Sexo y poder
Gracias al paulatino derribo de barreras comerciales y lingüísticas y el uso masivo y disperso de Internet, vivimos tiempos de globalización real. Asistimos en nuestros días a un proceso en el que los mercados, las noticias, las modas y las costumbres locales se interrelacionan y entrecruzan para conformar los de la humanidad entera a una velocidad de vértigo. Tal vez como en ninguna época anterior porque nunca como hasta ahora los canales de comunicación entre personas se habían multiplicado tanto. Mucho más que cuando que el gran medio de comunicación de la segunda mitad del siglo XX, la televisión, mantenía gigantescas audiencias. De ahí que tantos gobiernos y sus encargados estuvieran obsesionados –y siguen estándolo– con controlar y utilizar ese medio de comunicación para difundir sus mensajes y propaganda.
Un tiempo también en el que se propagan como la pólvora las noticias sobre las muchas contradicciones entre las ideologías mesiánicas, tantas veces presentadas como liberadoras, la pluralidad de concepciones sobre la aplicación de la Ley y el Derecho y realidades tan antiguas como el abuso de poder para cometer delitos y conseguir todo tipo de beneficios mediante la coacción y la prevalencia en un puesto que conlleve mando.
Resulta significativo que quien se encontraba al frente de una de esas instituciones que nacieron de los acuerdos de Bretton-Woods (el Fondo Monetario Internacional) y que se había proclamado como puntal de una suerte de gobierno mundial en materia de finanzas en las recientes cumbres de Washington y Londres, dotado de fondos especiales para financiar el rescate de estados insolventes –es decir, alguien a quien se le habían atribuido más poderes– se haya visto involucrado en un suceso, cuya gravedad –de confirmarse– no cabe minimizar.
El caso del director gerente Dominique Strauss-Kahn, quien obtendrá una jugosa pensión vitalicia después de dimitir de su cargo, con independencia del resultado del procedimiento penal que se sigue contra él, no resulta aislado en la escena política de sociedades occidentales como la francesa.
Obviamente, las imputaciones que pesan sobre el ya ex director del Fondo Monetario Internacional de haber intentado violar a la camarera de un hotel deben probarse. Parece que el caso presenta un nuevo ingrediente que puede distraer la atención sobre lo fundamental, dado el origen guineano de la empleada. Pero tampoco puede despacharse el asunto con la frivolidad y parcialidad de sus amiguetes socialistas franceses. Según éstos, se trataría bien de una conspiración norteamericana contra el pobre DSK o bien, como ha dicho un redomado cínico llamado Jack Lang, de un incidente en el que "en realidad, nadie murió en la habitación de aquel hotel".
En cualquier caso, parece que su brillante abogado norteamericano no va a anunciar la culpabilidad de su cliente y cabe esperar, después de que un juez decidiera ponerlo bajo arresto domiciliario e imponerle la prestación de una fianza de un millón de dólares, además de otras garantías para asegurar su presencia en un futuro juicio, que tendrá amplias posibilidades de repreguntar a la denunciante sobre los hechos y las circunstancias del caso.
Lo asombroso de Francia no es que su reciente historia esté salpicada, a derecha e izquierda, de sórdidos casos de derechos de pernada en la política que tratan de taparse con apelaciones a la intimidad y a la libertad de las personas implicadas (¡!), sino que se imponga la ley del silencio sobre ellos.
¿Y en España? Me permitirán lanzar la hipótesis de que, aunque pesa mucho el modelo francés, con una similar predisposición de la casta política a correr un tupido velo sobre esas relaciones que engendran tantos peligros, la cual siguen tan fielmente sus medios de comunicación títeres, la aplicación de dobles raseros campa con sorprendente impunidad.
Hace años saltó a la palestra un caso de acoso sexual de un alcalde de Ponferrada a una chica a la que, en un tiempo mejor para ella, había aupado hasta conseguir la concejalía de Hacienda de su Ayuntamiento sin otro mérito que el ser su amante. Agriada la relación, la chica lo denunció por acosarla sexualmente. El caso tenía las suficientes aristas como para que tanto los miembros del partido de ese alcalde (el PP) como la oposición de entonces (PSOE e IU) hubieran mostrado una extraordinaria prudencia, al tiempo que reclamaban un total esclarecimiento de los hechos por un juez independiente. Lejos de ello, el caso fue particularmente revelador del entendimiento sectario que existe de la política en su sistema partitocrático. Si los correligionarios del alcalde no criticaron siquiera sus peculiares métodos de selección en el seno de su sección local, los partidos de izquierda y sus medios de comunicación "independientes" organizaron una campaña de odio contra los políticos de la derecha (recuérdese que ese alcalde se presentaba como la quintaesencia de un político de ese partido).
Compárese con las reacciones a las denuncias también por acoso sexual contra un diputado de Izquierda Unida en la Asamblea regional de Madrid por parte de una compañera de su partido.
No hace falta ser abogado defensor para darse cuenta de que la realidad puede ser extraordinariamente poliédrica y que la búsqueda de la verdad no constituye una empresa fácil. Pero, al menos, cabría esperar una mínima simetría en las reacciones ante denuncias análogas. Obviamente en España los grupos de comunicación públicos y semiprivados se han configurado en los últimos años siguiendo los deseos del actual gobierno y sus aliados. Es por esto por lo que la difusión de noticias y opiniones en Internet se revela tan importante para escapar de la uniformidad reinante.
En conclusión, las relaciones de los poderosos con la sexualidad (cualquiera que sea ésta) permiten abandonar el bostezo en el momento que cometen crímenes para satisfacerlas. De ahí que, al contrario de lo que ocurre en Gran Bretaña y Norteamérica, sea tan sospechoso el silencio de los medios de comunicación sobre ese particular cuando las probabilidades de que los políticos de ambos sexos abusen también en ese ámbito y se presten a la corrupción son muy evidentes.
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