Default de EE.UU. es una leyenda urbana (para los mercados)
¿Qué tan grave es la disputa por el «techo» de la deuda pública en los EE.UU.? Si no se resuelve a tiempo, ¿es cierto que EE.UU. se dirige inexorablemente al default? A la manera que cada 4 de julio se recuerda su independencia, ¿quedará consagrado el 2 de agosto como el Día del Incumplimiento? Nada mejor que consultar a los que saben: los políticos y los mercados. Lamentablemente, los políticos no van a descubrir sus naipes hasta no agotar la partida de póker. En cambio, los mercados opinan con su propio dinero puesto sobre la mesa. Si lo retiran de apuro, es fácil comprobarlo. Y vale tener presente -a la hora de evaluar el dictamen- que no hay mercados más profundos en el mundo que los de la deuda de los EE.UU.
¿Qué dice el oráculo financiero? Una Letra del Tesoro que le promete al inversor devolverle el capital dentro de tres meses rendía, el viernes último, el 0,01% anual. Un punto base. Un diezmilésimo. Nada. Como si el Tesoro fuera una caja de seguridad (que tuviese la gentileza de no cobrar el cargo por custodia). Y no se trata del oráculo de Delfos. Despacha, sin ambigüedad, una respuesta contundente. Cruzar el umbral del 2 de agosto no cotiza como una proeza. No luce más peligroso que cambiar de vereda en una desierta calle peatonal. Los rastros de default tampoco asoman cuando se estira el plazo de las posturas. La Letra a un año devenga el 0,14%. Otro rendimiento irrisorio. No se advierte aquí el menor riesgo de accidente. Aunque de hecho sí lo hay. No sólo porque siempre resulta posible. Sino porque, en la coyuntura, la política deliberadamente busca arrimarse a la colisión para forzar una ventaja. Y no puede descartarse un error de cálculo.
Los mercados tienen el micrófono abierto. Tres subastas realizó el Tesoro de los EE.UU. la semana pasada y no se emitió por allí ni la más mínima queja. Ya se dijo, son plazas extremadamente líquidas, que no han perdido fluidez de operación y, por ende, conceden el lujo de lecturas transparentes. Eso sí, los mercados se reservan el derecho de cambiar de opinión sin preaviso ni limitación. Nunca su ejercicio es gratis, y la penalidad puede llevar al quebranto, pero es una alternativa abierta y sin candado. Por último, la honestidad de los mercados profundos no los convierte en infalibles. Sus problemas para lidiar con eventos raros, infrecuentes o sin antecedentes -como se dice en la jerga, sucesos que están en la cola de la distribución de probabilidades- no pueden obviarse. Nunca EE.UU. como país protagonizó un default de su deuda. ¿Nunca? Sólo si no se considera como tal a la suspensión de la cláusula del oro en 1933 (que cortó el lazo que ataba al dólar con el oro y permitió cumplir con las obligaciones pactadas en dólares a un costo menor en metálico). Un default iniciático sería matar a la gallina de los huevos de oro; sería un crimen de secta y no el fruto de una necesidad perentoria. En ese sentido, también resultaría una auténtica rareza.
De la consulta a los mercados surgen varias conclusiones en limpio. La primera, obvia, es para qué invertir en deuda del Tesoro de corto plazo. Los peligros que sobrevuelan no ofrecen allí ninguna compensación. Mejor refugio es guardar los dólares contantes y sonantes en un rincón oculto. ¿Quién diablos, entonces, acumula esa montaña de papeles? Mayormente, inversores sensibles al riesgo de custodia o a la regulación. Segundo, la política de los EE.UU. juega con fuego, pero todavía las finanzas no se chamuscan. Tercero, aquí no son los mercados los que promueven ninguna incertidumbre. No hay paralelismos con Europa. En Grecia, la tasa a dos años sobrepasa el 30%. En Irlanda, supera el 20% (y merodea ese nivel en Portugal). En España y en Italia excede el 5% (cuando la referencia alemana «libre de riesgo» es el 1,20%). No hay equivalencias. En EE.UU., la tasa de los bonos del Tesoro a dos años es apenas el 0,36%. En Europa, la hostilidad de los inversores -los «bond vigilantes»- acerca el fantasma del default (para el caso de Grecia, las autoridades ya reconocieron que no descartan la alternativa de un incumplimiento selectivo). En EE.UU. sólo la política agita el problema. Los mercados son simples convidados de piedra. Si se quiere, a ambos lados del Atlántico, las agencias crediticias remueven el avispero con sus rebajas de calificaciones, pero basta ver la reacción en una y otra margen para corroborar las diferencias. En EE.UU., no se ignoran las noticias de Washington que les quitan el sueño a Moodys y a Standard & Poors: la misma lógica de confrontación extrema forzó al Estado de Minnesota a cerrar varias áreas de su Gobierno. Pero aun así, no hay todavía un default de los bonos de Minnesota. En tal sentido, el 2 de agosto no será el Día del Incumplimiento. Aunque en los mercados de apuestas (mucho menos líquidos que los del Tesoro), las chances de que no haya un arreglo -a fin de agosto- cotizan al 28%.
Entiéndase bien, Europa no sabe cómo detener el incendio. En EE.UU., lo que hay es una promesa de fogata. La política juega con fuego como quien convoca a un festival. Y lo puede hacer porque la deuda pública, créase o no, lleva varias capas de barniz ignífugo. Cuántas, nadie lo sabe. Y lo mejor será no averiguarlo.
- 23 de enero, 2009
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