Retorno a la dictadura, no
El País, Madrid
Cuando los tres candidatos que representan la defensa del sistema
democrático y liberal se dedican a destrozarse unos a otros, como
ocurrió en las recientes elecciones peruanas -me refiero a Luis
Castañeda, Alejandro Toledo y Pedro Pablo Kuczynski-, el resultado es
previsible: los tres se autodestruyen y abren el paso de la segunda
vuelta electoral a dos candidatos que, desde los extremos, representan
una amenaza potencial para la supervivencia de la democracia y el
desarrollo económico que, desde hace 10 años, había convertido al Perú
en el país que progresaba más rápido en toda América Latina. El poeta
César Moro no exageraba demasiado cuando escribió: "En todas partes se
cuecen habas, pero en el Perú solo se cuecen habas".
Bien, no es cuestión de suicidarse, porque el suicidio no resuelve
los problemas para los que se quedan vivos, de modo que, ahora, por lo
menos la mitad de los peruanos debemos elegir entre dos opciones que
habíamos descartado: Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Algunos amigos
míos han decidido viciar su voto, pues rechazan a ambos candidatos por
igual. Ésa es una decisión respetable desde el punto de vista individual
y moral, pero nada efectiva en términos colectivos y prácticos, pues no
votar equivale siempre a votar por el que gana, ya que se renuncia a
hacer algo -aunque sea tan mínimo como lo que representa un solo voto-
para impedirlo.
Creo que es preferible elegir, haciendo un esfuerzo de racionalidad y
aceptando las tesis del compromiso sartreano, según las cuales siempre
hay una opción preferible a las otras, aunque semejante elección
implique inevitablemente un riesgo y la posibilidad del error.
No tengo duda alguna de que elegir presidenta del Perú a Keiko
Fujimori sería la más grave equivocación que podría cometer el pueblo
peruano. Equivaldría a legitimar la peor dictadura que hemos padecido a
lo largo de nuestra historia republicana. Alberto Fujimori no sólo fue
un gobernante asesino y ladrón, tal como estableció el tribunal que, en
un proceso modélico, lo condenó a 25 años de cárcel. (Según la
Procuraduría, sólo se han repatriado unos 184 millones de dólares de los
6.000 que por lo menos se birlaron durante su régimen de las arcas
públicas). Fue, además, un traidor a la legalidad constitucional que le
permitió acceder al poder en unos comicios legítimos, dando el golpe de
Estado que acabó con la democracia en el Perú el 5 de abril de 1992.
Keiko Fujimori ha reivindicado ese hecho bochornoso y su entorno está
plagado de colaboradores de la dictadura. Como han comprobado los medios
de comunicación, el propio ex dictador ha coordinado la campaña
presidencial de su hija desde su cárcel dorada.
El pueblo peruano no puede haber olvidado lo que significaron esos
ocho años en que Fujimori y Vladimiro Montesinos perpetraron un saqueo
sistemático de los recursos públicos, la corrupción que cundió por todos
los mecanismos e instituciones del poder en la más absoluta impunidad,
los tráficos de armas, de drogas, la manera como políticos, empresarios,
directores de canales de televisión, iban a venderse a la dictadura por
bolsas y fajos de billetes, escenas de escándalo que han quedado
registradas en los vídeos que el propio Montesinos grababa sin duda para
chantajear a sus cómplices.
Tampoco puede olvidar los innumerables crímenes, desapariciones,
torturas, ejecuciones extrajudiciales y toda clase de violaciones de
derechos humanos de campesinos, estudiantes, sindicalistas, periodistas,
que marcaron esos años de horror, y contra los que el pueblo peruano
reaccionó, a fines de la década de los noventa, cuando, con
movilizaciones como la Marcha de los Cuatro Suyos, consiguió derrotar a
la dictadura y devolver la libertad al Perú. No es posible que en tan
pocos años en la memoria de los peruanos se haya borrado esta ignominia
histórica y una mayoría decida ahora con sus votos que se abran las
cárceles y las decenas de ladrones y asesinos de la dictadura salgan de
nuevo a gobernar el Perú. Todo lo que queda de digno en el país debe
impedir, valiéndose del civilizado recurso de las ánforas, semejante
vergüenza para nuestra patria.
Votar por Ollanta Humala implica un riesgo para todos quienes
defendemos la cultura de la libertad, lo sé muy bien. Su antigua
simpatía por las políticas catastróficas de la dictadura del general
Velasco y del dictador venezolano Hugo Chávez justifican los recelos de
que su subida al poder pudiera significar una ola de estatizaciones que
hundiera nuestras industrias y ahuyentara a las empresas e inversores
que, en los últimos 10 años, han contribuido de manera decisiva al
notable crecimiento de nuestra economía, a la creación de tantos miles
de empleos, a la reducción de la pobreza de más de 50% a un tercio de la
población y a la buena imagen que se ha ganado el Perú en el
extranjero. Asimismo, es lícito el temor de que aquellas antiguas
simpatías puedan inducir a su Gobierno a desaparecer una vez más en
nuestra historia la libertad de prensa en el país.
Sin embargo, la verdad es que en esta campaña Ollanta Humala ha
moderado de manera visible su mensaje político, asegurando que se ha
separado del modelo autoritario chavista e identificado con el brasileño
de Lula. Por lo demás, en esta campaña ha tenido asesores brasileños
cercanos al Partido de los Trabajadores. Ahora asegura que respetará la
propiedad privada, que no propiciará estatizaciones, que no recortará la
independencia de la prensa ni la inversión extranjera y que está
dispuesto a renunciar a la idea de una Asamblea Constituyente que (como
lo hizo Chávez en Venezuela) reemplace a la actual Constitución que
prohíbe la reelección presidencial.
¿Son estas las convicciones genuinas de alguien que ha evolucionado
ideológicamente desde el extremismo hasta las posiciones democráticas de
la izquierda latinoamericana que encarnan un Ricardo Lagos, en Chile,
un José Mujica en el Uruguay, un Lula y una Dilma Rousseff en Brasil, o
un Mauricio Funes en El Salvador? ¿O es una mera postura táctica para
ganar una elección, ya que Ollanta Humala sabe muy bien que sólo vencerá
en esta segunda vuelta si un importante sector de la clase media
peruana vota por él? Creo que la respuesta a esta pregunta que se hacen
hoy día tantos peruanos que votaron por Castañeda, Toledo y Kuczynski,
no depende tanto de las secretas intenciones que pueda tener el
candidato en el fondo de su conciencia, sino de los propios electores
que decidan apoyarlo y de la manera en que lo hagan.
Este apoyo no puede ser una abdicación sino un apoyo exigente y
crítico, a fin de que Ollanta Humala nos dé pruebas fehacientes de su
identificación con la democracia y con una política económica de mercado
sin la cual el Perú entraría en una crisis y un empobrecimiento que
condenaría al fracaso todos los programas de redistribución y de combate
a la pobreza que figuran en el plan de gobierno de Gana Perú. Para que
aquellos programas sean exitosos es indispensable que el Perú siga
creciendo como lo ha hecho estos últimos años, ya que si no hay riqueza
no hay nada que redistribuir. Eso lo han entendido los socialistas
chilenos, brasileños, uruguayos y salvadoreños y por eso, aunque se
sigan llamando socialistas, aplican o han aplicado en el Gobierno
políticas socialdemócratas (no digo liberales para no espantar a nadie,
pero si dejara esa palabra no mentiría). Si Ollanta Humala persevera en
esta dirección que parece haber emprendido, la democracia peruana estará
a salvo y continuará el progreso económico, acompañado de una política
social inteligente que devolverá la confianza en el sistema a quienes,
por sentirse marginados y frustrados de ese desarrollo que no los
alcanzaba, optaron por los extremos.
Cuando escribo este artículo, buena parte de votantes por el partido
de Alejandro Toledo, Perú Posible, parece haber optado por ese apoyo
exigente y crítico a Ollanta Humala que yo propongo. Mi esperanza es que
los otros partidos democráticos del Perú, como Acción Popular, el
Partido Popular Cristiano y el APRA, que, con tantos miles de
independientes, combatieron con gallardía a la dictadura fujimorista y
ayudaron a derrotarla, se sumen a este empeño, para evitar el retorno de
un régimen que envileció la política y sembró de violencia, delito y
sufrimiento a nuestro país y para asegurarnos que la llegada de Ollanta
Humala al poder fortalezca y no destruya la democracia que recobramos
hace apenas 10 años.
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