Manual del perfecto indignado panameño
La Prensa, Panamá
A raíz del artículo anterior, 68 personas escribieron sumándose a los indignados. Algunos simplemente se “reportaron”, mientras que otros se quejaban contra todas las actividades que realiza el Gobierno. No faltaron las menciones de los escándalos del Ejecutivo, la dudosísima independencia del Órgano Judicial, la violencia en Bocas del Toro, la desgracia del centro juvenil, la destitución de la exprocuradora, el alarde de ignorancia del cónsul en Miami y el “autoritarismo” del Presidente.
Otros tantos, despotrican contra los sobreseimientos y los cierres de casos que cuestionaban acciones de altos funcionarios de gobiernos anteriores, sugerentes de evidente corrupción para sacar beneficios personales, la forma como se han manejado los escándalos del Fondo de Inversión Social, las irregularidades de la finca “sacapresos”, y el muestrario de marranadas que estamos descubriendo, conforme se conocen los contenidos de los “Pana-Wikileaks”.
Sin embargo, la indignación, como yo la veo, no debe ser contra personas ni contra gobiernos. Tiene que ser una visión de indignación contra ese statu quo que permite que la sociedad esté cada vez más podrida en su conjunto. Una situación que vemos, día tras día, frente a nuestras narices, sin que hagamos nada para resolverla. Una y otra vez, los mismos de siempre, se benefician de todo lo que ocurre en el país, sin importarles un bledo con la necesidad de que la tan cacareada riqueza que produce índices envidiados por nuestros vecinos, repercuta en mejorar el nivel de vida de toda la población y no solo haga cada vez más ricos a unos pocos, a expensas de mantener cada vez más pobres a todos los demás.
Por eso, nuestra opción como ciudadanos, es cambiar ese deteriorado estándar social que carcome las bases sociales, mientras genera el caldo de cultivo para que un día, producto de esa indignación desorganizada, terminemos escogiendo para gobernarnos a algún cuadrúpedo que aparezca en el horizonte. Si eso ocurre, será muy tarde para arrepentirnos.
El mundo se está indignando, cada quien como puede. Los países árabes (comenzando por Egipto) demostraron cómo un movimiento originado en los ciudadanos (y no en autoproclamados voceros del “pueblo”), terminó derrocando una dictadura de 30 años.
En Islandia, un movimiento pacífico produjo cambios en el Parlamento y la Constitución y, hace unos días en España, surgió el movimiento 15-M que responsabiliza al sistema político y económico por lo que ocurre en el país. Así, surgen grupos como: “Jóvenes sin futuro”, “Democracia real ya”, y “Nolesvotes”, que comparten un reclamo común: La necesidad de que los valores de honestidad, solidaridad y decencia sean los que guíen a la sociedad y no la infinita codicia de riqueza a expensas de cualquier costo social y humano, que los políticos apadrinan.
Por eso, estas movilizaciones, no son convocadas por partidos, sindicatos, ni grupos “organizados”. De hecho, los políticos están confundidos y lo que hacen es adherirse tímidamente para pescar en río revuelto. La razón de su reacción es que ellos son parte del problema y nunca les ha interesado solucionarlo. Así, cada elección surgen discursos de “cambio” que los votantes apoyan llenos de esperanza para luego descubrir que, a la hora de la verdad, todo sigue igual. Eso, es lo que está provocando esa indignación que se comienza a percibir en todo el mundo y que, hace dos semanas generó, para mi sorpresa, casi 70 indignados confesos en Panamá.
Entonces, ¿qué podemos hacer?… viviendo en el siglo XXI tenemos herramientas que permiten comunicarse de forma instantánea e intercambiar ideas y sugerencias. Twitter y Facebook funcionan como multiplicador de movimientos sociales sin que sea la violencia la que trate de cambiar la sociedad.
Por eso, cuando las condenas judiciales fallan, toca pasar a las condenas sociales. Imaginen si en una boda de esas “para ver y ser vistos”, con mil 500 invitados y un gran banquete, 300 personas se retiraran, cuando llegara alguno de esos políticos, banqueros o abogados que todos conocen y que son responsables de buena parte de nuestros problemas.
Cuando esto haya pasado en dos o tres de estas ceremonias, todos pensarán mejor a quien invitan. Igualmente, restaurantes y sitios públicos son perfectos para exhibir a estos tipos que tanto daño le hacen a nuestra sociedad. Otra opción es que, en la fila de la comunión (para los que comulgan) señalen a los corruptos que tratan de convencer a la gente de su bondad, escuchando sermones de domingo en domingo.
Con los políticos, hay que identificar la peor foto de cada uno de ellos y usarla cada vez que se le mencione. Así, cuando sea el cumpleaños de alguno de estos parásitos, se publica una foto abanicando billetes, contrabandeando cigarrillos o aplaudiendo a Noriega. Esa es la imagen que todos los ciudadanos deben recordar de ellos, a ver si aprendemos a escoger a la gente correcta.
Estas medidas son solo algunos ejemplos. Es la población la que tiene que confrontar el deterioro de los valores más elementales. No debemos permitir que sean los políticos y los “grandes magnates” los que controlen los principios que rigen la sociedad. Si esto se logra, puede ser que. algún día, los políticos entiendan que somos los ciudadanos, los que decidimos sobre nuestro destino.
- 23 de enero, 2009
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