Catalunya: Metáfora de una plaza
La Vanguardia, Barcelona
Adecentar la plaza Catalunya después de la acampada costará 240.000 euros. Como recordaba ayer José Antich, 39,93 millones de las antiguas pesetas. Es decir, 240.000 euros del dinero de los barceloneses para restaurar el suelo dañado, limpiar a fondo y reponer las zonas ajardinadas destruidas. La cifra no es sorprendente porque en los últimos tiempos la plaza Catalunya se había convertido en una zona degradada, con tipos meando en los jardines, con andróminas colgadas de los árboles y con la estética propia de la indigencia antisistema. Era una vergüenza colectiva.
Y aunque a los acampados actuales se les continuaba otorgando el nombre del movimiento de los indignados, era evidente que solo se trataba de su residuo más denigrante. Hacía mucho que el movimiento del 15-M se había desentendido del grupúsculo que mantenía la ocupación callejera, entre otras cosas porque el movimiento tiene propuestas debatibles –algunas muy interesantes, algunas marcianas–, y estos restos sólo representan el incivismo y la antipolítica. De todas formas, y separando el movimiento de estos grupúsculos finales, también es cierto que fue el movimiento el que consideró normal acampar durante semanas en una plaza pública, y de aquellos vientos han llegado estas tempestades.
Pero nobleza obliga, creo que el movimiento de los indignados es positivo y en cambio el uso antisistema del movimiento es de alto riesgo. Sin embargo, la cuestión, hoy por hoy, es otra: ¿por qué motivo las autoridades han permitido que se llegara a este nivel de degradación? Los últimos coletazos del fenómeno, con el Ayuntamiento negociando parabienes con los acampados, ofreciendo puntos de información –¿se los ofrecerán también a todos los colectivos que lo pidan, comerciantes, sardanistas, cienciólogos?– y mimando a los cuatro radicales que quedaban –algunos, piqueteros sin fronteras que van saltando de países–, resultó un espectáculo patético.
Las preguntas son del millón: ¿habrían permitido semanas de campamentos de gitanos rumanos?; ¿habrían negociado con campamentos de pobres indigentes?; ¿lo habrían hecho si la estética de la cosa, en lugar de ser progre-revolucionaria, hubiera sido de extrema derecha?; ¿y si hubieran acampado observadores de ovnis, convencidos del buen avistamiento que tiene la plaza? Ha habido una enorme dejación de la autoridad municipal, y allí donde no actúa la autoridad democrática, se impone la fuerza de la okupación.
La protesta ciudadana es necesaria y democrática, incluso cuando es radical. Pero en la plaza Catalunya ya no había protesta ciudadana, había incivismo, suciedad y desprecio a la ciudad y a sus reglas de juego. Y el alcalde miraba hacia otro lado, enviaba mensajes de cariño y pactaba con la indigencia moral. Al final nos ha costado 240.000 euros, pero no pasa nada, que la casa es grande. Todo sea por la revolución.
- 23 de enero, 2009
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