Cae último secreto: la dieta de lujo de Fidel
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La Habana – Cada día las informaciones se filtran con mayor facilidad desde los cerrados archivos oficiales hasta esas redes alternativas donde las noticias circulan sin freno. Se escapan a raudales -y no sólo en WikiLeaks- los secretos bien guardados y los datos celosamente custodiados. Esa avalancha de revelaciones nos hace creer que en Cuba vivimos un destape, pero no al estilo del experimentado por los españoles a finales de los años setenta. El nuestro se alimenta más bien de esos detalles hasta ahora ocultos de la historia nacional, se nutre de pasajes silenciados por la prensa oficialista.
Una de las más escandalosas revelaciones de los últimos tiempos ocurrió en enero de 2010 y estuvo relacionada con la muerte -por inanición y frío- de más de una treintena de pacientes en el hospital psiquiátrico habanero. Alrededor de trescientas fotos tomadas durante sus autopsias saltaron el control y pasaron a manos ciudadanas, mostrando el estado de deterioro y maltrato a que habían estado expuestos en vida. Nunca se supo a ciencia cierta quién sacó esa secuencia de imágenes del instituto de Medicina Legal.
Una cámara inquieta también había filmado dos años antes la discusión entre un estudiante universitario de Informática y el presidente del Parlamento. A las preguntas incisivas del joven, el señor Ricardo Alarcón sólo pudo responder con frases ciertamente desafortunadas, un revoleteo nervioso de las manos y alguna que otra consigna. El video resultante se regó como pólvora y aquel rostro de pómulos salientes -que cuestionaba con voz firme- se convirtió en una especie de líder popular, al atreverse a decir en público lo que muchos callaban. Además de evidenciar el descontento social, la difusión de aquellos minutos de grabación nos corroboró algo muy importante: la eficacia de los canales clandestinos para divulgar lo prohibido. Estábamos así ante una forma más efectiva de saltarnos la censura. De manera que nuestro destape no ha llegado -como en el caso español- en forma de bikinis o de películas subidas de tono, sino que ha venido en la menuda barriguita de las memorias USB, en la delgada superficie de los CD y los DVD.
El último ejemplo de la incapacidad de mantener algo alejado de los curiosos ha sido la publicación de la dieta macrobiótica que mantiene Fidel Castro. Diseñada y supervisada desde un importante instituto especializado en nutrición, el selecto menú saltó a la palestra pública con todos sus pormenores. El listado incluye desde algas traídas de Japón hasta arroz integral cosechado con cero pesticida o abono. En un país donde la gran pregunta que cada día se hacen sus pobladores es «¿qué voy a comer hoy?», tal descubrimiento ha caído como un cubo de agua fría. Más allá del los escandalosos costos de una alimentación tan exclusiva, lo que más ha molestado hacia el interior de la isla es que tales excesos se cometen enmascarados bajo el discurso de la austeridad y el ascetismo militante. Por otra parte, se ha desatado una verdadera cacería de brujas, por parte de los encargados de la seguridad informática del centro científico, para determinar quiénes son responsables de la fuga del pedido a la carta que consume el Máximo Líder. Las filtraciones pueden dar al traste con un sistema que se basó demasiado tiempo en el secretismo. Los cuchicheos de Palacio ya no pueden ser contenidos, los escándalos de corrupción o de funcionarios defenestrados saltan en pocas horas a la escena pública.
No se trata, para nada, de que 11 millones de cubanos creyeran que el comandante en jefe comía lo mismo que cada uno de ellos recibe en su cuota de mercado racionado, pero la enorme diferencia entre el plato de unos y el del otro los ha dejado turulatos. Que en un país ahogado por la crisis financiera, la dualidad monetaria y la baja productividad atraque un barco cargado de productos macrobióticos llegados desde Italia para mantener vivo a un solo hombre da mucho que hablar. Abruma así la esquizofrénica dualidad entre lo que se promueve desde la tribuna y lo que ocurre tras las puertas de los altos funcionarios. Sin embargo, también alivia saber que ya nada de eso se queda tras las cortinas de lo escondido y que no deberemos esperar décadas para que se desclasifiquen los disimulados hechos de hoy.
Quizás en estos momentos, un anciano de barba casi blanca lleva a su boca una cucharada de cous cous integral, toma también una pequeña porción de sushi de sabor delicado. Piensa que está a solas, pero una multitud ávida lo mira.
Cada gramo que lleva a su boca se conoce de antemano, cada detalle que escondió en el pasado también se sabrá.
La autora es periodista disidente cubana.
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