100 días en el Planalto: balance del gobierno Dilma
Poco más de 100 días son los que han transcurrido desde que Dilma Rousseff subió la rampa del Palacio del Planalto, sede del Poder Ejecutivo en Brasilia, para recibir la banda presidencial de manos de Lula. ¿Qué balance cabe realizar de su gobierno y del panorama político, económico, social e internacional de Brasil?
Vaya por delante, que estos 100 días han sido un periodo de esperanzas y de gratas sorpresas. Se han producido cambios discretos, sutiles, inteligentes, con un toque de elegancia femenina, pero que son significativos por el contraste con su antecesor. El estilo de Dilma es sobrio, laborioso, técnico y gerencial. Demuestra independencia y autonomía en sus decisiones, sin aceptar la presión o la imposición de nombramientos. En su discurso de toma de posesión Dilma quiso dejar claro que su victoria era un homenaje a la mujer brasileña y que la prioridad de su gobierno sería la reducción de la desigualdad y la consolidación de los avances en la reducción de la pobreza.
Estos 100 días han estado marcados además por dos grandes tragedias nacionales. La primera de tipo natural: las inundaciones que asolaron la zona serrana de Río de Janeiro a inicios del año y dejaron un rastro de destrucción y muerte (más de 1000 de muertos); La segunda producida por la acción de un perturbado que provocó, a comienzos del mes de abril, una matanza en una escuela del barrio de Realengo, asesinando a 12 niñas. No por esperada, fue menos emotiva la muerte de José Alencar, fiel vice-presidente de Lula durante ocho años, que falleció después de años de luchar contra el cáncer.
En el ámbito de la política nacional, el mandato se inició con dudas sobre la cohesión y estabilidad de la coalición partidaria de apoyo a Dilma. La distribución de los ministerios entre los seis partidos aliados sacó a la luz tensiones y alimentó la disputa por espacios de poder entre el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). Sin políticas de estado consensuadas entre las dos principales agrupaciones partidistas vencedoras en las elecciones, la negociación de las reformas que Dilma pretende impulsar puede encallar y el impulso transformador de su gobierno ralentizarse. Sólo con esos apoyos, se podrán acometer temas espinosos como la reforma tributaria, la del sistema político o la de la competitividad de la economía.
El gobierno de Dilma, que controla alrededor del 80 % de la Cámara de Diputados y el 75 % del Senado, no tuvo problemas en imponer a sus candidatos a la presidencia de la Cámara de Diputados, el parlamentario gaucho del PT Marco Maia, que no era el favorito del PT ni pertenece al grupo paulista, y el presidente del Senado, el ex presidente José Sarney, del PMDB, que repite en el cargo. En ambos casos, se ha producido un pacto entre el PT y el PMDB por el cual, dentro de dos años, los partidos intercambiarán las presidencias de las dos Cámaras. La primera victoria legislativa, se dio con la aprobación del salario mínimo en 545 reales, frente a los 580 exigidos por sindicatos y partidos de la base aliada, ante los que Dilma no se arrugó.
La oposición ha pasado de una resignada digestión del varapalo recibido en las presidenciales y en las legislativas, sólo mitigado por significativas victorias en las gobernaciones regionales, a un vertiginoso proceso de descomposición. José Serra, derrotado por Dilma, ha desaparecido del mapa político y escucha cantos de sirena de quienes le piden que se presente de nuevo a la Alcaldía de Sao Paulo, mientras que su antiguo aliado, y actual alcalde Gilberto Kassab, ha fundado un nuevo partido, el PSD, al que se han unido 35 diputados federales, básicamente ex DEM y algunos miembros más de la oposición del PSDB y del PPS, además de cinco vice-gobernadores, 2 senadores y un gobernador.
Por si fuera poco, Cardoso ha generado una gran polémica al declarar que la oposición no puede asumir el discurso del “pueblo” de Lula, lo que confirma el elitismo del PSDB y su incapacidad para dialogar con las clases medias populares en ascenso. Sólo el senador Aécio Neves, aguanta el tipo y se confirma como la opción más convincente para enfrentarse a Dilma o Lula en 2014.
En el terreno económico, los 100 primeros días han estado marcados por algunos nubarrones como el alza de la inflación, la subida de los tipos de interés, la constatación de que el gasto público se había desbocado, la fortaleza del real y la reducción severa del superávit de la balanza comercial que, junto a otros factores, tendrán un impacto negativo en el crecimiento. De hecho, las previsiones de abril del FMI sitúan el crecimiento del PIB brasileño en el 4´5 % (2011) y el 4´1 % (2012), después de crecer al 7´5 % en 2010.
La medida más contundente ha sido el recorte de 20.000 millones de euros en el presupuesto de 2011 (equivalente al 1´5 % del PIB), lo que generó críticas en sectores de izquierda del PT. La duda es si el ajuste afectara a las obras de infraestructura y a partidas sociales o se limitará a disminuir gastos administrativos federales.
No quedará más remedio que equilibrar las cuentas públicas, dado además el deterioro de las cuentas externas que puede llegar en 2011 a 60.000 millones de dólares frente a los 47.000 del 2010. En qué medida esta situación afectará a las infraestructuras para la Copa del Mundo de fútbol de 2014 (sobre la que Brasil ha recibido un toque de atención de la FIFA por su retraso) y de los Juegos Olímpicos de 2016 es toda una incógnita.
Lo cierto es que la inflación repunta y el calentamiento de la economía es evidente. Para enfriarla, el Banco Central elevó a finales de enero el tipo de interés del 10´75 % al 11´25 %, interrumpiendo la caída sostenida desde el 26´50 % en 2003. La entrada masiva de dólares ha obligado a tomar medidas, como triplicar hasta el 6 % el impuesto sobre flujos de capital. El real sigue fortaleciéndose frente al dólar que cotizaba a fines de 2002 a 3´94 reales y fue cayendo hasta llegar, en vísperas de las elecciones de 2010, a un valor cercano a 1´70; esta semana ha alcanzado mínimos históricos en torno a 1´60.
Estabilizar e incrementar el ritmo del crecimiento será uno de los desafíos de Dilma, al que se añade evitar el deterioro del mercado de trabajo, asegurar el nivel de consumo y mantener las políticas sociales. La relación de estos factores con la reducción de la desigualdad es directa, como recuerda la Fundación Getúlio Vargas, pues la renta del trabajo es responsable del 67 % en la caída de la concentración del ingreso, frente al 17 % de los programas sociales y el 15´7 % de los gastos de seguridad social. Y, pese a la euforia de los brasileños, siempre hay que destacar que el país tiene todavía a 30 millones de personas sobreviviendo con menos de 140 reales al mes (unos 60 euros).
En el campo de la política internacional, Dilma ha dado señales de que se concentrará, al menos durante el primer año, en los asuntos internos por lo que el Itamaraty y su nuevo canciller Antonio Patriota deberán suplir el bajo perfil de la diplomacia presidencial después del activismo de Lula. Su primera visita al extranjero tuvo como destino Argentina, donde se entrevistó con Cristina Kirchner sin que se produjeran acuerdos sustanciales y se reunió con las Madres de la Plaza de Mayo, una señal de que Rousseff quiere dejar como marca registrada de su mandato la defensa de los Derechos Humanos.
Buena prueba de ello es el viraje de la política exterior de Brasil en 2011, en relación a Irán. En un hecho inusitado en los últimos diez años, Brasil votó en la ONU a favor de la investigación de las violaciones de los derechos humanos en aquél país. Unos días antes, a mediados de marzo, el presidente Obama inició una gira por Latinoamérica que le llevó a Brasil.
No hubo grandes acuerdos, más allá del simbolismo de su presencia. Lo máximo que se consiguió fue una escueta declaración en el comunicado conjunto mostrando “aprecio por la aspiración de Brasil de convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU”. La visita coincidió con el inicio de las acciones bélicas en Libia, precedidas de la aprobación de la resolución que autorizaba la creación de una zona de exclusión aérea, en la que Brasil se abstuvo.
La primera visita de Dilma a un país europeo, Portugal, se produjo a finales de marzo y no pudo iniciarse con peor pie, pues unos días antes José Sócrates había dimitido y el país se encontraba sacudido por la tormenta política y la presión de los mercados. La muerte de José Alencar, el día que Lula recibió el doctorado honoris causa en Coimbra, obligó a interrumpir las celebraciones y precipitó el regreso de Dilma a Brasilia.
Más relevante fue la visita de la mandataria brasileña a China, con motivo de la celebración de la III Cumbre de los BRIC, el 14 de abril. Además de ratificar la identidad del grupo y la apuesta por aumentar su protagonismo en la gestión de los temas globales, Dilma desarrolló una agenda marcadamente económica, arrancando de los chinos compromisos de inversión en el campo tecnológico. Por otra parte, el esfuerzo de la comitiva presidencial se dirigió a diversificar las exportaciones de Brasil hacia China, hoy concentradas en materias primas, y a la firma de un conjunto de 20 acuerdos en campos tan diversos como la energía, la defensa y la agricultura entre otros. Hubo también espacio para la rubrica de un acuerdo de venta de aviones de la Embraer.
En definitiva, responder con eficacia a los desafíos internos y externos de Brasil en este turbulento inicio de década es la responsabilidad del gobierno de Dilma Rousseff. Todavía es pronto para valorar sus primeros pasos, pero estos son prometedores y pueden dejar una impronta en la vida política brasileña. Es probable que sus detractores, que sospechaban de su capacidad e independencia para distanciarse de la sombra de Lula, tengan que retractarse de las acusaciones vertidas durante la campaña electoral.
Sin duda, la prueba de fuego será medir su ímpetu para acometer la agenda de reformas pendientes que Lula no pudo o quiso impulsar, a veces por la coyuntura política y en ocasiones por asegurar a cualquier coste la buena salud de las alianzas políticas. Está en juego mucho. Entre otras cosas, la regeneración de la vida democrática en Brasil, amenazada por la corrupción y por un sistema político que ya ha dado sobradas muestras de presentar grietas considerables por las que se escapa la confianza de los ciudadanos y la salud de unas instituciones republicanas hasta ahora resistentes.
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