Cuba: El Sexto Congreso, conteo final
La dictadura militar cubana se ha sostenido teóricamente sobre un partido que acaba de concluir su Sexto Congreso, un suceso que sin dudas es el acto central de las exequias del totalitarismo insular, porque tal y como han afirmado reiteradamente los dirigentes de esa ficción política, este es el último encuentro en el que los moncadistas tienen un papel protagónico y capacidad para imponer sus puntos de vistas en el futuro del país.
El primer evento partidario se celebró en 1975, diez años después de su constitución, y posteriormente hubo congresos en 1980, 1985, 1991 y 1997. El Sexto Congreso se prorrogó por 14 años, lo que demuestra que el instrumento teórico sobre el que supuestamente se basa el régimen para sus proyectos no es fundamental.
La nomenclatura aparenta ser optimista con las conclusiones porque considera que lo exitoso de la sucesión, en lo que a conservar el poder respecta, garantiza la herencia totalitaria que con iguales criterios a los de sus predecesores esperan que administren sus sucesores. No obstante, es de suponer que el Sexto Congreso fue una pieza teatral con excelentes actores que conocen perfectamente un guión que para sobrevivir interpretan con extrema maestría en un escenario preparado para la liturgia de la postrera misa del castrismo.
La proverbial doble moral de los congresistas, superior a la prudencia y el miedo que puedan padecer, les hizo el juego al núcleo duro del régimen, que por interés o complicidad, es el único con voluntad para tratar de mantener el actual modelo de gobierno.
La unanimidad en el evento partidario, el silencio de los delegados ante los fracasos del régimen y la falta de voces que expusieran la realidad nacional, son el aviso que si la sucesión fue un triunfo, la continuidad de la farsa hace imposible que siga la misma puesta en escena de los últimos 52 años.
Los delegados conocen perfectamente que la estructura gubernamental está corroída y que el gobierno ha fracasado una vez más en el ejercicio vital de auto reformarse para evitar el fin. Saben que el gobierno está pereciendo por consunción, tal y como le ocurre a su principal conductor, y han decidido, con un aguzado sentido de la oportunidad, continuar actuando en la trama para cuando llegue el inevitable final, estar sobre el escenario y poder seguir siendo actores claves del nuevo entramado.
El hecho de que no haya habido disentimientos, críticas y reparos a las decisiones de la nomenclatura, no es porque los delegados ignoren la dura realidad, sino porque la frustración y la desesperanza han penetrado en lo más profundo del sistema y el desencanto ha hecho presa entre los siervos más fieles.
El inmovilismo de la corte, la falta de arreglos que viabilicen cambios orgánicos, permite percibir el fin de la sucesión y el inicio de un proceso inédito que puede deparar situaciones para las que no estemos preparados. Esa falta de resultados puede ser el factor clave para impulsar cruentas pugnas en intramuros, porque el desencuentro de las generaciones, junto a la codicia, propicia una inestabilidad generadora de conflictos.
La falta de decisiones claves en el encuentro de los afiliados al castrismo es un factor suficiente para afectar la voluntad de cambio en algunos sectores que favorecían las reformas en el marco de los conceptos del caudillo; en consecuencia, el entramado de intereses de la burocracia junto a un aparato militar particularmente poderoso en recursos bélicos y económicos –ambos enemigos de transformaciones radicales– son elemento que ahora, para sobrevivir, pueden coincidir en un proceso de transición que Raúl Castro, profundo conocedor de lo que ocurrió en la Unión Soviética, debería percibir.
La falta de cambios en la jerarquía, de ajustes en la práctica política y en el discurso ideológico, estimula un liderazgo emergente que no actuaría por una toma de conciencia, sino por simple conveniencia. Estos “salvadores”, que cuentan con los recursos y el conocimiento del gobierno, son candidatos a procurarse una legitimidad que les posibilite seguir siendo en alguna medida protagonistas, lo que determinaría la configuración de una realidad nacional menos ortodoxa y más inclusiva, en la que factores ajenos al poder, oposición incluida, podrían participar.
El autor es periodista de Radio Martí.
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