Uruguay: Democracia a la deriva
El País, Montevideo
La sorpresa desatinada de la semana pasada (tal el ritmo de producción), es el anuncio del gobierno que quiere pasarle a la gente la pelota de las decisiones más o menos trascendentes, creando los "plebiscitos consultivos".
No es sorpresa, en cambio, el hecho de que esta trovata contradice la opinión del Dr. Tabaré Vázquez, quien afirmó, en su última voltereta sobre la ley de caducidad, que los temas de fondo no deben ser sometidos a consulta popular.
La discrepancia refiere a un asunto que está en la esencia de la Democracia (y del Estado de Derecho), aunque no lo sepan los discrepantes. Esencia que no puede perderse sin generar graves consecuencias.
Tenemos así dos problemas: el de la incapacidad para gobernar, por falta de un pensamiento ordenado y capacidad de gerenciamiento y mando y el desamarre de la Democracia de sus anclajes básicos. Probablemente ninguno de los dos tenga solución, pero por lo menos hay que cobrar conciencia de la existencia del segundo (el otro ya rompe los ojos).
La Democracia no es un valor primario. Existe en función de otros valores. Para decirlo resumidamente, precisa del Derecho Natural y si se elimina ese vínculo, queda a la deriva, sin justificación ni sentido, con apenas el engranaje del principio de mayorías, que no es un elemento de su esencia sino de su existencia (no hace al ser tanto como al funcionamiento). Pero con ese solo principio se cae en el peligro de creer que solo la mayoría produce bien y razón y que todo debe ser sometido a ella.
Hablar de Derecho Natural en los tiempos que corren parecerá viejo y apolillado. Es antiguo, sí, muy antiguo, pero su abandono u olvido no es gratis.
Deja vacíos que ninguna otra estructura filosófica ha podido llenar y esos vacíos generan consecuencias.
Antes de explicar qué es esto del Derecho Natural y para evitar la espantada fácil de aquellos que se ciegan ideológicamente, recordemos que Marx jamás habría tolerado el relativismo que tienen quienes hoy se creen de izquierda. La existencia de un orden fundamental es piedra filosó-fica angular del sistema marxista.
En definitiva, sostener que existe un orden en cosas fundamentales (el universo, el hombre, etc.), no es otra cosa que la expresión de una evidencia empírica, nacida de la fascinación de los pensadores griegos clásicos con el orden del universo (quien ejercite un poco las neuronas contemplando una noche el cielo estrellado, difícilmente podrá resistirse a aceptar la evidencia de un orden maravilloso).
De la convicción en cuanto a la existencia de ese orden, el hombre -los estoicos- avanzó a reconocer que la mejor forma de encarrilar las relaciones entre las personas está en reflexionar para descubrir y luego expresar ese orden en normas: el orden natural transformado en Derecho Natural. Después vendrá el Cristianismo, que dará a esta filosofía una dimensión divina, teológica, pero sin alterarla, y por esos carriles anduvo el Mundo hasta que las re-formas protestantes, cier- tas corrientes iluministas (francesas en su mayoría), el Romanticismo y la ignorancia, descartaron todo esto.
La Democracia, que había sido creada como forma (e ideal) para hacer posible la vida del hombre en sociedad sobre ejes de libertad e igualdad, en función del principio de mayorías, encuadrado dentro de límites básicos (la Constitución), con respeto por las minorías, se quedó con una sola pata: la mayoría.
Mecanismo de funcionamiento para tomar decisiones aplicables a todos, pero no para discernir lo que está bien y lo que no. Es un principio conducente al funcionamiento de la Democracia y así necesario, pero no suficiente, ni absoluto.
Así lo entiende nuestra Constitución, cuyo carácter iusnaturalista todavía sobrevive, a pesar de las deformaciones que le hemos ido metiendo a lo largo del tiempo.
Los plebiscitos fueron el instrumento preferido del nazismo y el fascismo y, aunque las motivaciones del actual gobierno no son ésas, la resultante es de igual naturaleza: apartarse del Estado de Derecho y de los principios democráticos consagrados en la Constitución. Gobernará la Comuna, como en París del siglo XIX.
Porque también es parte del Estado de Derecho el ejercer las responsabilidades constitucionales y la autoridad inherente a ellas. Gobernar no es ni un privilegio, ni mucho menos una opción.
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