Ecuador: La izquierda de Montecristi
Probablemente con las mejores intenciones y con mucha preparación, la izquierda de Montecristi nos dejó como legado la actual Constitución y la actual concentración de poder en Carondelet.
En Ecuador hay una izquierda moderna que cree en la apertura comercial, en la democracia representativa y en el Estado de Derecho. Por supuesto que también promueve un Estado Benefactor, pero considera que este no merece el sacrificio u olvido de los tres elementos antes mencionados.
También hay otra izquierda que continúa rechazando la globalización, apostando por la democracia plebiscitaria y promoviendo un “estado de derechos” –la diferencia no solo es una “s” de más sino aquella entre un Estado de Derecho y uno donde las leyes son un reflejo del poder más no un límite a este–. Es lamentable que últimamente la segunda izquierda es la que ha dominado, hasta plasmando en la Constitución de Montecristi sus ideas.
Mientras que la izquierda moderna podría negociar con la derecha y los liberales (cuando exista un partido liberal), la izquierda de Montecristi no puede negociar con otra corriente de pensamiento: es demasiado determinista en sus objetivos como para poder hacerlo. Esto nos concierne a todos los que queremos que el país recupere su institucionalidad después de este experimento revolucionario.
Para construir una democracia liberal en Ecuador –aquella que se sostiene en la separación de poderes y en el Estado de Derecho o límites al poder de los que nos gobiernan– necesitamos que la izquierda de Montecristi acepte públicamente que cometió graves errores. Ellos son los mejor posicionados para enseñarle al país lo que decía Sartori: “Para que el pueblo 'tenga poder' (en serio) la condición irrenunciable es que el pueblo impida cualquier poder ilimitado”.
Ellos deben haber aprendido, en carne propia, que los poderes ilimitados no generan buenos resultados –incluso cuando personas con buenas intenciones los ostenten–. Fueron ellos los que miraron pasivamente cómo se destituía a la oposición en el Congreso a principios de 2007 y luego cómo se descabezaba al Tribunal Constitucional. También fueron ellos los que pidieron “plenos poderes” para la Asamblea Constituyente de la que formarían parte. Además, ellos dieron su voto para que se disolviera el Congreso para “asumir los plenos poderes”. Estos atropellos a la institucionalidad del país, que es cierto que no se iniciaron con este Gobierno sino que solo se acentuaron, indudablemente contaron con su apoyo.
El experimento derivó en un gobierno autoritario y ya se volvió demasiado vergonzoso formar parte de algo así. El dilema en el que se encuentran ahora se volvió evidente durante la campaña de la consulta. Hacer campaña en contra de la concentración de poder apenas 3 años después de haber hecho campaña a favor de esto resta credibilidad. Algunos hasta podrían pensar que cuestionan la acumulación de poder solo porque ellos ya no forman parte del Gobierno.
Y el dilema es este: o reconocen que cometieron graves errores y renuncian a sus principios para unirse a la izquierda moderna o niegan su responsabilidad y continúan promoviendo aquello que nos llevó adonde estamos. Ecuador necesita de distintas fuerzas políticas dispuestas a negociar entre ellas teniendo en común precisamente aquello que la izquierda de Montecristi rechaza: un Estado de Derecho, una democracia con límites a los líderes electos y una apertura al mundo.
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