Mercosur: Razones para vetar a Chávez
Mucho se ha dicho y escrito sobre el ingreso de Venezuela al Mercosur. Desafortunadamente, conociendo el paño, temo que no serán los argumentos fundados los que terminen dirimiendo esta sensible cuestión, sino la transa política, la componenda destinada a preservar los intereses sectoriales o particulares de los dirigentes partidarios.
Habiendo señalado esto, creo que no es necesario abundar demasiado en los motivos por los cuales la Cámara de Senadores de ninguna forma debiera ratificar el Protocolo de Adhesión de Venezuela al Mercosur, suscrito en Caracas el 4 de julio de 2006.
Existen dos barreras insalvables para aprobar el ingreso de Venezuela al bloque. Una de ellas está constituida por el primer artículo del Tratado de Asunción, en el que se establece la naturaleza intrínseca del proceso de integración.
En él se expresa que el Mercado Común significa cuatro cosas: libre circulación de bienes, servicios y factores productivos; establecimiento de un arancel común y una política comercial común; coordinación de las políticas macroeconómicas y, por último, armonización de las legislaciones entre los Estados Partes para fortalecer la integración.
Ahora bien, este diseño del Mercosur es absolutamente incompatible con el régimen que actualmente existe en Venezuela, donde Hugo Chávez ha hecho tabla rasa de la libertad comercial, que es precisamente el principio en el que se sustenta la integración. Las políticas estatistas, dirigistas, expropiatorias y centralizadas que aplica el gobierno imposibilitan cualquier tipo de convergencia con las economías de mercado que rigen en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.
¿Qué garantías podría tener el Paraguay de que Venezuela respetará las reglas de juego del bloque cuando ese país no está en condiciones legales de internalizarlas? ¿Quién nos asegura que, por un capricho de Chávez, nuestro comercio no se verá afectado por la aplicación de medidas arbitrarias? Nadie.
El primer obstáculo es, pues, de orden netamente económico-comercial. La segunda barrera insuperable está dada por el grado de compromiso que los Estados Partes han asumido en términos de su propia constitución política. Es decir, ellos han acordado que existen algunos valores esenciales alrededor de los cuales se construye el proceso integrador, declarando de manera solemne que el más relevante de todos es la democracia.
Para ello han aprobado el 24 de julio de 1998 el Protocolo de Ushuaia, cuyo primer artículo establece que “la plena vigencia de las instituciones democráticas es condición esencial para el desarrollo de los procesos de integración entre los Estados Partes”.
Esencial es “aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas”, enseña el diccionario de la Academia. Es evidente, incluso para un observador ocasional, que el régimen de Venezuela, que ha secuestrado la institucionalidad democrática durante los últimos 12 años, no respeta esta esencialidad, no solo porque ha clausurado canales de televisión, 34 radioemisoras y censurado a los diarios, sino también porque avasalló completamente la independencia de los poderes del Estado. De hecho, actualmente Chávez gobierna su país por decreto.
Ante este panorama, es más que evidente que el ingreso de Venezuela al Mercosur solo podría ser impulsado valiéndose de argumentos de índole política, no económicos y comerciales, porque está claro que la integración en este ámbito es irrealizable.
Así las cosas, si los conceptos que se esgrimen son de carácter político, no nos conviene admitir la incorporación de aquel país al bloque, fundamentalmente porque el fenómeno que su presidente personifica constituye un elemento de suma inestabilidad, descrédito y combustibilidad.
Es decir, Hugo Chávez no sería nunca un socio confiable para el Mercosur, en general, ni para el Paraguay, en particular. Se me replicará señalando que Chávez no es Venezuela. Mentira, sí lo es desde febrero de 1999 hasta la fecha, y tiene la obstinada determinación de seguir siéndolo todavía por largos e interminables años.
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