No queremos ser borregos
París – En el genial museo George Pompidou de París hay una exhibición que me marcó y que explica las recientes rebeliones juveniles en varias partes del mundo. El video, del belga Francis Alys, se burla de todos aquellos que siguen, sin cuestionarse, las reglas que les imponen desde arriba los políticos, los religiosos, los empresarios, los medios y cualquier figura de autoridad.
El video, parte de la serie Cuentos Patrióticos, muestra a un hombre que lleva a una docena de borregos a dar muchas vueltas sin parar alrededor de un asta de bandera en el centro de una plaza. Los borregos, sin amarrar y sin chistar, nunca se van por otro lado y obedientemente siguen a su amo.
El video de Alys –que lo hizo para criticar una manifestación de burócratas acarreados al Zócalo de la ciudad de México durante las protestas estudiantiles de 1968– puede ser visto como arte del absurdo o como un agudo cuestionamiento a los que no se rebelan ante las injusticias y desigualdades.
No creo que muchos de los jóvenes "indignados" que han protestado recientemente en Europa contra el desempleo y la falta de oportunidades o que forman parte de la "primavera árabe" contra regímenes dictatoriales, hayan visto este video. Pero definitivamente comparten el mismo mensaje: no quieren ser borregos y obedecer ciegamente las reglas del juego.
Están hartos del sistema y se han rebelado contra él. En Egipto y Túnez tumbaron a dos dictadores y buscan tirar dos más en Libia y Siria. En Arabia Saudita decenas de mujeres violaron una prohibición religiosa y salieron a manejar. Y en España desde el 15 de mayo se quejan de que más del 40 por ciento de los jóvenes entre 20 y 24 años, según el New York Times, no tienen una empleo digno y permanente. Nunca había visto tanto graffiti en las paredes de Madrid ni tantas prostitutas en la Calle de la Montera, cerca de la Gran Vía. Son, ambas, señales de tiempos difíciles.
Hace poco, en la Plaza del Sol, cerca del centro de Madrid, le pregunté a uno de los voceros del movimiento del 15-M que me explicara en pocas palabras de qué se quejaban. "De todo", me dijo. "Del paro, de la corrupción de los políticos, de los abusos de las empresas y de la falta de democracia y transparencia."
No me mintió; efectivamente se quejaban de todo. Tanto en España, Francia y Grecia como en el mundo árabe saben lo que NO quieren. Pero aún no han logrado plantear con claridad que es lo que SÍ quieren.
Aquí me atrevo a decir que en México ocurre algo similar. Todos se quejan de la narcoviolencia y de los 40 mil asesinatos en los últimos 4 años. Pero nadie ha planteado con claridad y efectividad una alternativa viable a la estrategia antinarcóticos del presidente Felipe Calderón. Esa es la tarea de los presidenciables. Eso pudiera definir la elección de julio del 2012.
Lo que tienen en común todos los movimientos de protesta en todo el mundo es que han identificado lo que rechazan pero aún no lo que desean. Lo viejo está muriendo pero lo nuevo no ha acabado de nacer.
Todos estos movimientos, en Europa, Asia, Africa y América, han surgido por jóvenes, sin líderes visibles, y organizados a través de las redes sociales como Twitter y Facebook. Son rebeliones posibilitadas por el celular y contagiadas, de un país a otro, por los clicks de la internet. En términos muy generales todos quieren lo mismo: más democracia, cuentas claras, más oportunidades y no caer muerto en el camino.
El simple pero impactante video de Francis Alys (quien se mudó a México a mediados de los 80) fue pensado para otra época pero, como todo buen arte, refleja también la profunda insatisfacción y desesperanza de los jóvenes de principios del siglo XXI. No queremos ser borregos, es su grito, y el mundo rodará mejor gracias a sus valientes y hasta suicidas manifestaciones de protestas.
Pero sólo una nota de cautela: quejarse no basta. Denunciar no es suficiente. El problema está en pasar de la protesta a la propuesta. Si este movimiento planetario de liberación juvenil, democrático y de respeto por la vida no encuentra objetivos muy concretos y realizables, corre el riesgo de perecer, de ahogarse entre gritos y de terminar dentro de unos años como una interesante exhibición en un museo de París.
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