Guantanamo: La caja de los horrores
SALAMANCA. - Los documentos filtrados por WikiLeaks que se conocieron esta semana terminaron por abrir la caja de los horrores; es decir, Guantánamo. Ya no se trata de aquellos mensajes entre el Departamento de Estado y sus funcionarios acreditados en otros países ni tampoco de aquellos que preguntaban por la salud mental de tal o cual presidenta, sino del invento macabro que dejó como herencia el patético George W. Bush y que ahora quema como una piedra caliente en las manos de los políticos que no saben qué hacer con ella; menos tirarla de cualquier manera.
Para los desmemoriados, se cuenta que cuando su padre era presidente de los Estados Unidos de Norteamérica (1989-1993) al recibir invitados a cenar en su casa, siempre sentaba al hijo en el extremo opuesto de la mesa de modo que no se escucharan las tonterías que acostumbraba decir su hijo. Con tantas tonterías que dijo en su vida, terminó convenciendo al primer ministro británico Tony Blair y al presidente de Gobierno de España, José María Aznar, que le acompañaran en una guerra contra Irak, pues sus servicios secretos le habían informado que Sadam Husein se encontraba en pleno desarrollo de armas de destrucción masiva (vulgo: bomba atómica). Y allá fueron los tres después de hacerse fotografiar juntos en la reunión que pactaron la guerra en las islas Azores. También convenció a los ciudadanos de su país y de muchos otros sitios del mundo que la única manera de luchar de manera efectiva contra Al Qaeda era apresar a sospechosos que pudieran brindar información útil sobre el paradero de Osama Bin Laden, para lo cual era preciso crear una cárcel lo suficientemente segura donde mantenerlos aislados. Así surgió la idea de una cárcel en la base militar norteamericana de Guantánamo (Cuba).
Joven dislocado, dado a la bebida y una conducta nada ejemplar, George W. Bush (¿sabían que esa “W” significa Walker? Pero nada tiene que ver con el famoso Johnny a no ser una entrañable amistad) aseguró que logró superar esa vida desordenada después de su conversión religiosa gracias a una conversación con el predicador Billy Graham. Quizá el reverendo no le enseñó que mentir es pecado. Y cuando la mentira alcanza el tamaño de las mentiras que dijo y las víctimas que tales mentiras se cobraron, la cosa es mucho más que un simple pecado.
Cuando Barack Obama asumió la presidencia en enero de 2009 prometió que en el plazo de un año cerraría la cárcel ilegal de Guantánamo. Se ha cumplido el año y Obama no pudo cumplir su promesa. A lo largo de la semana, coincidiendo con la publicación de los “papeles de Guantánamo” en el diario “El País”, los columnistas se sumergieron en un mar de críticas a Obama, a quien culpan no solo de no haber cerrado la cárcel, sino también lo responsabilizan de todos los horrores que han sucedido y siguen sucediendo en el lugar.
Un columnista decía que Obama fue el presidente que mayor entusiasmo provocó en el electorado después de John F. Kennedy. El caso es que a Kennedy lo mataron, nunca se supo quién, con lo que no hubo necesidad de inmovilizarlo como lo está haciendo la derecha más cerril y reaccionaria de los Estados Unidos. Esa ultraderecha conservadora, agrupada en el Tea Party, es capaz de tener como a uno de sus líderes a Sarah Palin, quien ahora ha propuesto pasarle a Irak la cuenta de los gastos que realizó los Estados Unidos para derrocar a Husein. “Le hemos librado de un dictador. Tienen que pagar el trabajo hecho”.
Antes que descargar nuestra ira, nuestra frustración, nuestro desencanto contra Obama por no poder neutralizar los obstáculos que le crean (ahora se vio obligado a publicar el acta literal de su partida de nacimiento), tendríamos que hacerlo contra esa clase política que está actuando con miras a sus intereses y sus prejuicios ideológicos, en lugar del bien de la nación. Mientras Guantánamo exista, los republicanos tendrán un arma maravillosa para tumbar a Obama en las próximas elecciones y regresar ellos a la Casa Blanca.
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