Rusia frente a una encrucijada política
Después de gobernar a Rusia con mano firme por dos períodos presidenciales consecutivos, Vladimir Putin -exigido por las normas constitucionales de su país- dio una surte de medio paso al costado y, en el 2008, condujo a Dimitry Medvedev -de la mano- hasta la presidencia de su país. Firmemente, sin conmociones, ni desórdenes. No obstante, lejos de abandonar el escenario de la política, Putin permaneció como Primer Ministro, cargo que desempeña sin mayores sobresaltos en el marco de una democracia distinta, que se define a sí misma -cínicamente- como democracia administrada.
Desde entonces Rusia ha sido liderada mediante un sistema de aparente doble comando o tandem político que parece haber funcionado relativamente bien. A punto tal, que las encuestas de opinión sugieren que la popularidad del dúo está en el orden del 50% de aprobación popular. Pero en su derredor aparece una suerte de típica crisis de legitimidad, que naturalmente preocupa.
Por ello las cosas pueden haber comenzado a complicarse. Ocurre que de pronto Dimitry Medvedev ha empezado a emitir algunas señales más agresivas de lo habitual que sugieren que aspira a obtener un segundo mandato en las elecciones presidenciales previstas para el año próximo. Lo que ocurrirá, por cierto, en momentos en que Vladimir Putin esté jurídicamente en condiciones legales de pretender regresar a la presidencia.
En una reciente entrevista concedida a la televisión china, Medvedev señaló -con toda claridad- que no descarta volver a presentarse como candidato presidencial. Ese anuncio -no demasiado inesperado- debe interpretarse a la luz de otras señales concordantes. Esto es, junto con una serie de actitudes de Medvedev que sugerían una búsqueda de independencia.
Por ejemplo, en septiembre del año pasado, Medvedev -en un movimiento político con sus propios riesgos- logró destituir a Yri Luzhkov, el hasta entonces poderoso alcalde de Moscú. Desde ese momento ha comenzado a sugerir periódicamente que él es sinónimo del cambio que Rusia necesita, agregando -con razón- que los países que no cambian quedan atados a sus pasados.
Hace algunas semanas, en un nuevo movimiento que parecería haber apuntado a limpiar el camino de posibles rivales políticos, Medvedev obligó a varios de los aliados más cercanos de Putin a salir de los remunerativos directorios de las empresas estatales en los que se desempeñaban. Entre ellos, a Igor Sechin -Presidente de Rosneft, la enorme empresa estatal petrolera rusa- un aliado cercano de Putin, que se había constituido en uno de los rivales más notorios de Medvedev.
Como si ello fuera poco, cuando de pronto Putin se pronunció públicamente en contra del accionar militar de las Naciones Unidas en Libia, Medvedev le llamó abiertamente la atención, calificando a sus comentarios de inaceptables.
Putin, por su parte, permaneció en silencio. No obstante, todavía se lo tiene como el hombre fuerte que finalmente será quien decidirá acerca de la sucesión presidencial. La imagen pública de Putin tiene un 51% de aprobación, mientras que la de Medvedev, sólo el 46%. No obstante, hay una nueva sensación de tensión flotando en el ambiente.
Con Rusia aún afectada por las consecuencias de la recesión económica del 2008/2009, los equipos que rodean a los dos candidatos al poder han comenzado a pulsear discretamente entre ellos. Aunque dentro de ciertos límites, sin agresividad abierta. Esta lucha, aún sorda, acaba de ser calificada por Mikhail Gorbachev de espectáculo poco atractivo. Pese a que se trata de una puja por el momento extremadamente discreta, casi gentil.
Para Gorbachev, en Rusia ha llegado la hora de desbancar a los fuertes intereses creados, políticos y económicos, que son precisamente los que administran la marcha de la democracia local y de abrir decididamente la economía, liberando todo su potencial. Esto requeriría que Putin -identificado con el centralismo autoritario- dejara pasar a una clase política más joven, capaz de dinamizar la evolución política y económica que el país necesita.
Medvedev pareciera estar viendo esa oportunidad. Y ha comenzado a posicionarse para una puja por el poder que -en función del calendario electoral- no puede demorar mucho. Todo está aún lejos de haber sido negociado y, mucho menos, resuelto. Por esto las tensiones aparentes. Las que pueden crecer si en diciembre, cuando las elecciones parlamentarias, el partido oficialista: Rusia Unida, de pronto pierde la mayoría de dos tercios que hoy detenta. Lo que no es imposible.
Emilio J. Cárdenas fue Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas.
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