Un intruso en la Casa Blanca
Recuerdan aquella serie de televisión de los años 70 en la que una unidad especial de policías luchaba contra los malhechores en Honolulu? El título del popular programa, Hawai Cinco-0, era un homenaje al estado número 50 que conforma los Estados Unidos.
Si el agente McGarrett que interpretaba Jack Lord todavía estuviese activo, habría acabado de una vez con el “crimen organizado” que el sector más radical del Partido Republicano ha lanzado en contra de la imagen del presidente Barack Obama. No le habría gustado nada que a un oriundo de la capital hawaiana le quieran negar a toda costa el origen de su cuna.
Desde que Obama ganó las elecciones en 2008 los militantes del ultraconservador Tea Party se han centrado en propagar una gran mentira: que el actual mandatario en realidad no nació en territorio estadounidense y, por tanto, su certificado de nacimiento podría ser un documento falso. Encabezados por agitadores como Sarah Palin, los impulsores de lo que ahora se conoce como el Movimiento Birther han diseminado la patraña de que seguramente nació en Kenia; como Moisés, un buen día Obama apareció en la exótica tierra de Hawai a bordo de una cesta de mimbre.
Por si fueran pocos, a este inquisidor aquelarre se ha unido el Donald Trump, ansioso de salir en los periódicos y en la televisión a modo de sparring como posible candidato republicano. Con ese tono de perdonavidas que es su impronta en The Apprentice, el millonario empresario presume de haber forzado al presidente a hacer público un documento más detallado que certifica su nacimiento en un hospital de Honolulu. Trump, cuya demagogia nacionalista es lo más cercano a un Le Pen Made in USA, ahora amenaza con comprobar si el dichoso papel es auténtico o podría tratarse de otra artimaña de un jefe de Estado de quien sospechan que es un intruso que ha tomado por asalto la Casa Blanca.
Hablando de la blancura de la Casa Blanca, el fondo de esta turbia cuestión que ha movilizado a los Trump y Palin del país apunta a otra sospecha: el racismo (no tan soterrado) de quienes no soportan la presencia de un mulato en esa impoluta residencia diseñada para Whites Only. Tal vez si el inquilino fuese un republicano con el síndrome del Tío Tom (negro por fuera pero con alma de blanco), como Trump, el Moral Majority le perdonaría la vida permitiéndole alojarse en esa Casa tan Blanca. Pero no es el caso de Obama. O así lo perciben ellos.
No puede haber otra excusa que la estulticia para explicar este lamentable episodio. La afrenta a Obama pone de manifiesto la debilidad dialéctica de una oposición que tiene que recurrir a los golpes bajos para agitar la esperanza de su victoria en las elecciones de 2012. Es verdad que su constante campaña de desinformación ha logrado que el 45% de los americanos crea que el presidente no nació en este país. Pero no es menos cierto que este lodazal de falsedades comienza a tener un efecto boomerang porque la credibilidad de figuras como Palin y Trump baja como la Bolsa en sus peores días.
La ex gobernadora de Alaska ha quedado relegada a reality shows con salmones y truchas, mientras que las boutades de Donald Trump son material goloso para comediantes. Cuando Palin abre la boca Tina Fey comienza a ensayar su próximo sketch para Saturday Night Live; y cuando, con gesto burlón, “The Donald” suelta que Obama no tiene credenciales para que lo hayan aceptado en Harvard, alguien saca a relucir su récord de bancarrotas y casinos clausurados en la moribunda Atlantic City.
Con una tasa alta de desempleo, los políticos y adversarios serios tienen mucho que discutir con la actual Administración en materia económica; lo mismo en política exterior, con la metástasis de una ocupación militar en Irak y Afganistán o el indefendible limbo legal de Guantánamo que heredaron de la era Bush.
Es sano debatir y exigirle al gobierno, pero lo que raya en mera labor de zapa es esta insidiosa campaña que pretende despojar a Obama de su singular historia: un hijo producto del amor entre una chica blanca de Kansas y un académico keniata que se conocieron en la universidad de Honolulu. De aquella relación fugaz en 1960 nació un niño mestizo cuando todavía en muchos estados prohibían las relaciones interraciales. Por fortuna, Hawai era más abierta y allí el pequeño Obama fue feliz junto a sus abuelos maternos. Las maniobras de Trump y los exaltados miembros del Tea Party sólo sacan a pasear los fantasmas de un pasado que más vale no revivir. El justiciero protagonista de Hawai Cinco-0 no habría permitido tamaña humillación a un hijo predilecto de Honolulu.
© Firmas Press
- 23 de julio, 2015
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