Brasil-Venezuela, fin de affaire
El uso abusivo de términos políticos no sólo desvirtúa el significado real de los fenómenos, sino que además tiene el potencial de crear situaciones embarazosas para aquellos que, en nombre de proyectos que van más allá de sus capacidades concretas, enarbolan con orgullo banderas que pesan más que sus astas.
Es el caso de uso abusivo del término "alianza" por parte del gobierno venezolano. En el afán de presentarse ante el mundo como un gran actor geopolítico en la transición multipolar, se empeña en tratar de convencernos del carácter "estratégico" de las relaciones con potencias emergentes como Brasil, Rusia y China.
Sin cometer la torpeza de colocarse al nivel de aquellos gigantes regiones, Venezuela incurre en el garrafal error de definir alineamientos tácticos bajo el rótulo de alianzas. Mientras el país tenga oportunidades crecientes para ofrecer ventajas económicas y políticas a los poderes rivales de Occidente, el grueso error no tendría razón de hacerse visible.
Pero en la medida en que nuestras capacidades se estancan y los socios se establecen, resulta cada vez más difícil obtener deferencia diplomática.
En el caso de las relaciones con Brasil, han operado además los efectos una adaptación progresiva hacia la cooperación con los EEUU.
Aun reconociéndose como asimétricos rivales hemisféricos, la potencia establecida y la emergentes están de acuerdo en la construcción de un modus vivendi que permita establecer solapadas áreas de influencia sin que ello signifique un choque frontal.
Washington ve en Brasilia al interlocutor capaz de comprenderlo, el único que combina dosis significativas de poder y estabilidad al sur del Río Grande, y que está en posición para dialogar con algún grado de éxito con todas las fuerzas capaces de generar amenazas de seguridad.
Pero este poder brasileño es todavía limitado con respecto al poderío norteamericano, lo que hace a la sociedad aun más atractiva, en tanto no es una amenaza al corto ni mediano plazo.
Brasilia, por su parte, reconoce la preeminencia de Washington, y aunque esto no le impide cuestionar las acciones externas que llevan adelante los EEUU en nombre de la seguridad nacional y sus valores políticos, prefiere evitar los traumas de un lento auge que además esté sometido a una agresiva competencia.
El distanciamiento entre Venezuela y Brasil, que comienza a hacerse evidente con la llegada de Dilma a la presidencia, no responde directamente a rasgos personales, y mucho menos a virajes radicales, sino que es producto de dispares visiones sobre el orden mundial.
Mientras la Venezuela bolivariana anuncia que desea cambiar las reglas del sistema internacional, Brasil desea mejorar su posición jerárquica, sin cambiar demasiado las reglas de un juego que eventualmente le puede favorecer.
Las coincidencias tácticas entre Lula y Chávez fueron mercadeadas como acuerdos estratégicos entre ambos Estados. Una maniobra que, en nombre del prestigio del gobierno nacional, hoy se enfrenta a la miseria de la inconsistencia.
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