América Latina: amagos a la izquierda, giros y contramarchas
MONTEVIDEO. – La demanda por señales políticas se ha vuelto insistente en la región sudamericana. Cada vez que termina un ciclo electoral en un país, la atención de la prensa, de los analistas políticos y económicos, de las calificadoras de riesgo, de los departamentos de investigación de organismos internacionales o de las agregadurías diplomáticas, se concentra en los “gestos” políticos y las “señales” que emite el presidente electo o su entorno político.
El último caso es el de la peculiar elección presidencial de Perú que enfrentó dos candidaturas que generaban rechazo relevante de porciones considerables de la opinión pública peruana, y que en el caso de Ollanta Humala, además, despertaba la curiosidad de un posible alineamiento político con el enclave chavista del presidente bolivariano de Venezuela.
¿Será como el venezolano Chávez? ¿Será como el brasileño Lula? ¿Será como la izquierda chilena? ¿O cómo el uruguayo Mujica?
En los últimos tiempos hay una percepción de avance de la izquierda latinoamericana, pero para algunos finos observadores eso es una incorrecta manera de calificar las propuestas triunfantes.
Lo explica bien el sociólogo uruguayo César Aguiar, presidente de la consultora Equipos Mori, cuando dice que no es cierto que en Uruguay haya ganado la izquierda. Su razonamiento es que lo que ganó en 2004 y que repitió victoria electoral cinco años después, no es de izquierda sino de centro; que la izquierda es minoritaria en el país y que si el Frente Amplio se instaló en el gobierno es porque su propuesta es de centro, lo que está en sintonía con la mayoría de la población.
La izquierda está en el gobierno, el partido de gobierno (o la coalición en este caso) es de izquierda, pero eso no significa que haya un gobierno de izquierda estrictamente dicho. Expresado con rigor, el gobierno tiene un corazón de izquierda pero su propuesta o “modelo político” abarca un espectro ideológico más amplio, y más corrido al centro.
Eso se da en varios países por dos razones fundamentales. La autoidentificación ideológica de los ciudadanos no es tan de izquierda como lo son los principales dirigentes oficialistas, y además esos partidos (o alianzas) debieron moderar mucho su discurso para llegar al gobierno por el voto popular.
Los candidatos de izquierda se despojan de las ropas que implican un uniforme izquierdista, del envase de revolución hacia la izquierda, para captar un público más amplio que lo que pueden tener, para no provocar fuga de votantes a opciones más conservadoras y para mantener cierta previsibilidad en el clima de negocios, que no altere la estabilidad económica.
Si lo hacen previo a la elección, se supone que no sólo adecuan su discurso, sino también sus programas de gobierno. Y eso los condiciona en su eventual gobierno. Luego de ganar, enseguida de celebrar la victoria electoral, los presidentes electos se preocupan de ganar confianza, mantener clima favorable en la economía a una gestión exitosa.
No todos lo hacen, pero la tendencia de los últimos casos va en esa línea. Eso hace que el arco de posibilidades político-ideológicas que se dibuja para cada gobierno de izquierda ya sea más acotado. ¿Otro Chávez u otro Lula? Los empresarios quieren despejar dudas en forma rápida, y a la hora de preguntar, buscan simplificar con ejemplos que le permitan visualizar al futuro gobierno con alguna gestión conocida por aplicación en la realidad.
Nada de teoría, nada de definiciones ideológicas complejas y con matices. ¿Es otro Chávez o es otro Lula? Las preguntas simplificadas tienen respuestas simplificadas, y si con eso, pueden ser clara gráficamente, también terminan confundiendo sobre el alcance real de la duda.
“Las decisiones que yo tome como presidente electo pueden calmar las aguas, pero también pueden agitarlas”, reconoció el peruano Ollanta Humala una vez que las autoridades electorales lo confirmaron como futuro presidente de su país.
Dijo que “cada decisión que tome siendo presidente electo” tiene “que meditarla” y que no puede “actuar en función de las expectativas de determinados sectores de la economía”, sino “en función de las expectativas del país, de la nación”.
A finalizar el primer semestre de 2011, el presidente José Mujica sorprende a propios y ajenos, al imponer a su equipo económico de línea socialdemócrata, la creación de un nuevo impuesto que grava las grandes extensiones de tierra, con montos fijos que son crecientes al aumentar la cantidad de hectáreas del campo. La propuesta es de izquierda, más de izquierda que el grueso del régimen tributario y demuestra además, que el equipo económico no tiene absoluta autonomía para esos temas, sino que es el presidente Mujica quien tiene la última palabra.
¿El nuevo impuesto implica un quiebre en la línea de Mujica y su gobierno? No es tan así. Ni será la última vez que el jefe de Estado le aplique rigor a su equipo económico, ni se trata de que el gobierno uruguayo haya girado a la izquierda para seguir ese rumbo. Son señales, confusas para unos (inversores), claras para otros (los militantes de izquierda).
Humala aparece en una línea similar. Los primeros pasos al exterior los dio a países que son vistos como conductores serios de la política económica: Brasil, Uruguay y Chile (también visitó Argentina). Pero luego anunció que su gira seguiría por países del área bolivariana.
Una visita al venezolano Chávez, al boliviano Morales o al ecuatoriano Correa, no puede leerse como un giro a la izquierda, sino como una conducta que contemple intereses diversos. Varios de estos gobiernos de izquierda procuran prender el señalero como para doblar a la izquierda, pero en los hechos no hacen ese giro; incluso en ocasiones doblan hacia la derecha.
Hay veces que el señalero no marca ni izquierda, ni derecha, sino que está como baliza, como “pica pica” intermitente. No hay que confundirse. Aunque un gobernante de izquierda defina una orientación de centro, por conveniencia política, por convencimiento personal, por contexto limitante (por ejemplo la composición de cada congreso legislativo), o por combinación de estas cuestiones, siempre el presidente tendrá la tentación, obligación, o inclinación, a tomar medidas o hacer gestos de izquierda. Eso puede confundir, pero no siempre es quiebre de tendencia de su gestión, sino hechos puntuales.
Hay dos factores que ponen relativo dique de contención a tentaciones revolucionarias. Uno está en las reglas de la economía y las finanzas, que condicionan las decisiones políticas. Otro es la disminución de la capacidad de “generosidad” financiera de gobiernos que quieren exportar modelos de izquierda, mediante obsequios monetarios o similares.
Con márgenes acotados, igual hay que esperar barquinazos hacia un lado y otro. Y eso no significará necesariamente cambio de tendencia.
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