Jorge Semprún o la terquedad de la memoria
El Periódico, Guatemala
Jorge Semprún, o la terquedad de la memoria, murió este martes en París. Tenía 87 años y conservaba la mirada más escrutadora de las inmensas tragedias del siglo XX. Durante 2 años permaneció en el infierno. Era el preso 44 mil 904 del campo de concentración de Buchenwald, muy cerca de la Weimar de Goethe.
En una escala en la Ciudad de México me topé con La escritura o la vida. No conocía al autor, pero el título era irresistible para alguien que iniciaba su propio e impredecible descenso al infierno guatemalteco desde el Remhi. Fue mi lectura de vigilia en el vuelo transatlántico, que casi siempre es de sueño intermitente. Al salir del último tren en Bonn, todavía llevaba el libro en la mano y estaba turbado. “Te impactó la lectura”, me dijo mi anfitriona, Gudrun Molkentin, al leer la portada y, sin esperar mi respuesta, continuó: “El libro ha causado aquí gran revuelo”.
Pero no fue lo que Semprún narraba –pasajes estremecedores– lo que me tenía taciturno. Fue el dilema que expuso. “Tenía que elegir entre la escritura y la vida, y opté por la vida”. Semprún había sido liberado en 1945, a los 22 años, y solo 50 años más tarde fue capaz de procesar el trauma. “No era imposible escribir, habría sido imposible sobrevivir a la escritura”. Sumergirse en esos recuerdos era una invitación al suicidio, declaró más tarde.
¿Hacíamos lo correcto en Guatemala? En 1995 los hechos estaban frescos y no salíamos del marasmo. Conocer la verdad parecía bueno, pero ¿era el tiempo? Me retumbó la voz de la religiosa en Petén: hundiremos las manos en ceniza caliente, donde es probable que encontremos brasas quemantes. Al cabo Gerardi tuvo la razón. Solo había que abrir un canal para que la gente hablara. Algunos estaban listos, la mayoría quizá no.
Al regresar hace un par de meses a la comunidad de Chikoj Raxk’ix, en Alta Verapaz, se abrió otra vez el torrente irrefrenable. La historia del desplazamiento forzoso, el hambre y el acoso continuaba intacta, como hace 15 años. La memoria no tiene salida, y la pobreza material sigue ahí, como la sombra de una fiera al acecho que nunca duerme y les impide huir. Ahora por la memoria el Gobierno les pagaba una casa a medio hacer y una plata encogida.
Semprún cinceló su memoria en el arte. Recordó para rehacerse él y capturó la atención de Europa que ahora le llama “la memoria del siglo XX”. Pero Guatemala, después de tres décadas, sigue en la negación. Semprún citó al poeta Roland Dubillard: “Estoy seguro de que mi muerte me recordará algo…”.
Necesitamos recordar, sin pleito, sin rencor; recuperar el culto a la vida, y desterrar la adoración a la muerte.
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