Dictadores
Hace varias semanas escribí un artículo con el mismo título; estaba dedicado a las oleadas que se llevan a los dictadores cada cierto tiempo. Conocíamos entonces las rebeliones populares en los países árabes del norte de África, nos recordaban la caída del imperio comunista y sus dictaduras en Europa del este; también rebeliones en Sur América y el derrocamiento de militares, algunos de ellos todavía pagan sus delitos en los países respectivos.
Ahora el título del artículo se corresponde con un libro que acabo de leer: Dictadores, de Richard Overy. Hitler y Stalin, grandes líderes que se transformaron en terribles dictadores.
Biografías de Hitler hay muchas; destacan la de Joachim C. Fest, que después de 40 años sigue siendo una referencia básica; la de Ian Kershaw, quien desmonta el mito hitleriano creado alrededor del Fuhrer; los ensayos de Sebastian Haffner, un testigo del ascenso y del ejercicio del poder del déspota.
De Stalin puede decirse lo mismo, variadas biografías buscan las verdades más íntimas del personaje. Han sido muy leídas la de Isaac Deutscher, la de Adam B. Ulam, la de Walter Laqueur y la de Lilly Marcou, quien buceó hasta en la vida privada del tirano.
El libro de Richard Overy –un gran libro, sin duda alguna– no hace las biografías de los dos dictadores. Más bien hace la radiografía de las dos grandes dictaduras totalitarias del siglo XX.
Con dogmas ideológicos distintos, las dos tienen el mismo enemigo: la democracia occidental, los valores humanos de la civilización, los derechos humanos y las libertades individuales. La dignidad humana siempre es víctima en estas dos dictaduras.
Llegaron de no se sabe donde, de algún rincón de los marginados de la historia, estos dos personajes para hacerse sentir contra la humanidad, a la cual parecían odiar. Siempre en nombre del proceso libertador del ser humano, de la conquista de una sociedad mejor y más justa.
Los dos son ambiciosos, sufren de celos y envidia con quienes pueden ser más destacados que ellos. De ahí nace el culto a la personalidad, estimulado por ellos mismos, para colocarse en un plano de inmunidad ante los posibles competidores y ante el juicio de la historia.
Los demás, unos son los seguidores seducidos por el líder, otros los que deben ser excluidos y eliminados. Le declaran la guerra, uno al capitalismo, sistema económico explotador, el otro al judaísmo internacional, culpable de todo lo malo que le sucedía a Alemania.
Ambos líderes acumulaban todos los poderes, no había verdadera división de poderes, decían que era innecesario, sobre todo en países donde la oposición no era permitida legalmente.
Gobernaban, tiranizaban mejor dicho, desconociendo la Constitución y las leyes. Éstas eran irrelevantes, al lado de la opinión del líder supremo.
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