Fukushima, el «apocalipsis» que nunca fue
El pasado 11 de marzo Japón sufrió un devastador terremoto seguido de un gran tsunami, dejando tras de sí miles de muertos y desaparecidos. Una tragedia histórica que, sin embargo, fue olvidada casi de inmediato en la mayoría de los medios europeos tras el estallido de la crisis nuclear de Fukushima. El pánico atómico se apoderó de portadas y telediarios alertando, una y otra vez, del riesgo de asistir a un nuevo Chernobyl. El desastre natural que causó el accidente quedó, pues, en un segundo plano. Fukushima se convirtió en el único centro de atención, hasta tal punto que el accidente fue calificado de "apocalipsis" por las autoridades comunitarias.
Dos meses después, el número de víctimas mortales causadas directamente por Fukushima asciende a dos, como resultado de la explosión inicial que sufrió la planta. Sin duda, un "apocalipsis" de gran magnitud. Este caso ha vuelto a poner de relieve la superchería y el vil maniqueísmo que rodea a todo lo que huela a nuclear. Y es que este tipo de energía, aparte de limpia, es la más segura. Algo tan usual y aparentemente inocuo como el carbón mata a más gente que la energía nuclear, tal y como atestiguaba Bill Gates recientemente.
Así es. Los datos históricos muestran que la energía nuclear es, con mucha diferencia, la más segura a día de hoy en comparación con el resto. Para comprobarlo es necesario comparar el número de muertes en función de la producción de energía. En concreto, organismos científicos como la World Nuclear Association, The Paul Scherrer Institute (PSI) o el Proyecto ExternE de la Comisión Europea utilizan la ratio de muertes por Teravatio hora producido (TWh) a fin de analizar la seguridad real de cada fuente energética.
Y el resultado salta a la vista. La nuclear, que produce el 5,9% de la energía mundial, tan sólo ha causado 0,04 muertes por TWh, muy inferior a las defunciones asociadas a la energía hidroeléctrica, situada en 1,4 por TWh si se incluyen los más de 170.000 muertos que provocó el colapso de la presa china de Banqiao a mediados de los 70.
De hecho, el desarrollo de energía solar y eólica provoca más muertes que la temida energía nuclear. La solar, que apenas produce el 0,1% de la energía mundial, registra una ratio de 0,44 muertes por TWh producido, casi 10 veces más que la fuente atómica, mientras que en el caso de la eólica la ratio desciende hasta 0,15.
Las defunciones causadas por estas fuentes renovables se deben, sobre todo, a los accidentes producidos en la instalación de placas solares –por ejemplo, en los tejados de las casas– así como en la construcción de los aerogeneradores (de gran altura).
Sin embargo, la energía con mayor índice de mortalidad es, de lejos, el carbón. Y no sólo por los habituales derrumbamientos y explosiones en las minas sino, más bien, como resultado de la contaminación atmosférica que generan sus partículas. Así, la ratio de defunciones en el caso del carbón alcanza un promedio de 161 muertes por cada TWh a nivel mundial (15 en EEUU, 25 en la UE y 278 en China).
La Organización Mundial de la Salud estima que la contaminación que generan las partículas de carbón causa cerca de 1 millón de muertes al año. El carbón genera aproximadamente 6.200 TWh. De este modo, la ratio de mortalidad se sitúa en 161.
En este campo destaca, además, otro dato poco conocido: los residuos que producen las plantas térmicas son en realidad más radiactivos que los generados por sus homólogos nucleares. De hecho, la ceniza que emiten las centrales que queman carbón crea 100 veces más radiación en el ambiente circundante que una planta nuclear que produce la misma cantidad de energía.
Pese a todo, gran parte del mundo tan sólo guardará en sus retinas el desastre nuclear de Fukushima, el "apocalipsis" que nunca fue, dejando así en el olvido a los miles de muertos que enterró la furia de la Madre Tierra.
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