Argentina: Montoneros, moyanistas y republicanos
En un reportaje que publicó la revista Debate , el viceministro de Economía, Roberto Feletti , dijo que "el populismo debería radicalizarse", agregando, para sostener su afirmación, que "uno de los problemas del populismo es que no era sustentable, ya que no podía apropiarse de factores de renta importantes. Esto es lo que cambió. Ganada la batalla cultural contra los medios y con un posible triunfo electoral en ciernes, no tenés límites". Estas declaraciones fueron contradichas por el ministro de Economía, Amado Boudou, el superior de Feletti, y por el ministro del Interior, Florencio Randazzo.
Al hablar de la "apropiación de los factores de renta", ¿se estaba refiriendo Feletti a una posible revancha por la derrota que sufrió el Gobierno en 2008, cuando pretendió apropiarse de la renta de la soja y sólo consiguió llevar las retenciones al 35 por ciento? Al refutarlo, ¿estaban Boudou y Randazzo condenando de cuajo la renovada pretensión apropiatoria de Feletti o se limitaban a contradecirlo porque les pareció inoportuna ya que, si el Gobierno aspira a "ir por todo" contra el campo y contra empresas como Techint, el momento oportuno para hacerlo no sería "antes" de las elecciones de octubre, sino "después", para no ahuyentar desde ahora a los votantes de la clase media? Según esta hipótesis, el pecado de Feletti no habría consistido en proclamar su adhesión al "populismo radicalizado" que comparte con los sectores "duros" del kirchnerismo, sino en haberse apresurado.
Si entendemos por populismo la apropiación de la renta privada para volcarla a las arcas del Estado so pretexto de acelerar la "inclusión social" en vez de alentar a las empresas a que reinviertan sus utilidades a cambio de la consiguiente seguridad jurídica -esto sería "capitalismo"- la acusación de "populista" le había llegado hasta ahora al Gobierno desde la oposición. Pero Feletti, a la manera kirchnerista, dobló la apuesta al confesar que es populista, tomando así las críticas opositoras como un nuevo trofeo. Sólo la remoción de este viceministro que aspira a ser el próximo ministro de Economía para sustituir a Boudou si Cristina lo lanzaba a la ciudad -cosa que no ocurrió: irá Filmus- o, incluso, si lo consagra como su candidato a vicepresidente, dejaría a la "apropiación de la renta" fuera del horizonte kirchnerista. Pero esta remoción, hasta ahora, no se ha concretado.
Entre Montoneros y Moyano
Mientras continúe la confusión en las filas opositoras, la principal preocupación de la Presidenta es la tensión entre sus propios partidarios. ¿Hasta dónde llegará la confrontación entre algunos miembros del núcleo duro del kirchnerismo que la rodea -Verbitsky, Kunkel, Zannini?- y el sindicalista Moyano ? Sus orígenes no pueden ser más opuestos. De un lado, el "núcleo duro" proviene directamente de los Montoneros. El diputado Kunkel fue el superior directo de Néstor Kirchner en la Juventud Peronista de La Plata. Los sucesores actuales de los Montoneros no difieren de los Montoneros originales en sus fines últimos, sino en su estrategia. Estos, que apelaron a la violencia, fueron derrotados por las Fuerzas Armadas en la más sangrienta de las décadas. Aquéllos sacaron la lección de su derrota convirtiéndose, ya en democracia, en Montoneros desarmados . Aunque ya no apelan al crimen organizado, no por eso han abandonado la meta final que también caracterizaba a sus antecesores: la búsqueda del poder. Sólo que ahora, siguiendo las lecciones del comunista italiano Antonio Gramsci, quien ya no proponía conquistar el poder por la violencia, sino a través de la conversión cultural de la clase media -Gramsci decía que el comunismo triunfaría en Italia solamente cuando los descendientes de Giovanni Agnelli se hicieran comunistas-, los Montoneros de hoy apelan a ganar, mediante la ley de medios, la batalla cultural.
Esta estrategia es opuesta a la ideología sindical cuyo origen, como el del primer Perón aunque no por cierto en la versión del último Perón, es fascista. Una vez, el rey de España Carlos V refutó con ironía a quienes le recomendaban combatir al rey Francisco I de Francia diciendo: "¡Pero si mi primo Francisco y yo estamos de acuerdo: los dos queremos Milán!". Y bien, Moyano y los sucesores de los Montoneros también quieren lo mismo: el poder. Pero el poder, así concebido, no se comparte. El odio entre el sindicalismo peronista y los Montoneros culminó el 20 de junio de 1973, cuando ambos bandos se masacraron en Ezeiza. Hoy, la relación entre el moyanismo y el núcleo duro del kirchnerismo se ha vuelto más astuta y hasta laberíntica, pero continúa siendo verdad que los dos quieren Milán.
¿La República perdida?
Hacia los años veinte, cuando Europa parecía desgarrarse entre el fascismo y el comunismo, Ortega y Gasset se hizo esta ansiosa pregunta: "¿Dónde están los liberales"?. Si uno advierte que tanto el moyanismo como el núcleo duro del kirchnerismo son autoritarios porque buscan un poder no domesticado por nuestras instituciones democráticas, la pregunta de Ortega, actualizada, sería la siguiente: si los grupos de poder cuya tensión rodea a la Presidenta son, ambos, autoritarios, ¿dónde están los republicanos , dónde están aquellos que no creen en la unidad del poder, sino en la división de los poderes ? ¿Diríamos que sólo entre los vacilantes opositores?
La batalla por la república democrática, en tal caso, ¿estaría perdida? ¿Sería inevitable que Cristina Kirchner, de ganar en octubre, lanzara de inmediato una propuesta "reeleccionista" mediante una consulta popular como la que acaba de hacer el gobernador Gioja en San Juan? Un reciente artículo del analista político Rosendo Fraga en Clarín, que lleva por título "Una cultura política a dos velocidades", que después amplió en una conferencia en la UADE, ¿podría devolvernos el optimismo?
La tesis de Fraga es que, contra lo que aparece a primera vista, el fervor por la república democrática florece en los seis mayores distritos de la Argentina. Tanto la provincia de Buenos Aires como la Capital Federal, tanto la provincia de Córdoba como la de Santa Fe (que hoy celebra elecciones primarias), al igual que las provincias de Mendoza y Entre Ríos, un conjunto de distritos donde vive el 70 por ciento de los argentinos, han reunido desde el advenimiento de la democracia en 1983 los siguientes caracteres: en ninguno de ellos hay reelecciones indefinidas; todos ellos han respetado la composición de sus cortes supremas; en todos ellos el Poder Ejecutivo está en minoría en las cámaras legislativas, pero también fueron capaces de aprobar sus presupuestos mediante el consenso.
¿No son éstos, acaso, los caracteres típicos de las repúblicas democráticas? Pero el "republicanismo" de los grandes distritos, continúa Fraga, no se ha repetido en otros dos niveles: ni en las 18 provincias llamadas "chicas", todavía sometidas a políticas hegemónicas, ni en el orden nacional, que estuvo casi siempre conducido, desde 1989 hasta la fecha, por presidentes provenientes del hegemonismo "pequeño-provincial", desde el riojano Menem hasta los santacruceños Kirchner. Lo cual significa que la Argentina todavía es políticamente bicultural . Y lo cual también significa que la crucial batalla entre una cultura autoritaria y una cultura democrática aún no está definida. Si Cristina se replegara y fuera sustituida por la candidatura presidencial de Daniel Scioli, diríamos que los republicanos podrían ganarla. Si se presenta y gana porque persisten las falencias de la oposición, la batalla entre nuestras dos culturas políticas, simplemente, continuará.
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