero, el futuro —un futuro en el que individuos de todas las esferas vean a los demás en todos los lugares donde se ven a sí mismos. Un futuro en que los libros, noticias, películas y programas de TV de la población general reflejen al verdadero Estados Unidos en lugar de celebrar contenido que es “separado pero igual”.
© 2011, The Washington Post Writers Group
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