Cuba: Usan las palabras de Reagan, ¿pero su política?
¿Cómo sería hoy en día la política de Ronald Reagan hacia Cuba? Nadie puede decirlo con certeza. Seguramente se opondría al comunismo y lo denunciaría, pero ¿apoyaría la prohibición de viajar y se opondría a los intercambios educativos, culturales y académicos con La Habana como hacen Marco Rubio, Mario Díaz-Balart, David Rivera e Ileana Ros-Lehtinen? En este escenario de post-Guerra Fría, vale la pena fijarse en que varios miembros del equipo de Reagan y muchos de los intelectuales que inspiraron su Gobierno como Milton Friedman, Dick Cheney, y el ex Secretario de Estado George Schultz han abogado por el cambio en la política de Washington.
Hace 28 años, en marzo de 1983, el presidente Reagan ofreció un histórico discurso a la Asociación Nacional de Evangelistas de Orlando y llamó a la Unión Soviética, “el imperio del demonio”. Las palabras de Reagan sobre el comunismo no permitían matices. Fue un “nosotros contra ellos”. La claridad de Reagan envió un mensaje significativo al ciudadano medio del mundo democrático y los muchos oprimidos tras el telón de acero.
Pero el discurso de Reagan a los Evangelistas en Florida no debería ser interpretado como algo aislado de su política internacional enfocada hacia el comunismo. Lamentablemente, en lo que respecta a la política internacional hacia Cuba, los que apoyaban el embargo usan las frases de Reagan para promover una versión de “realismo mágico” de lo que debería ser una política moral hacía el comunismo.
Pero no tan rápido. La moral de Reagan enfocada a la política internacional fue multifacética. Su rechazo hacia el comunismo nunca estuvo unido al concepto de aislamiento total. Menos de un año después de su discurso del “imperio del demonio”, Reagan usó la dirección del Estado de la Unión de 1984 para contactar con el Moscú de antes de Gorbachov. En una nota conciliadora, Reagan cometió un inexcusable error histórico al decir que “Nuestros dos países nunca se han enfrentado entre ellos”.
La política de la Administración Reagan hacia Cuba fue compleja y diferente de la oposición ideológica al compromiso tan típico del lobby pro-embargo. Fue siempre un oponente implacable del Gobierno de Castro. Pero nunca la claridad moral le llevó a excluir las formas racionales de avanzar en los intereses americanos a través del compromiso. En 1984, Cuba y EE.UU. firmaron un acuerdo migratorio mientras las fuerzas militares cubanas estaban todavía en Angola y Etiopía. En diciembre de 1988, la Administración Reagan negoció una solución distinta en los conflictos en el Cono Sur de África; firmaron un acuerdo de paz entre Cuba, Angola y África del Sur en Nueva York. Las preocupaciones centrales de Fidel Castro, es decir, la independencia de Namibia y Angola, estaban garantizadas. EE.UU. reclamó un papel central en el mantenimiento del equilibrio de la región, contribuyendo al fin de la guerra civil de Angola y garantizando un nuevo compañero energético con Luanda. El Sur de África pudo comenzar un proceso de paz con reformas que acabaron con el apartheid.
La idea de Reagan de cambiar el comunismo a través del compromiso fue especialmente evidente en su actitud hacia las reformas de Deng en China. Durante el primer periodo de la Administración Reagan, Estados Unidos redefinió el PRC como “un cercano país no alineado”. La decisión de China de renunciar a una agricultura colectiva fue vista por Reagan como un paso en la dirección correcta. Aunque Reagan era consciente de que Deng estaba interesado en “perfeccionar el comunismo a través del capitalismo”, comprendió la oportunidad que la mercantilización y la apertura podían suponer para la expansión de la libertad.
El mes de abril de 1984, el presidente Reagan visitó Beijing, donde quedó impresionado por la visión de Deng Xiaoping sobre la China post-Maoista. Por entonces, la tendencia hacia una economía mixta se había extendido a las ciudades. Reagan dio la bienvenida al movimiento y ofreció la ayuda de América para afrontar el programa de modernización. El comercio entre China y Estados Unidos pasó de mil millones de dólares en 1978 a cinco mil millones de dólares en 1984. Los intercambios académicos y educativos entre China y EE.UU. cambiaron de forma radical. En 1985, más de 10.000 chinos vinieron a estudiar a América. La visita de Reagan a Beijing en 1984 finalizó con varios acuerdos bilaterales, incluyendo uno sobre cooperación nuclear.
Dado que el mundo y Cuba han cambiado de forma radical, las políticas del “Gran Comunicador” de los años 80 no nos dicen mucho sobre cómo se habría enfrentado a la Cuba de hoy en día. Por supuesto, Cuba no es China o la Unión Soviética, pero a la vista del éxito de la política de Reagan a la hora de promover cambios en los países comunistas mediante la participación y el apoyo a los reformistas no liberales, no sería descabellado imaginar un resucitado Reagan que sugiriese a Raúl Castro iniciativas pro-mercado con la esperanza de que la reforma económica en Cuba creara la base de futuros cambios. No solo en China, también en Europa del Este, la segunda Administración Reagan siguió en esta línea.
Las políticas de Estados Unidos deben ser morales, pero no dogmáticas. La visión moral invita a los americanos a dar ejemplo y no a socavar los valores que se predican. América fue fundada en el principio de un Gobierno de mayoría con respeto hacia las minorías. Hay áreas privadas de la vida de los ciudadanos en las que el Gobierno no debe intervenir, como por ejemplo, los viajes, a menos que exista una emergencia pública.
Tristemente, la política estadounidense hacia Cuba no ha seguido esos principios. Desde el fin de la Guerra Fría, no ha habido una explicación de interés nacional para seguir complaciendo a una minoría dentro de la comunidad cubano-americana al restringir el derecho de los estadounidenses a viajar y hacer negocios en Cuba. Es cierto que este tipo de políticas limitan el flujo de capital a las arcas del Gobierno cubano. Pero ésta es solo una cara de la moneda. El sector privado de Cuba está sufriendo actualmente una importante expansión que se plasmará en 1,8 millones de trabajadores a comienzos del próximo año. La prohibición de viajar complica a estos trabajadores el aprovechamiento de su potencial para la independencia del Gobierno cubano.
Las reformas en China han demostrado cómo el crecimiento del mercado puede coexistir con el totalitarismo; pero el tiempo ha permitido comprobar que Taiwan, Korea, España y muchos otros países que esto no durará. Para ser eficientes, las economías de mercado necesitan iniciativas individuales y la garantía de la ley. Es difícil mantener la libertad económica separada de la política. La democracia nunca es inevitable, pero el mercado orientado al crecimiento económico proporciona el entorno más favorable. Como hizo Reagan con China en los años 80, Estados Unidos debería apoyar el proceso de mercantilización de la economía cubana permitiendo la inversión americana y cubano-americana y el comercio con el sector cubano emergente.
Naciones Unidas, Human Rigights Watch y Amnistía Internacional consideran el embargo – la piedra angular de la política de Washington hacia Cuba – como una violación de los derechos humanos. Una visión moral sobre los regímenes no democráticos no requiere que nos aislemos de sus sociedades. Por el contrario, citar y avergonzar a los violadores de derechos humanos, y un amplio compromiso producirá resultados que son compatibles con los valores democráticos. Cumplir los derechos en Occidente contribuyó a los esfuerzos democráticos por dar forma a la discusión dentro de los países comunistas. EE.UU. nunca construyó un muro para impedir a sus ciudadanos viajar o establecer relaciones comerciales con Egipto o Túnez, o Polonia y Hungría durante la Guerra Fría.
El final de la Guerra Fría confirmó que la herramienta más efectiva de América a favor de la reforma en los países no democráticos no era el ejército ni su poder para aislar sino la libertad de los americanos y el atractivo de su forma de vida. Estos factores contribuyeron a que los comunistas perdieran la fe en su sistema. Durante décadas, los estadounidenses recorrieron la atea Plaza Roja mostrando su creencia en la libertad dada por Dios. Pero haciendo negocios en China o en Moscú, Leningrado y Kiev, los americanos demostraron cómo su Gobierno no puso restricciones a su deseo de viajar adonde fuera necesario.
Es hora de volver al enfoque de América hacia Cuba desde una política de exteriores basada en lo que Ronald Reagan habría descrito como “principios fundamentales”; los valores que nos diferencian como país democrático de los comportamientos totalitarios que nos gustaría cambiar en Cuba. Los esfuerzos democráticos para conseguir una Cuba donde se respeten los derechos humanos se debilitan cada vez que se imponen las restricciones a los viajes de los ciudadanos estadounidenses. Las democracias son más eficaces cuando se mantienen fieles a sus principios.
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