El sentimiento envenenado
La noticia era para causar alarma, pero nadie frunció el ceño: según un estudio realizado por dos sicólogos estadounidenses de las universidades de Southern California (USC) y Duke, el uso de Botox afecta la capacidad de empatía con otros. A simple vista podría parecer un dato tan superficial como la afición a los fillers, pero lo cierto es que cada día tratamos con más gente bajo los efectos del Clostridium botulinum y conviene saber a qué nos enfrentamos.
Ese aspecto de terso papel pintado y la expresión de tabula rasa que se imponen en la calle y en las oficinas, no es nada más que el resultado de un envenenamiento de los músculos faciales por la vía de una inyección con la mala leche de una serpiente cascabel. Aunque los expertos aseguran que la toxina no mata las células cerebrales, lo que sí han podido demostrar es que la persona Botox pierde la facultad de mimetizar las emociones del que tiene enfrente, algo fundamental a la hora de procesar y descifrar los sentimientos de los demás. Lo que ocurre es que la seña solidaria se bloquea porque el semblante inexpresivo no puede trasmitir al cerebro el mensaje emotivo de su interlocutor. El experimento se hizo con mujeres bajo la influencia del Botox y otras bajo el influjo de la arruga pura y dura. Cuando a las primeras se les mostraban imágenes con distintas expresiones, les costaba mucho más decodificar el significado de aquellas muecas positivas y negativas. En otras palabras, su insensibilidad era proverbial.
Está claro que la fisonomía Botox acaba por calar en el pensamiento, hasta convertirlo en una estalactita de hielo. A fin de cuentas, no hay modo de conjuntar el hieratismo facial con la emoción desbordada. Es pura disonancia en quien pretende ocultar la erosión del tiempo. Los surcos de lo vivido. Los tatuajes de la vida. El regadío de veneno en la frente es la renuncia al desgaste de las emociones a cambio de la fuente eterna de la juventud. La parálisis del gracioso mohín.
Mucho antes que estos dos sesudos profesores, los geniales comediantes del programa Saturday Night Live presentaron un hilarante sketch en el que un matrimonio recibe la terrible noticia de que su hijo ha muerto. El marido, abatido, no comprende por qué su esposa no muestra emoción alguna ante semejante tragedia. Su mujer le aclara, “créeme que lo siento mucho, honey, pero hoy en la consulta se les ha ido la mano con el Botox”. La inteligencia del humor para llegar a la misma conclusión: la cara impasible denota cierta hibernación de las palpitaciones del corazón. Un cerebro con los neurotrasmisores intoxicados.
Con una expectativa de vida que cada vez es mayor y la legión de aficionados a las pócimas antiaging (aferrados al sueño vampiresco de prolongarse eternamente), es inevitable la tentación del Botox. Ese disfraz temporal que te devuelve el espejismo de la chica de ayer mientras el organismo, por dentro, sigue el inexorable camino de la oxidación. Las cañerías se agrietan, pero el grifo de la fachada brilla como bisutería de mercadillo.
Uno quisiera reírse con la mandíbula floja y al aire por esta novedad (que ya sospechábamos) de la gente Botox, pero más bien lo aconsejable es evitarlos porque el témpano de sus emociones causa friolera. Desde luego, antes de pedir un aumento de sueldo, asegúrense de que sus jefes no están bajo el efecto del botulinum. Frente al gesto desesperado, se limitarán a arquear la ceja.
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- 23 de julio, 2015
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