Disputas dinásticas
Gran parte de la historia de Occidente se ha escrito en torno a las disputas dinásticas. Y aunque actualmente éstas parezcan anticuadas, porque se ha llegado a nuevas modalidades de sucesión, en algunos casos pueden ser muy importantes, y por lo mismo encarnizadas.
En América Latina no cabe duda de que el rey indisputado de la llamada «izquierda revolucionaria» es Fidel Castro. Lo ha sido, con méritos y autoridad, durante más de medio siglo. Pero, por razones biológicas, su reinado se acerca a su final y es menester decidir su sucesor. Como buen monarca, será él quien decida. Ya lo hizo en Cuba, designando a su hermano, Raúl Castro, y en tierra firme tiene un hijo putativo en Venezuela, Hugo Chávez, quien se proclama continuador de su lucha y paladín de sus ideas. Pero no se sabe quién lo sucederá como el gran líder continental ni quién heredará su proyección y liderazgo mundiales.
Se trata de un caso similar al de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel. El primero era sin discusión rey de Aragón, mientras ella era reina de Castilla. Pero no estaba totalmente claro cuál de los dos tenía el mando sobre España y los territorios de ultramar. La diferencia está en que Raúl Castro y Hugo Chávez no están casados entre sí. Por lo que les es más difícil entenderse. Lo que ha llevado a una rivalidad sobre quién heredará el reinado universal del comandante de la Sierra Maestra.
Esta disputa debe dirimirla Fidel mientras se encuentre entre nosotros, para lo cual le es preciso sopesar las más variadas consideraciones y presiones.
Por una parte, Raúl es su misma sangre, lo ha acompañado en todas sus proezas y ha sido siempre obediente y fiel. Además, tiene detrás suyo una revolución consolidada; un ejército creado por él; y una población disciplinada compenetrada con el credo revolucionario. Ha dado y ganado batallas por su cuenta y jamás se ha rendido. Por otra parte, Hugo es más joven y considera a Fidel como su padre; es dueño de riquezas tan preciadas como las más altas reservas mundiales de petróleo; Cuba lo necesita para sobrevivir; su reino se encuentra en tierra firme y desde ahí puede expandir la revolución por aire, mar y tierra; es carismático y tiene el futuro por delante. Esas son las virtudes de uno y otro, no es necesario detenerse en los defectos.
Ante este dilema dinástico y la necesidad de decidir con premura, porque las bases necesitan saber a quién seguir, se ha creado un forcejeo para influir en la decisión sobre cuál de las dos testas terminará depositando la corona el líder histórico. Como en toda disputa dinástica, cada bando intenta ser discreto y mantener los modales diplomáticos con el objeto de no despertar suspicacias del monarca. A éste se le corteja, pero debe estar claro que nadie duda de la sabiduría de lo que pueda ser su última palabra.
En este contexto se inscriben los constantes viajes a Cuba, incluido el último, del comandante presidente bolivariano, en atuendo de guerrillero, cargado de regalos y hasta dispuesto a enfermarse para pasar más días junto al líder. Y en este ambiente es posible comprender la competencia de elogios mutuos de los dos pretendientes y sus muestras de desprendimiento, así como el que ambos hayan dicho que sus dos reinos son una misma patria. Lo que hace pensar que la idea de fundir las dos comarcas, como lo hicieron Castilla y Aragón, haya pasado alguna vez por la cabeza de Fidel. La sorda competencia también pudiera explicar que cada uno quiera mostrar que es capaz de exhibir lo que en apariencia es la fortaleza del rival. Hugo, creando milicias, batallones, brigadas juveniles y comprando armamento. Raúl, renovando mensajes con ardor juvenil e intentado mostrar que la economía cubana puede marchar sin muletas, sobre sus propios pies.
Quien haya leído algo de historia sabe que las disputas dinásticas tienen miles de vueltas y facetas y que ocultan sus aspectos más cruentos, particularmente cuando aún está vivo el monarca.
También sabe que no hay amor filial, fraternal o carnal que resista una lucha por el poder. Tampoco le es ajeno que en ellas los apoyos y los bandos son frágiles y efímeros. Así como a los involucrados les resulta evidente que no hay principios, valores o lealtades a que aferrarse. Porque como dijo un gran rey: «París bien vale una misa».
Por ello no es fácil dar detalles de esta última disputa dinástica revolucionaria latinoamericana.
Pero seguiremos informando y leyendo los artículos del líder en el Granma para tratar de intuir entre líneas a quién corresponderá la corona de la gran lucha armada para implantar al hombre nuevo.
- 28 de diciembre, 2009
- 10 de abril, 2013
- 8 de junio, 2015
- 4 de septiembre, 2015
Artículo de blog relacionados
Por Brian Fincheltub El Republicano Liberal Más que por sinceridad, en un acto...
4 de marzo, 2014El País, Madrid Irán y Venezuela no podrían ser países más diferentes. Piadosos...
22 de junio, 2009La Segunda Santiago.– En un primer momento, los expertos de la industria estimaron...
2 de octubre, 2009- 17 de octubre, 2008